Hanif Kureishi (Londres, 1954) se ha hecho algo mayor, pero
la edad le sienta bien. Parece un caballero venerable, con ese gabán, chaqueta
y canas. No hay trazas en su atuendo de aquel mozuelo paquistaní-inglés con
camisas holgadas y melena acid que
parecía de Happy Mondays. Estamos en el Condes de Barcelona, y su inicial
actitud —algo hosca— se va a ir diluyendo según avance nuestra hora de amena
charla y el capuchino surta efecto. Kureishi habla en un acento desclasado que,
sin embargo, se escora hacia la clase media, y está en la Ciudad Condal
presentando su última novela. Pero sí hablaremos de valentía, de estar todo el día
en pijama, de Billy Idol y Karl Ove Knausgard, de la fetua y de no ser ya un
fiestero.
Alguien definió
Bromley, tu barrio natal, como “una lobotomía con ladrillos”.
Sí… Pero Billy Idol venía de allí, también Siouxsie and
The Banshees, todos iban a mi colegio… Así que había mucho maquillaje, mucho
sexo y muchas fiestas. Bowie había ido a la misma escuela que nosotros, de
hecho. Así que todo era aburrido y excitante a la vez. Esperé en muchas paradas
de autobús bajo la lluvia, pero por otro lado quedaba un pequeño resquicio de
esperanza: acabar en la música pop, escribiendo, en la moda… Se vislumbraba una
mayor movilidad social. Todos nuestros padres trabajaban en empleos respetbales, pero la generación de los Beatles
y Who se había saltado aquello. Así que buscamos una forma de escapar a aquel
destino, metiéndonos en las artes.
¿Cómo te cambió todo
aquello, de niño a adolescente?
Hace poco me compré la autobiografía de Billy Idol. Yo
era distinto a todos aquellos punks. Era muy estudioso y leía mucho. Ellos eran
gente sociable, que es un elemento clave si formas parte de una banda. Pero
para ser escritor, tienes que estar sentado en tu casa. Todo el día. En pijama.
Y tienes que pasar años así, desconectado de todo. Yo ya tenía esa disciplina,
y me gustaba. Sigue sin importarme pasar el día entero sentado en mi escritorio.
Quería explicar las fiestas, los abortos, las
sobredosis… Todo lo que me rodeaba y solo había leído en novelas americanas.
Tiene que gustarte la
soledad para emprender el camino de la literatura.
En efecto. Si eres astronauta, no puedes tener vértigo.
Estar solo va conmigo. Si no va contigo, es imposible hacerlo. Incluso cuando
trasnochaba escribía durante el día. Mi padre era distinto a los demás padres,
porque era inmigrante, y habíamos venido a Inglaterra a triunfar. No habíamos
viajado desde Pakistán para que nos lapidaran, como decía mi padre; eso lo podríamos
haber conseguido allí. Veníamos aquí a trabajar, a labrarnos una posición en
Inglaterra, a tener éxito. Era el credo familiar.
Cuando hablas de que
ya escribías de joven, ¿sobre qué escribías?
Yo quería ser novelista. Explicar lo que sucedía a mi
alrededor: las fiestas, las locuras, las drogas, los abortos, las sobredosis…
Todo lo que me rodeaba de joven, y que solo había leído en novelas americanas. Especialmente en Kerouac y en los beats, a quienes adoraba. Pero
entonces pensé que quería hablar también de raza. Y eso me llevó mucho tiempo,
encontrar un modo de hablar de raza a la vez que hablaba de LSD y melenas y
Bowie. Ya de muy joven pensaba en El buda
de los suburbios. No sabía qué diablos estaba haciendo, pero ya pensaba en
unir a Jimi Hendrix y Enoch Powell.
Durante años creí que
lo de escribir novelas era terapéutico, pero ahora veo que estar aislado en una
habitación durante largo tiempo daña la psique.
