lunes, julio 25, 2016

“El amante y la amante: sobre ‘Poemas de Amor’, de Alfonsina Storni”, de Alan Meller






Poemas de Amor comienza con una advertencia de Storni. Nos dice que escribió estos textos en pocos días y que no pretenden ser una obra literaria. Ha de ser inseguridad, falsa modestia o ignorancia del propio talento. Poemas de Amor es una obra literaria, existe una voz poética que atraviesa todos estos fragmentos y, simultáneamente, evoluciona junto al derrumbe del amor.

En estos sesenta y siete fragmentos, Alfonsina Storni nos narra el viaje de un amor, del éxtasis al ocaso. Me es inevitable compararlo con otro libro que realiza ese recorrido y, además, contiene en su título, el de Storni, me refiero a los Veinte poemas de amor, publicado dos años antes. En ellos, el joven Neruda nos dice que la mujer que ama se parece al mundo en su actitud de entrega; que él la va a socavar como un labriego y, para ello, le implora sígueme, sígueme o tirará sus redes para impedir que se le escapen aquellos ojos oceánicos. Esta mujer, a la que Neruda llama niña, muñeca o mariposa, es acogedora como un viejo camino, como una estatua temerosa; es callada como la noche y Neruda le insiste cuánto le gusta que esté callada. Ya veremos que esa mujer a la que Neruda amó, jamás podría haber sido Alfonsina.

A diferencia de Neruda, que le canta al cuerpo de mujer, a su piel, sus senos, sus ojos; para Storni, el cuerpo de su amante solo cobra sentido en las estelas que deja en ella. Storni no le canta al amante, pues estos poemas se centran en el amor que ella siente en su cuerpo; en la transformación espiritual del mundo que la poeta percibe mientras dura su intoxicación amorosa; es su cuerpo enamorado lo que describen estas imágenes. Tras estar con su amante, en vez de exhibir su cuerpo, como hace Neruda, describe el propio cuerpo alterado por el encuentro. Antes del encuentro nos dice que su corazón está lívido, muerto, rígido; pero tras estar con él, nos dice: mirad mi pecho, ¿veis?, mi corazón está rojo, jugoso, maravillado. El amante la ha despertado: la tempestad ha estallado.

Neruda parece querer vanagloriarse del cuerpo que forjó como una flecha en su arco y lo exhibe orgulloso: Ah, las rosas del pubis. Storni, en cambio, nos lo oculta: ¿Quién es el que amo? No lo sabréis jamás. ... no veréis más que el fulgor del éxtasis. Es su propio éxtasis lo que revela Storni, el fulgor y ocaso de su éxtasis. Nos dice que ama el alma de aquel hombre; pero no la describe más que a través de lo que ésta le produce: me envuelve, me transforma, me satura, me hechiza.

Si Neruda tira sus tristes redes para atrapar los ojos oceánicos de su amante; Storni, en cambio, retiene en sus propios ojos el resplandor de la última mirada de su amante. Y, entonces, corro a encerrarme, apago las luces, evito todo ruido para que nada me robe un átomo de la substancia etérea de tu mirada. ... Toda la noche, con la yema rosada de los dedos, acaricio los ojos que te miraron. Storni no necesita redes para atrapar aquellos ojos, aquel cuerpo, pues cuando toca el propio está con él. El amante casi no existe, es un fantasma, una aparición, una abstracción de hombre que puede ser sustituido por cualquier otra abstracción, sin embargo, lo que él le produce, no: lo que queda en ella de cada uno de esos encuentros es más importante que los encuentros en sí. Ella lo ama para poder gozarlo en su ausencia, se toca, recordando los ojos que lo vieron. Ella lo necesita para sus propios propósitos. De él no sabemos casi nada; de ella, todo.

Neruda nos dice en su poema que esos serán los últimos que le dedicará a su amante; Storni, en cambio, no busca plasmar la existencia de aquel hombre a través de sus palabras, sino que es su propia existencia la que debe mantener a salvo: hablo para sentir que existo, porque si no hablara mi lengua se paralizaría, mi corazón dejaría de latir, toda yo me secaría deslumbrada. No le escribe al amante, se escribe a sí misma.

El cuerpo de Storni, sometido a la anarquía de este amor, pierde su unicidad: el corazón, con latidos enloquecidos, le dice que necesita romper ese pecho y volar hasta agujerear las paredes del pecho del amante para unirse a él. Su cara se ha transfigurado. Sus manos se desprenden de su cuerpo y, como mariposas, vuelan y revolotean sobre él.

Para Neruda el amor está afuera: es una mujer que se le escapa (de otro, será de otro). La mujer se aleja y, con ella, el amor. El poeta queda abandonado. El amor de Storni, en cambio, ha sido despertado por aquel hombre etéreo que nos oculta, pero el amor reside no en aquel hombre sino en su propio cuerpo. Ama las sensaciones que él le hace sentir más de lo que lo ama a él. No se enamora de la droga, sino de sus efectos: Vivo como rodeada de un halo de luz. Este halo parece un fluido divino a través del cual todo adquiere nuevo color y sonido. ... No estoy loca, pero lo parezco. Le adjudica omnipotencia, poderes mágicos, a este estado: me obstinaba en el milagro: clavando mis ojos en una planta pequeña, raquítica, muriente, le ordenaba: ¡Crece, ensancha tus vasos, levántate en el aire, florece, enfruta! Como una adicta a las sustancias que el amor disemina por su cuerpo anhela más las sensaciones que los encuentros: No quiero verte. Porque temo destruir el recuerdo de la última vez que te vi.

En apenas 5 de los 67 fragmentos Storni habla de un “nosotros”. Pero no siempre el plural de la primera persona es símbolo de la unión de dos singulares. En el fragmento 50, ella recuerda una tarde en que sus corazones se encontraron, y ella le preguntó qué forma le veía a una estrella. Él respondió, al parecer no muy intoxicado de amor: La de siempre. Storni, intoxicadísima, veía aquella estrella aumentada, con extraños picos y fulgurando un brillo verdáceo.

Diez fragmentos después, aparece el último “nosotros”. Ella está sola y busca aquel “nosotros” repitiendo los paseos que hicieron juntos. Deambula como una yonqui que comienza a bajar de la euforia y precipitarse lentamente en la agonía y la noche, donde las estrellas ya no fulguran y la luna, ella nos dice, se ve descolorida. La abstinencia del amor comienza a causar estragos: Mi alegría feroz se ha convertido en una feroz tristeza. Ambulo por las calles ... doy vueltas y más vueltas. Busco los parajes solitarios. Me acurruco debajo de los árboles y desde allí espío a los que pasan con ojos sombríos.

Al final de los 20 poemas de amor, Neruda se victimiza: Es la hora de partir. Oh abandonado. En sus poemas de amor, Storni no se victimiza; su amante también se va, pero ella parece haber obtenido todo lo que buscaba en él. Si volvieras, te rechazaría, le dice. Pues ha extraído del ser mortal de su amante: a un fantasma aeriforme que mira con tus ojos y acaricia con tus manos, pero que no te pertenece. Es mío, totalmente mío. Neruda quería poseer a una mujer (eres mía, eres mía, le decía), pero no fue capaz, pues fue de otro. Storni sabe que no puede poseer a aquel hombre, pero tampoco lo necesita, pues no quiere ser de otro, ni quiere a otro suya: toma a su fantasma entre sus brazos y con el antiguo modo de péndulo, largo, grave y solemne, mece el vacío...



Texto leído en la presentación del libro
Poemas de amor, de Alfonsina Storni
Espacio Estravagario
15 de julio de 2016







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