Diálogo de medianoche
Safo: Más allá de los cabos y promontorios del ansia, más allá de los premeditados menhires del deseo, más torpes y tímidos con aquellos que más exigen algo sutil y hermoso y lleno de descanso, nos movemos y zozobramos en mareas de ilusión, a tientas buscando más allá de las inmóviles puertas de la inmortalidad.
Faón: Felices los fundadores de la ciudad enterrada, transparentes sus actos, sus ansias y leyes, unidos como nosotros hemos sido divididos. Enzarzados en guerras que cada vez tienen menos sentido, demasiado sencillos, demasiado complejos, demasiado profundos, demasiado curiosos, unimos nuestros huesos a los suyos en los sepulcros del mar ensuciando los fluctuantes suelos del amargo océano.
Safo: Insubstanciales, sin objeto, sin gracia para marcar la historia con algo más que la huella de un error típico, como un labio leporino o un ojo azul, una y otra vez transmitidos.
Safo y Faón: Por los resbalosos senderos del error perenne, nos movemos entre indolencia, indulgencia e ignorancia, la llegada sin motivo, y la partida sin motivo, atrapados por los grilletes del error que revive, causa condenada de hecho y aún desdeñada, débil compendio torpe como los besos que se confabulan para cruzarse con la muerte hasta que el tiempo nos siga, el tiempo que nos encuentra y aquí nos retiene a tiempo, en esta eterna pausa, a tientas buscando más allá de las inmóviles puertas de la inmortalidad.
1950
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