Yo tenía siete años cuando comprendí el sentido de
«malo» y «bueno», porque fue entonces cuando me fijé que mi padre se casó con
tres esposas como hacían en aquellos tiempos, aunque ahora no es corriente. Mi
madre era la última con quien se casó y solo parió dos hijos pero el resto
parieron solo hijas. Así que por eso las dos esposas que solo tenían hijas
odiaban a mi madre, a mi hermano y a mí en demasía, porque creían que sin duda
mi hermano y yo seríamos los jefes de la casa de nuestro padre y también de
todas sus propiedades después de su muerte. Mi hermano tenía once años entonces
y yo siete. Así que fue a esta edad cuando comprendí del todo el sentido de
«malo» por el odio y todavía no conocía el sentido de «bueno».
Mi madre era una vendedora ambulante que iba a varios
mercados todos los días para vender sus artículos y volvía a casa por la noche,
o si el mercado está muy lejos volvía al día siguiente por la noche porque era
muy trabajadora.
En aquellos días de un año desconocido, porque yo era
demasiado chico para tener en mi mente el número del año en esos tiempos, había
muchas clases de guerras en África y algunas son como sigue: guerras generales,
guerras tribales, guerras de ladrones y las guerras de esclavos que eran muy
frecuentes en todas las ciudades y aldeas y especialmente en los mercados
famosos y en las carreteras principales de las ciudades grandes a cualquier
hora del día o de la noche. Esas guerras de esclavos traían mala suerte a
jóvenes y viejos en aquellos días, porque si uno era capturado le vendían como
esclavo a los extranjeros, los cuales se lo llevaban a un destino desconocido
para matarlo en honor del dios del comprador o para trabajar para él.
Pero como mi madre era una vendedora ambulante que iba
de aquí para allí, una mañana se fue a un mercado que estaba a unos cinco
kilómetros de nuestro pueblo y nos dejó dos rodajas de ñame cocido (para mi
hermano y para mí) como venía haciendo. Cuando eran las doce del mediodía los
gallos empezaron a cantar continuamente, entonces mi hermano y yo entramos en
el cuarto de mi madre, en donde ella nos guardaba los dos ñames en rodajas o en
cachos para que las dos esposas que nos odiaban no pudieran envenenarlos,
entonces mi hermano cogió un ñame y yo cogí el otro y nos pusimos a comer al
mismo tiempo. Pero mientras estábamos comiendo los ñames dentro del cuarto de
mi madre, estas dos esposas que nos odiaban oyeron antes que nosotros que la guerra
estaba casi llegando al pueblo, así que las dos huyeron con sus hijas sin
informarnos ni llevarnos con ellas y eso que todas sabían ya que nuestra madre
estaba fuera.
Y como éramos muy jóvenes para saber el sentido de
«malo» y «bueno», los dos nos pusimos a bailar al oír los ruidos de los cañones
del enemigo que reverberaban dentro del cuarto en el que estábamos comiendo los
ñames, porque los árboles grandes y las muchas colinas con hoyos profundos
rodeaban enteramente el pueblo y convertían los ruidos terribles de los cañones
del enemigo en algo muy excitante y nosotros bailamos con los excitantes ruidos
de los cañones del enemigo.
Pero como estos enemigos se acercaban más al pueblo los
excitantes ruidos de sus cañones se volvieron terribles porque todos los sitios
temblaban en ese momento. Así que, cuando no pudimos soportarlo, entonces
salimos del cuarto de nuestra madre a la veranda, pero no encontramos a nadie
allí y entonces corrimos de allí al pórtico de la casa, pero el pueblo también
estaba vacío excepto por los animales domésticos, como ovejas, cerdos, cabras y
aves de corral, y también algunos animales de la maleza, como monos, lobos,
ciervos y leones, que habían huido de la selva que rodeaba el pueblo, asustados
por los ruidos de los cañones del enemigo. Todos estos animales corrían y
chillaban amargamente de un lado para otro buscando a sus dueños.
