Deleuze en una ocasión definió la operación del poder como
un separar a los hombres de aquello que pueden, es decir, de su potencia. Las
fuerzas activas están impedidas en su ejercicio, o porque son privadas de las
condiciones materiales que lo hacen posible, o porque una prohibición hace este
ejercicio formalmente imposible. En ambos casos, el poder -y es esta su figura
más opresiva y brutal- separa a los hombres de su potencia y, de ese modo, los
vuelve impotentes. Existe, sin embargo, otra y más engañosa operación del
poder, que no actúa de forma inmediata sobre aquello que los hombres pueden
hacer -sobre su potencia-, sino más bien sobre su impotencia, es decir, sobre lo
que no pueden hacer, o mejor aún, pueden no hacer.
Que la potencia también es siempre constitutivamente impotencia,
que todo poder hacer es ya siempre un poder no hacer, es la adquisición
decisiva de la teoría de la potencia que Aristóteles desarrolla en el libro IX
de Metafísica. "La impotencia [adynamía] -escribe- es una privación
contraria a la potencia [djnamis]. Toda potencia es impotencia de lo mismo y respecto a lo mismo [de lo que
es potencia]". "Impotencia" no significa
aquí sólo ausencia de potencia, no poder hacer, sino también y sobre todo
"poder no hacer", poder no ejercer la propia potencia. Y es
precisamente esa ambivalencia específica de toda potencia, que siempre es
potencia de ser y de no ser, de hacer y de no hacer, la que define ante todo la
potencia humana. Es decir, el hombre es el viviente que, existiendo en el modo
de la potencia, puede tanto una cosa como su contrario, ya sea hacer como no hacer.
Esto lo expone, más que a cualquier otro viviente, al riesgo del error, pero a
la vez le permite acumular y dominar libremente sus propias capacidades, transformarlas en
"facultades". Puesto que no sólo la medida de lo que alguien puede
hacer, sino también y antes que nada la capacidad de mantenerse en relación con
su propia posibilidad de no hacerlo, define el rango de su acción. Mientras que
el fuego sólo puede arder y los otros vivientes pueden sólo su propia potencia
específica, pueden sólo este o aquel comportamiento inscripto en su vocación
biológica, el hombre es el animal que puede su propia impotencia.
Es sobre esta otra y más oscura cara de la potencia que
hoy prefiere actuar el poder que se define irónicamente como
"democrático". Este separa a los hombres no sólo y no tanto de lo que
pueden hacer sino sobre todo y mayormente de lo que pueden no hacer. Separado
de su impotencia, privado de la experiencia de lo que puede no hacer, el hombre
de hoy se cree capaz de todo y repite su jovial "no hay problema" y
su irresponsable "puede hacerse", precisamente cuando, por el
contrario, debería darse cuenta de que está Sobre lo que podemos no hacer entregado
de manera inaudita a fuerzas y procesos sobre los que ha perdido todo control.
Se ha vuelto ciego respecto no de sus capacidades sino de sus incapacidades, no
de lo que puede hacer sino de lo que no puede o puede no hacer.
De aquí la confusión definitiva, en nuestro tiempo, de los
oficios y las vocaciones, de las identidades profesionales y los roles
sociales, todos ellos personificados por un figurante cuya arrogancia es
inversamente proporcional a la provisionalidad e incertidumbre de su actuación.
La idea de que cada uno pueda hacer o ser indistintamente cualquier cosa, la
sospecha de que no sólo el médico que me examina podría ser mañana un videasta,
sino que incluso el verdugo que me mata ya sea en realidad, como en El proceso de
Kafka, un cantante, no son sino el reflejo de la conciencia de que todos simplemente
están plegándose a esa flexibilidad que hoy es la primera cualidad que el mercado
exige de cada uno.
Nada nos hace tan pobres y tan poco libres como este extrañamiento
de la impotencia. Aquel que es separado de lo que puede hacer aún puede, sin embargo,
resistir, aún puede no hacer. Aquel que es separado de la propia impotencia pierde,
por el contrario, sobre todo, la capacidad de resistir. Y así como es sólo la
ardiente conciencia de lo que no podemos ser la que garantiza la verdad de lo
que somos, así también es sólo la lúcida visión de lo que no podemos o podemos
no hacer la que le da consistencia a nuestro actuar.
en Desnudez, 2011
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