Cuando estoy en el lecho con los ojos abiertos
diviso tu vestido de sombra y de humedad.
Vienes de los rincones de esos cerebros muertos
que dejaron de pensar.
Locura, te sonríes con una risa fuerte
que no ha tenido nunca una mujer terrena
y siento tus pisadas resonar en la muerte
como un ruido muy débil de un pie sobre la arena.
Locura, en el jardín haces crujir los huesos.
Arrancan los espíritus que se acercan a verme
y hay en mí un balbuceo de los últimos rezos
y mi espíritu sufre sin poder conocerme.
¡Oh los miembros que esperan unos ojos irreales
para sentir la vida que se pudre y no sana!
¡Oh locura, doncella de ojos espirituales,
aproxímame al sol y aroma la mañana!
¡Oh locura, me agradan tus movimientos finos.
Tú no has sentido nunca celos de mi imposible.
Das sombra al corazón cuando va en los caminos
bajo Dios que lo mira con su rostro invisible.
Locura, reverencias mi amor y te arrodillas
ante mí, finamente, con la humedad del siervo
y afinan mis cabellos tus manos amarillas.
¡Oh tus manos fatales son las alas del cuervo!
en Las manos juntas, 1915
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