Hablo poco. Hablo poco y cada vez hablo menos. En primer lugar porque me
distraigo y olvido el tema de las conversaciones y en segundo lugar porque las
personas no esperan que les responda sino que las oiga, lo que es fácil si asientes
de vez en cuando y dices “Pues claro”, cuando me miran con las cejas levantadas
a la espera de aprobación y aplauso. Me he hecho un especialista del “Pues claro”,
que sé pronunciar por lo menos en veintitrés tonos diferentes, según el humor y
el ímpetu (o la falta de él) del interlocutor, y si me preguntan con sorpresa “¿Pues
claro qué?”, tuerzo la boca en una sonrisa enigmática y sutilmente aprobadora
para que el otro, tranquilizado, deshaga sus dudas, me dé en el hombro una
palmada satisfecha, suelte con alivio “Me di cuenta enseguida de que estabas de
acuerdo conmigo" y se lance a un relato sinuoso en cuya primera curva me pierdo,
aunque vuelva a murmurar pensando quién sabe en qué. “Pues claro”, en los
intervalos de silencio que de vez en cuando me abren, destinados a mi
admiración y a mi aplauso. Porque yo puedo no hablar (y no hablo) pero estoy de
su parte, estoy siempre de su parte, y estoy de su parte por no haber escuchado
nada y porque detesto argumentar, tener razón, opiniones, convicciones,
motivos. Por eso me limito al “Pues claro” y al asentimiento mudo. Concentrado.
Fruncido el ceño. Fraternal. Algunas veces sustituyo esta forma de aplauso por
un suspiro que significa “A mí me lo vas a decir”, o por el adverbio “Exactamente”,
que al contrario de lo que se pueda imaginar es el más vago, inocuo y
estimulante de los comentarios, aquel que posibilita a mi compañero explorar
diversas variantes de su tema, cotejarlas, elegirlas, rechazarlas, enfrentar
unas con otras, valorar su densidad y su peso “Exactamente” que en general hago
seguir de la frase: “Ya te digo”, que hasta ahora se ha revelado como un éxito
seguro.
Por eso no comprendo lo que ocurrió la semana pasada, cuando Pedro me
telefoneó y quedamos en la cafetería de al lado de su casa. Yo pedí un té de
limón y él pidió un café y comenzó a hablar. Eran las tres de la tarde, sólo
había un señor mayor resolviendo crucigramas en una mesita cerca del escaparate
y el camarero limpiando botellas detrás de la barra. No comprendo por qué me comporté
como de costumbre. Dije “Pues claro”, asentí con la cabeza, esbocé la sonrisa
enigmática alentadora, murmuré en cuatro o cinco ocasiones “Ya te digo”, suspiré
solidario “A mí me lo vas a decir”.
Pedro me dio en el hombro una palmada satisfecha “Me di cuenta enseguida de
que estabas de acuerdo conmigo” y aproveché para añadir, pensando en Ana, en el
cuerpo de Ana, en los besos de Ana “Si yo fuese tú haría lo mismo”, y no
entiendo el motivo que lo llevó a sacar el revólver y a pegarme dos tiros en el
pecho.
Me preocupa sobre todo que Ana se quede sola con los niños por tener a su
marido en la cárcel. Me preocupa también no poder visitarla por estar aquí en
el hospital conectado a este aparato sin poder levantarme. Es poco probable que
vuelva a verla: el médico ha accedido a esperar a que mi hermana menor llegue
del Fundão para despedirse de mí antes de desconectar el aparato.
en Libro de
crónicas, 2013
1 comentario:
https://www.df.cl/noticias/empresas/actualidad/icare-elige-a-juan-benavides-como-nuevo-presidente-del-directorio/2016-01-18/155254.html#
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