Vade retro. Cuidado con esas alegrías y esos sobos.
También está mal visto tocarles el culo a las señoras, incluida la propia. Hace
unos días, las feministas galopantes se subieron por las paredes a causa de un
anuncio publicado en la prensa —«La
puerta de atrás del cine», decía el texto— donde una foto de espaldas de la
pareja formada por un presentador y una actriz, posando frente a los
fotógrafos, mostraba la mano de él situada sobre el trasero de ella. Pese a que
la imagen —publicada en El País— fue elegida por un equipo de marketing
compuesto por ocho mujeres y dos hombres, todos por debajo de los cuarenta años
de edad, las furiosas críticas hablaron de atentado contra la dignidad de la
mujer, de incitación a la violación, de «dar
por supuesto que las mujeres están para satisfacción sexual de los varones»,
y de publicidad ilícita por utilizar el cuerpo femenino, o parte del mismo, «como mero objeto desvinculado del producto
que se pretende promocionar». Tela. Cómo sería la cosa, que incluso la
directora general del Instituto de la Mujer tomó cartas en el asunto,
asegurando que la imagen de ese anuncio era «vejatoria para las mujeres», y las reducía «a un simple objeto sexual al servicio de los hombres, claramente
ofensivo para las lectoras». Por supuesto, el apabullado diario en
cuestión, por tecla de su defensor del lector, dio en el acto la razón a las
feministas y pidió disculpas. No era nuestra intención. Cielo santo. No volverá
a ocurrir, etcétera. Y las niñas de la matraca se apuntaron otra. Así van ellas
de crecidas. Que se salen.
A ver si nos aclaramos. Una cosa es que las erizas,
cabreadas con motivo y en legítimo ejercicio de autodefensa, marquen con
claridad las reglas del juego: intolerancia absoluta frente a machismo y
violencia sexual. Eso es lógico y deseable, y ningún varón decente puede
oponerse a ello. Por lo menos, yo no puedo. Ni quiero. Pero otra cosa es que,
jaleadas por demagogos oportunistas, acatadas sin rechistar sus exigencias por
quienes no desean buscarse problemas, una peña de radicales enloquecidas
mezclen de continuo las churras con las merinas, empeñadas en someternos a la
dictadura de lo socialmente correcto, retorciendo el idioma para adaptarlo a
sus atravesados puntos de vista, chantajeándonos con victimismo desaforado,
acorralando el sentido común hasta el límite de la más flagrante gilipollez. Y
al final conseguirán que retrocedamos en el tiempo, que no se distinga
socialmente el acoso sexual del simple ligoteo de toda la vida, que un amante
se convierta en violador y deba avergonzarse de sus gestos en público, y que
todo cuanto tiene que ver con la belleza de los cuerpos y la deliberada,
consentida, gratificante y necesaria relación física entre hombres y mujeres, produzca
recelo y se rodee de un ambiente sórdido y clandestino. Esa panda de tontas de
la pepitilla va a lograr que todo parezca malo y obsceno otra vez, y que a los
críos se los eduque de nuevo en la hipocresía de hace cuarenta años, cuando en
los cines se censuraban escotes, faldas cortas y escenas de besos, y los
obispos de turno —también diciendo velar por la dignidad de la mujer— le ponían
a todo la etiqueta del pecado.
Respecto a los culos de señoras en concreto, qué
quieren que les diga. Que me fusilen las talibanes de género y génera, pero he
puesto la mano en alguno, como todo el mundo. Y creo recordar que no sólo la
mano. La verdad es que nunca se me quejó nadie. Incluso, puestos a echarnos
flores, lo que también hicieron algunas señoras fue poner la mano en el mío,
con perdón, sin que nadie las obligara. En el mío como en el de cualquier varón
normalmente constituido que les apetezca, supongo, y con el que exista la
intimidad adecuada para el caso. Porque afortunadamente —y que no decaiga, vive
Dios— también ellas se las traen, cuando quieren traérselas. Además, no sé por
qué diablos dan por supuesto las integristas de los huevos que todas las
mujeres se sienten, como ellas, ofendidas cuando un hombre les pone la mano en
el culo. Sobre todo si ese hombre lo hace seguro del terreno que pisa, y con
consentimiento expreso o tácito del culo en cuestión. El sexo es una calle de
doble sentido, y ahí precisamente radica la maravilla del asunto. En el toma y
daca. A ver qué tiene que ver el culo con las témporas. Coño.
en Cuando éramos honrados mercenarios, 2009
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