domingo, noviembre 20, 2016

Antes y después del triunfo de Trump. Textos de Chris Agnos y Daniel James






I. «Donald Trump es el espejo en el que no nos queremos mirar», de Chris Agnos
Traducción de Juan Carlos Villavicencio


Aclaración: No apoyo a Donald Trump o Hillary Clinton como presidente. Creo que el alcance del debate político es demasiado reducido para el tipo de acciones que deben llevarse a cabo para evitar la extinción de la mayor parte de la vida en la Tierra, incluyendo la de los seres humanos. Salir de este limitado debate me permite adoptar una postura más objetiva cuando veo el circo que representan las elecciones presidenciales en Estados Unidos por estos días.

Los auto-denominados liberales en todo el país han estado en estado de shock e incredulidad por la candidatura presidencial de Donald Trump.

«¡Oh, Dios mío! ¿Viste lo que dijo? ¿Cómo puede estar en la pelea por ser presidente?

El problema es que la última pregunta es a menudo retórica. Muy poco esfuerzo, si es que alguno, se hace tratando de entender cómo tal!@$#%^& ganó realmente la nominación republicana. Pero la verdad es que hay algo podrido en el centro de Estados Unidos, y Donald Trump inconscientemente está tratando de obligarnos a mirarlo. Donald Trump es el espejo en el que no nos queremos mirar.



Donald Trump nos refleja un sistema capitalista depredador que es horriblemente equívoco

Sí, hay un pequeño trozo de Donald Trump dentro de todos nosotros. Es la parte de nosotros mismos que detestamos y, por lo tanto, queremos reprender y de la que nos queremos distanciar. Muchos quieren esconderse tras de un nuevo lenguaje de corrección política. No queremos entender cómo Donald Trump se elevó a tal altura porque la razón nos aterra. Lo que más nos asusta es lo mucho que realmente compartimos en común con él.

Donald Trump es producto de un sistema capitalista depredador que es horriblemente equívoco. Sí, Donald Trump es misógino, pero miren la manera en que los negocios de todo tipo utilizan a mujeres semidesnudas para vender productos y servicios. Sí, a Donald Trump no le importan nada más que los intereses estadounidenses, pero tampoco lo hace ningún estadounidense que perdona al gobierno por gastar trillones de dólares exportando guerra el caos al resto del mundo. Sí, a Donald Trump no le importa el cambio climático, pero tampoco a nuestro sistema económico que sólo permite a la gente satisfacer sus necesidades a través de productos insostenibles como la carne de fábricas de crianza y Walmart. Sí, Donald Trump es un egomaníaco que sólo se preocupa de sí mismo, pero así también cualquier estadounidense que cree en la idea del excepcionalismo estadounidense, que los estadounidenses son de alguna manera más especiales que el resto del mundo.

No estoy tratando de insultar a nadie ni culpar a nadie por ser así. La verdad es para funcionar bien en este sistema capitalista depredador que es horriblemente equívoco, uno debe desarrollar, o por lo menos tolerar, muchas de estas opiniones. ¿Denuncias cada comentario misógino en tu trabajo? Denunciar a tu jefe por sus comentarios misóginos puede costarte el trabajo. ¿Haces el intento de entender las necesidades y preocupaciones de nuestros llamados «enemigos»? Probablemente no porque hacerlo podría hacer que otros te etiqueten como un «simpatizante del terrorismo». ¿Estás haciendo los cambios de estilo de vida necesarios y/o sacrificios requeridos para reducir tu huella de carbono, dejando de lado esas vacaciones en Hawai para evitar emisiones de carbono? Una cosa es creer en el cambio climático y otra muy distinta averiguar qué puedes hacer al respecto.



