Capítulo VII
Habían transcurrido más de cinco años cuando el
Maestro nos propuso presentarnos al examen de graduación.
—No es cuestión simplemente de que demuestren su
habilidad —explicó—. Se asigna un valor aún mayor a la conducta espiritual del
arquero, hasta a su más mínimo ademán. Espero que, sobre todo, no se dejen
confundir por la presencia de espectadores, que cumplan la ceremonia sin
perturbaciones, como si estuvieran solos.
Durante las semanas siguientes trabajamos sin pensar
en el examen, ni siquiera se dijo una palabra sobre el tema y a menudo la clase
era interrumpida después de unos pocos disparos. En cambio, se nos invitó a
representar la ceremonia en nuestras casas, ejecutando sus posturas y etapas
con especial cuidado de que la respiración fuera profunda y correctamente
realizada.
Practicamos como se nos había dicho y descubrimos que
apenas nos hubimos acostumbrado a "danzar" la ceremonia sin arco ni
flecha, comenzamos a sentirnos excepcionalmente concentrados desde los primeros
pasos. Esta sensación se hacía más evidente cuanto más cuidado poníamos en
facilitar el proceso de concentración mediante el relajamiento del cuerpo. Y
cuando, en el momento de la lección, practicábamos nuevamente, pero en ese caso
con flecha y arco, comprobábamos que los ejercicios hechos en nuestras casas
eran tan fructíferos que desde entonces pudimos lograr sin mayor esfuerzo el
estado de "presencia de espíritu". Nos sentíamos tan seguros de
nosotros mismos que esperábamos ansiosos, pero serenos y ecuánimes, el gran día
de la prueba y la presencia de público.
Pasamos el examen con tal holgura que el Maestro no
tuvo que reclamar indulgencia a los espectadores con una sonrisa turbada y se
nos extendieron los diplomas de Maestros en el acto. El Maestro, ataviado con
una túnica de suprema magnificencia, puso un broche de oro a la prueba con dos
tiros magistrales. Algunos días después mi esposa recibía en un certamen
público el título de Maestro en el Arte del Arreglo Floral.
A partir de ese momento, las lecciones tomaron
distinto cariz. Dándose por satisfecho con unos pocos tiros de práctica, el
Maestro procedía a exponer la Gran Doctrina y su vinculación con el arte del
tiro con arco y a adaptar sus fundamentos a la etapa a la que hasta entonces
habíamos llegado. Aunque se valía de misteriosas imágenes y de oscuras
metáforas, la más pequeña insinuación bastaba para que comprendiéramos lo que
quería decir. Se refirió especialmente al "arte sin artificio", que
debe ser la meta del tiro con arco si éste desea alcanzar la perfección.
"Sólo de aquel que puede disparar con el cuerno de la liebre y el pelo de
la tortuga y puede acertar el centro sin arco (cuerno) ni flecha (pelo), sólo
de él puede decirse que es Maestro en el más alto sentido de la palabra,
Maestro del arte sin artificio. En realidad es él mismo arte sin artificio y
por ende Maestro y no-Maestro en uno. En este punto el tiro con arco,
considerada el movimiento inmóvil, la danza no bailada, penetra en la Doctrina
Zen".
Cuando le pregunté cómo podríamos hacer para
prescindir de él cuando volviéramos a Europa, me contestó:
—Su pregunta ha sido ya contestada cuando le hice
pasar el examen. Ha alcanzado ya un estadio en el cual Maestro y alumno no son
ya dos personas sino una. Puede alejarse de mí cuando quiera. Aunque anchos
mares nos separen, estaré desde ahora siempre con usted, cada vez que practique
lo que ha aprendido conmigo. No necesito pedirle que persevere practicando regularmente,
que no suspenda las prácticas por ningún motivo, sea cual fuere, y que no deje
pasar un día sin representar la ceremonia, aun sin arco ni flecha, o al menos
sin haber respirado adecuadamente. No necesito pedírselo porque sé que nunca
podrá ya renunciar al tiro con arco espiritual. Nunca me escriba una palabra
sobre ella, pero envíeme alguna fotografía de vez en cuando para que yo pueda
ver cómo tiende el arco. Me bastará con eso para saber todo cuanto necesitaré
saber.
—Sólo debo advertirle una cosa —continuó—. En el curso
de estos años usted se ha convertido en otra persona pues es esto precisamente
lo que el arte del tiro con arco significa: una contienda profunda y
trascendente del arquero consigo mismo. Quizás usted apenas lo haya notado, pero
lo sentirá profundamente cuando vuelva a su país y se encuentre con sus amigos
y sus relaciones; las cosas con ellos ya no armonizarán como antes. Verá con
otros ojos y medirá con otras medidas. Me ha ocurrido a mí también y les sucede
a todos cuantos son tocados por el espíritu de este arte.
En el momento del adiós (y no del adiós, sin embargo)
el Maestro me entregó su mejor arco:
—Cuando dispare con este arco —dijo— sentirá cerca de
usted el espíritu del Maestro. ¡No lo ponga en manos de curiosos! Y cuando haya
llegado más allá de él, no lo guarde como una reliquia o un recuerdo.
Destrúyalo, de modo que nada quede de él, salvo un puñado de cenizas.
en Zen en el
arte del tiro con arco, 1948
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