Inmediatamente que vimos que no había nadie en el pueblo salimos fuera, porque
todo el rato estábamos en la puerta mirando a todas partes del pueblo asustados
y dudosos.
Así que primero viajamos hacia el norte del pueblo
porque había un camino que llevaba al pueblo de nuestra abuela, que no estaba
muy lejos del nuestro.
Pero como estos animales nos estaban dando muchos
problemas y miedo y molestándonos, al final dejamos de correr hacia el norte y
entonces fuimos hacia el sur donde había un río grande que cruzaba el camino
por el que viajaríamos hasta encontrar un sitio protector para escondernos.
Y como los enemigos se aproximaban más, dejamos el río
en seguida y cuando avanzamos más por la carretera llegamos a una especie de
árbol frutal africano que estaba junto a la carretera, entonces nos paramos
debajo de él para buscar cobijo, pero cuando estábamos dándole la vuelta al
árbol rápidamente por si quizás veíamos un cobijo allí, dos frutas maduras
cayeron de él, entonces mi hermano las cogió las dos y se las guardó en el
bolsillo y empezó a llevarme o cargar conmigo por este camino porque yo era
demasiado pequeño para correr tan rápido como él. Pero como él era demasiado
pequeño para llevarme o cargar con un peso como el mío, por eso no pudo
llevarme una distancia de unos cuatro metros sin caerse cuatro veces o más.
Cuando lo intentó con todas sus fuerzas varias veces y
falló y otra vez en ese momento la brisa trajo a nuestras narices el olor de la
pólvora de los cañones del enemigo que estaban disparando repetidamente y esto
nos asustó más, entonces mi hermano me cargó otra vez una distancia muy corta,
pero cuando yo vi que se caía varias veces, entonces le dije que me dejara en
el camino y corriera para salvar su vida y si quizás se salvaba podría cuidar a
nuestra madre, pues ella no tenía más hijos que nosotros, y le dije que si Dios
salva mi vida también entonces nos encontraríamos otra vez, pero si Dios no
salva mi vida nos encontraríamos en el cielo.
Pero mientras yo le decía estas tristes palabras sus
dos ojos derramaban lágrimas repetidamente, desde luego mis ojos no derramaron
ninguna lágrima porque yo tenía esperanzas de que sin duda me cogerían o
matarían fácilmente. Y fue ese día cuando comprendí que si el miedo es
demasiado, una persona ya nunca tendrá miedo de nada. Pero como el humo de los
cañones del enemigo ya se veía, mi hermano me dejó en ese camino con pena,
luego se paró y se metió la mano en el bolsillo y sacó las frutas que cayeron
del árbol bajo el que estuvimos a punto de escondernos antes; me dio las dos
frutas en lugar de una. Después de eso echó a correr lo más rápido que pudo por
este camino hacia los enemigos sin darse cuenta y todavía estaba mirándome
mientras corría.
Así que cuando ya no le veía en el camino me metí las
dos frutas en el bolsillo y luego volví al árbol bajo el cual las recogimos y
me quedé allí solo para protegerme del sol. Pero cuando los enemigos estaban a
una distancia como de doscientos metros del sitio donde yo estaba no pude oír
más por los ruidos que hacían los cañones del enemigo y como yo era demasiado
pequeño para oír unos ruidos tan terribles y esperar, me metí en la maleza bajo
este árbol frutal. Este árbol fue una SEÑAL para mí y desde ese día le llamé LA
SEÑAL DEL FUTURO.
Ahora me quedé solo en la maleza, porque ni hermano, ni
madre, ni padre ni ningún otro defensor podía salvarme o dirigirme si o cuando
algún peligro es inminente. Pero como estos enemigos se habían acercado tanto a
nosotros por mi culpa antes de que mi hermano se fuera, le capturaron dentro de
quince minutos desde que me dejó, pero solo le capturaron como esclavo y no le
mataron, porque oí su voz cuando gritó más fuerte pidiendo socorro.
en Mi vida en la maleza de los fantasmas,
1954
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