El sistema nos obliga a comportarnos de esta manera

Pero realmente no es culpa nuestra. Este sistema capitalista depredador que es horriblemente equívoco requiere que sus participantes actúen en cierto grado como depredadores, o al menos impongan prácticas inhumanas. Imagina que trabajas en una tienda de sandwichs. Vendes cientos de sandwichs todos los días y entonces un hombre sin hogar y con hambre entra en la tienda y te pregunta si hay de alguna manera le puedes hacer un sandwich, sabiendo que no tiene dinero. Ahí estás parado en una tienda rodeado por una gran cantidad de sandwichs, tantos que cada semana tienes que tirar una buena porción de comida que no fue vendida, teniendo una alta probabilidad de perder tu trabajo si le das al hombre hambriento un sandwich.

En todo ámbito de nuestro ser se siente antinatural negar el acceso a la comida a alguien que lo necesite, o negar el acceso a la medicina a aquellos que no pueden pagarla, esencialmente diciéndole a la gente que no merece vivir a menos que pueda jugar un papel en nuestra economía centrándose casi exclusivamente en vender un producto. Cualquier persona que trabaje en la intersección de la Calle Capitalismo y la Avenida de la Gente tiene que enfrentarse a todos los días este sentimiento. Algunos de nosotros crecemos con la piel gruesa y creamos narraciones que justifican esta negación sistémica de necesidades físicas y emocionales, mientras que otros deben encontrar algún otro tipo de mecanismo de defensa, que fácilmente puede convertirse en una adicción al alcohol, drogas, a comprar o a cualquier otra cosa que pueda hacer que nuestras mentes evadan este sentimiento.



Si Donald Trump es el espejo, entonces Hillary Clinton es la máscara

Donald Trump es un espejo de estos valores, el que nos refleja la versión extrema de este sistema capitalista depredador que es horriblemente equívoco, dándonos la oportunidad de mirar profundamente dentro de sus raíces. Pero si Donald Trump es el espejo en el que no nos queremos mirar, entonces Hillary Clinton nos ofrece la máscara que nos ponemos para evitar ver nuestro reflejo. Ella nos dice que ya somos grandes, repitiendo viejos mantras agotados del excepcionalismo estadounidense, que ayudan a la mayoría de la gente a sentirse más poderosa y pasar por alto las atrocidades cotidianas cometidas tanto en casa como en el extranjero en nuestro nombre.

Clinton nos dice que no hay necesidad de mirar en ese espejo, que no hay nada malo con nuestro sistema económico y que el problema es el resultado de malos personajes como Donald Trump. Nada más lejos de la verdad. Durante décadas, la política estadounidense ha operado en su propio ámbito con un conjunto de lógicas y procedimientos completamente distintos que el resto del mundo. Esto se debe a que un sistema capitalista depredador que es horriblemente equívoco requiere un conjunto de lógicas diferentes para mantenerlo. Acciones nacidas del sentido común, como el uso del principio de protección tanto en el sector público como en el privado, se descartan como políticamente imposibles porque desafían los intereses monetarios de una clase capitalista. Esta clase de multimillonarios se han vuelto extraordinariamente competentes en usar su riqueza para comprometer al gobierno a mantener su poder y acceso sin igual a todo lo que el mundo tiene para ofrecer. Prácticas como los subsidios agrícolas, la militarización, el espionaje a los ciudadanos, la prisión por delitos no violentos como el uso de drogas, el armado de grupos rebeldes, el apoyo a regímenes opresivos: todas estas acciones desafían el sentido común si nuestro objetivo es promover la paz y la prosperidad como la narrativa de Clinton nos dice será considerado no sólo necesario, sino lógico en el ámbito de la política estadounidense.



¿Dónde está la verdad?

Más que nunca, tanto los liberales como los conservadores saben que su gobierno ha sido comprado por las corporaciones y la élite que esencialmente legalizó la corrupción y manipuló toda la economía para favorecer a una pequeña minoría. La gente está empezando a despertar ante la creciente brecha entre lo que los políticos dicen que van a apoyar y lo que realmente apoyan. Como dijo Hillary Clinton en un e-mail recientemente publicado por WikiLeaks: «Necesitas tener una posición pública y una posición privada en cada tema», esencialmente diciendo que ella lleva una máscara cuando habla con la gente y una máscara distinta cuando habla a los intereses comerciales que financian su campaña. Dejemos que la verdad sea condenada.

