Un pie primero
y en seguida el viento
como una tromba abierta
zumbando y presionando en mi camisa,
salí cantando al aire
sonorosos clarines,
largos pitos,
salí llorando a mares por la tierra.
Botellas numerosas
que borbotan sus múltiples sonidos,
conductos bulliciosos,
compuertas desatadas,
todos estos ríos vienen con sus bocas
a vaciarme su agua en mi cabeza.
Me fui bailando alegre,
ala y delgado hilo,
espuela transparente,
me fui de largo a largo
siguiéndome a mí mismo,
cubierto de sollozos,
volcado y cristalino;
talón en espiral y fácil junco
abandoné, romero,
la miel de mi provincia.
Tumbado y levantado al mismo tiempo
salí colina arriba,
caí vuelto campana
noche abajo,
nariz a todo vuelo, oreja al viento,
zapato desleído,
pañuelo como un beso.
Furiosos años llevo en este viaje,
me desintegro en pétalos
y la divina juventud de un día
la pierdo como un guante.
Empuño lo que puedo,
pero
como una espesa y azul caballería
la vida me da alcance,
me agarra por los dedos,
se me pega en el pelo,
se me duerme en la espalda.
Desde ese instante busco
un vaivén, un soporte, un tren expreso
que en su corriente viva,
en vilo o en volandas
me sobrelleve.
Bebo el azul a sorbos como un pájaro,
me embriago de eternidad y nunca llego,
en mis bolsillos cantan
sagrados amuletos,
y entre pedazos de pan duro
guardo celoso y desconfiado
cartas de amor que escondo
como a únicas monedas.
en Del monte en la ladera, 1960
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