Los estadounidenses quieren pensar que son los buenos. ¿Pero lo somos? Nos gusta esta narrativa de ser los buenos. Pero si realmente miramos qué papel desempeñamos en el mundo, ¿somos más como Luke Skywalker y los rebeldes o como Darth Vader y el imperio del mal? Durante mucho tiempo, los líderes políticos estadounidenses nos han estado diciendo que «somos los tipos buenos», que «defendemos la libertad y la democracia en todo el mundo», que «nos enfrentamos a la injusticia». Pero los valores del sistema capitalista depredador que es horriblemente equívoco son la antítesis de estos ideales y Donald Trump nos está haciendo un favor a todos nosotros al mostrarnos nuestro propio reflejo. Si nos resistimos al deseo de ponernos esa máscara y en lugar de eso nos permitimos mirarnos en el espejo y ver nuestro sistema económico como lo que realmente es –una estrella de la muerte planetaria que se empeña en convertir todo el mundo natural en una gigantesca pila de dinero– tal vez tengamos una pequeña oportunidad de realinear nuestros valores con nuestras acciones y crear un nuevo tipo de economía que permita una oportunidad para la paz y la prosperidad de todos los seres en el mundo.

en chrisagnos.com





II. «América se rebela», de Daniel James


Por mucho que me apene disentir con mi viejo amigo Ariel Dorfman, debo cuestionar su artículo acerca de las recientes elecciones en los Estados Unidos publicado en Página 12 el 10 de noviembre con el título de «América se revela». Como grito de angustia de un partisano comprometido, lo que escribió Ariel es comprensible. Él mismo dice que está afligido y, como instancia terapéutica para llegar a un acuerdo con su dolor, su cri de coeur puede tener algún sentido. Es una respuesta que se ha generalizado desde el 8, cuando Donald Trump ganó las elecciones.

Ese tipo de respuestas impulsadas por la emoción buscó desesperadamente explicaciones a lo aparentemente inexplicable en el racismo de Trump y sus votantes, la xenofobia, la misoginia, la homofobia y el antisemitismo. Estas «explicaciones» hacen foco en los pecados de Trump. Pero como explicaciones son parciales, en el mejor de los casos, y en el peor no son convincentes. Al continuar repitiendo esos lugares comunes o, a lo sumo, esas medias verdades que sustentan el propio sentido de rectitud moral, muchos simpatizantes y militantes del Partido Demócrata caen en el peligro de eludir un compromiso crítico serio, que permita comprender las fuerzas que llevaron a la victoria de Trump. Me parece que lo primero que debe hacer el simpatizante de un partido que pierde una elección tan catastróficamente como lo ha hecho el demócrata, es mirarse en el espejo. Y, sin embargo, el Partido Demócrata apenas es mencionado por Ariel, que no habla en absoluto de su candidata escogida.

Durante los últimos cuarenta años, lo que se conoce en los Estados Unidos como la «América media» (Middle America), básicamente trabajadores y clase media baja, ha visto sus salarios estancados y sus empleos degradados o destruidos, sin seguro médico ni jubilación, especialmente en el sector de servicios. Este proyecto neoliberal tuvo en su centro el crecimiento exponencial del sector financiero encarnado en Wall Street. Fue un proyecto bipartidista que aumentó en intensidad desde los años noventa con la desaparición de la más mínima regulación de ese sector y el crecimiento de los acuerdos internacionales de libre comercio. Sus víctimas pueden verse (aunque rara vez son reconocidas por las elites liberales de los medios) en las comunidades destrozadas y en las esperanzas amputadas de lo que los estadounidenses llaman «el corazón del país» (the heartland). Allí la drogadicción es desenfrenada, y la depresión y el alcoholismo se apoderaron del territorio. Desde 1980, el único grupo demográfico de la población estadounidense cuya tasa de mortalidad aumentó es el de la clase trabajadora blanca de más de cuarenta años, concentrado en lo que despectivamente se llama «flyover country», el país sobre el que se pasa en avión. Cada vez más estadounidenses de clase trabajadora coinciden con el gran comediante George Carlin cuando dijo, sobre el sueño americano del que Ariel habla con tanta nostalgia: «Se llama sueño americano porque para creer en él tenés que estar dormido».

Si bien este ha sido un proyecto bipartidista, en el último cuarto de siglo quedó asociado cada vez más con el Partido Demócrata, que ocupó la Casa Blanca durante 16 de los últimos 24 años. Y es un proyecto personificado en una sola familia: los Clinton. En muchos sentidos, sus efectos devastadores se han intensificado desde la crisis de 2008. Después, cuando asumió, Barack Obama simplemente eligió rescatar a Wall Street y al sector financiero y abandonar a la América media y pobre. Millones de estos estadounidenses perdieron sus hogares en 2008 y no recibieron ni un centavo de ayuda del gobierno de Obama, mientras que miles de millones de dólares fueron destinados a rescatar a los bancos. Obama entregó a los nominados por Wall Street el liderazgo de su equipo económico. El sector financiero supo cosechar las recompensas: desde 2010, el 97 por ciento de las ganancias de la economía norteamericana fue al 1 por ciento superior de la pirámide de ingresos. Mientras que el mercado de valores creció exponencialmente, la América media apenas se ha recuperado del desplome de 2008.

En estas elecciones de 2016, el Partido Demócrata y su candidata Hillary Clinton fueron los favoritos de Wall Street y de las elites estadounidenses. Pat Cadell, uno de los muy pocos encuestadores que trató de investigar qué estaba pasando más allá de la burbuja mediática del Beltway (la autopista que circunvala Washington DC), encontró que el 87 por ciento de su muestra estaba de acuerdo con la afirmación de que Estados Unidos estaba dirigido por una alianza de políticos, lobbyistas e intereses monetarios. El 65 por ciento pensaba que las elites ganarían si Hillary Clinton fuese elegida. La mayoría pensaba que las élites perderían si ganaba Trump.

En el relato de Ariel, la victoria de Trump representa la victoria final del lado oscuro de los Estados Unidos. La derrota definitiva de lo que Lincoln llamó «los mejores ángeles de nuestra naturaleza». Esa derrota, sin embargo, no debería llamarnos la atención. Los signos estaban allí: de la rampante injusticia social y económica al complejo carcelario-industrial racista, que afecta desproporcionadamente a las comunidades de color. Del presupuesto militar monstruosamente inflado, que sostiene el intento de Estados Unidos de mantener su hegemonía imperial alrededor del globo, a la muerte y destrucción de los pueblos de lo que solía llamarse el Tercer Mundo, los signos estaban allí. Trump puede ser un islamofóbico y un anti-inmigrante. Pero hasta ahora no causó la muerte de varios cientos de miles de musulmanes en todo el mundo como si lo hicieron Obama y Clinton. Tampoco deportó, todavía, más de dos millones y medio de inmigrantes como sí lo concretó Obama, causando estragos y sembrando temor en las comunidades hispanas.

Yo, como Ariel, he vivido en los Estados Unidos por mucho tiempo. Soy ciudadano estadounidense. Mi familia estadounidense está compuesta por mi esposa, nuestros hijos y el extenso clan ítalo-americano que generosamente me abrazó cuando me casé. Son gente de clase trabajadora. Mi suegro fue un obrero de salario bajo en la industria textil. Mi suegra una costurera. Sus hijos cumplieron con el sueño americano atenuado: una casa, un automóvil y un trabajo sindical con previsión social. Fueron casi siempre votantes del Partido Demócrata. En el transcurso de los años hemos estado en desacuerdo sobre distintos temas pero siempre siguieron siendo un baño importante de realidad para mí, que lo miraba todo desde el confortable y aislado balcón de la academia.

En esta elección, dos de ellos mantuvieron sus lealtades políticas residuales y a regañadientes votaron a Clinton. Básicamente porque ella no era Trump. Otro, un demócrata de larga data, miembro de un sindicato, sí votó por Trump. No es racista. Pasó su vida trabajando con afroamericanos. Ellos son sus vecinos de barrio. También dio clases para estudiantes negros en las escuelas públicas de Filadelfia. Votó por Obama en 2008 pero quedó profundamente decepcionado porque no cumplió con su promesa de cambiar el país.

¿Dónde encaja mi cuñado en la narrativa de mi viejo amigo Ariel? Aparentemente, si aceptamos lo que Ariel dice, mi cuñado estaría ahora más allá de la frontera de la decencia. Pertenecería al lado oscuro de la naturaleza estadounidense. Hillary Clinton despectivamente llamó a los votantes de Trump «una canasta de deplorables» y Ariel reitera ese anatema, condenándolos con palabras como «irredimibles», que toma directamente de Clinton. El texto de Ariel los excomulga de la sociedad decente, los expulsa fuera del universo de tolerancia multicultural que nosotros, como izquierdistas liberales que somos, deseamos construir. Debo confesar que esas palabras, cuando las escribió él, me impactaron de un modo que no lo hicieron cuando fueron pronunciadas por Hillary Clinton, con frondosos antecedentes de desprecio por la gente común. ¿Quién tiene derecho a condenar a alguien como «irredimible»? Más concretamente, ¿qué estrategia de izquierda progresista puede concebirse o imaginarse, una vez que se condena a 60 millones de personas a la perdición? ¿Incluimos también a sus hijos en esta categoría, en cuyo caso tendríamos que dar por perdido a un número todavía más grande de nuestra gente? Los anatemas funcionan distinguiendo condenados de salvados, necios de virtuosos. Entonces, como mi suegro Gino, yo preguntaría: ¿quién nos hizo Papa? Si insistimos simplemente en reafirmar nuestra propia virtud, ¿podemos seguir aspirando a una mirada crítica y dura de las fuerzas que nos llevaron a esta coyuntura desastrosa?

Nada de esto es romantizar a los estadounidenses de clase trabajadora y de clase media baja que votaron por Trump. ¿Hay un elemento importante de racismo, intolerancia y xenofobia en el resultado de las elecciones de la semana pasada? Por supuesto: esos elementos son tan de los Estados Unidos como el pastel de manzanas. Y florecerán especialmente en épocas de crisis económica y social y de guerras extranjeras, mientras la gente busque chivos expiatorios. Es imposible hablar de raza y clase por separado en los Estados Unidos o en cualquier otro lugar. ¿Pero debemos creer que hay 60 millones de racistas y proto-fascistas? ¿Entonces por qué muchos de ellos votaron dos veces a Obama?

Ahora deben plantearse preguntas cruciales: ¿sigue siendo el Partido Demócrata un vehículo viable para aquellos que persiguen una justicia social, económica y racial en los Estados Unidos? Si es así, ¿qué cambios debe realizar para alcanzar ese potencial? ¿Cuál sería el programa de un Partido Demócrata así reinventado? ¿Tendría la forma de una versión ampliada del movimiento de Bernie Sanders? Si no, ¿cuál es la alternativa? ¿Un tercer partido? Dado el duopolio antidemocrático que domina el sistema político de los Estados Unidos y su anticuada naturaleza no democrática, ¿cómo podría ser eficaz? En el corto plazo, ¿cómo se puede organizar la resistencia a Trump y cómo podemos evitar canalizar esa resistencia hacia otro demócrata del establishment en 2020? Éstas son cuestiones urgentes, particularmente en vista del probable impacto que la desilusión con Trump pueda tener en sus votantes si no logra concretar sus promesas de campaña. Ocupar el estrado moral y esperar que el electorado entre en razones y vote por otro demócrata «civilizado» de la elite política, sería una estrategia desastrosa tanto si se fracasara como si se triunfara.

En lugar de concluir con las sabias palabras de un afroamericano que reafirma que, a pesar de todo, debemos ser pacientes porque Estados Unidos es un gran país, preferiría invocar las palabras de un judío perteneciente a una familia de portugueses exiliados en Holanda, Baruch Spinoza: «No llorar, no indignarse. Comprender».




en Página 12, 19 de noviembre 2016

















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