Para mí no es terapia. Es trabajo. No me siento allí
con la intención de entender mi vida. Solo es terapia en el sentido de que es
algo que me encanta hacer, y por tanto me sienta bien, y por añadidura mantiene
a mi familia. Lo que, por supuesto, es altamente terapéutico. Miro mi hogar y
me digo: “Esta puta casa la conseguí escribiendo putos relatos. Es alucinante”.
Te sube la moral hacer algo que haces bien. La terapia es la propia creación.
Cuando un autor se
hace muy famoso, ¿no teme volverse un rockstar
alejado del mundo, como Mick Jagger?
De repente tienes que convertirte en escritor. No
puedes apuntar lo que te pasó ayer. Tienes que empezar a pensar de qué vas a
escribir, porque tu bagaje ya está escrito. Es muy difícil ser escritor cuando
ya has usado todas las historias de tu adolescencia. Es como un grupo pop que
ya ha hecho un gran primer álbum, y ha utilizado todo el material que tenía, y
entonces piensa “a dónde mierda vamos”. Por suerte, o por desgracia para
Rushdie [sonríe], empezó la fetua. Empecé a pensar en religión, en fundamentalismo,
en mi comunidad. Me topé con Brian Eno un día y le conté que estaba escribiendo algo que no le interesaba a nadie: fundamentalismo musulmán. Y él me
dijo: “Eso me interesa”. Me fascinaba porque era una nueva forma de fascismo.
Así que empecé a ir a mezquitas y a charlar con muchachos jóvenes. De ahí salió
El álbum negro y “Mi hijo, el
fanático”.
¿No temiste meterte en
un terreno demasiado serio para un autor con traza cómica como tú? Los
fundamentalistas islámicos no son la alegría hecha persona…
Cierto, pero era nuevo. Nadie había visto algo así
antes. Eran muchachos de 19 años, mucho más jóvenes que yo. Y revolucionarios.
Nosotros también habíamos sido revolucionarios, pero no así. Todos mis amigos
habían sido trotskistas, o maoístas… Un amigo me dijo el otro día: “Tengo
cuatro casas, y eso que era maoísta”. El hombre se lo creía, estaba en las
líneas de los piquetes a las cinco de la madrugada. Así que haber sido revolucionario
en tu juventud no era algo nuevo, pero sí el nivel hardcore de esos muchachos. Quiero decir que van a Siria o Irak.
Y anhelan morir…
Y anhelan morir. Mientras que a ninguno de nosotros nos
seducía lo de morir [sonríe].
Según creo te costó enfrentarte
a tu rol de adulto con hijos. Es complicado eso de ser adulto cuando realizas
un trabajo artístico, porque parte de lo que haces se fundamenta en ser un
niño.
A mí me sentó bien. Estaba en los treinta y tantos
largos y de repente tuve gemelos. Recuerdo ir al parque con el cochecito a las
siete de la mañana, porque los niños se habían levantado muy temprano, y
aquello estaba lleno de ravers en
pleno chill out. Yo acababa de
levantarme, y los miré, y luego miré a mis hijos, y me dije: “Ya no puedo ser
eso. Estoy en otro lugar”. Y me enmendé, empecé a trabajar muy duro para pagar
su manutención. Me había vuelto un padre. Dejé mi adolescencia.
Hoy se habla mucho de
Karl Ove Knausgard porque ha buscado contar toda la verdad de su vida. Lo cual
requiere un coraje brutal.
Sí. Admiro a cualquiera que tenga las pelotas para
intentar algo así. Ese hombre es Lady Gaga, mierda. Desnudo frontal de cuerpo entero. Y encima lo hace con talento. No nos
enseña las pelotas porque sí. Nos las enseña, pero pintadas de oro [sonríe].
Eso es ser un artista. Mira a Francis Bacon, o a Egon Schiele, las pelotas que
tenían para hacer lo que hicieron. Me sucedió con Intimidad. Pensé que tenía que ir y hablar del oprobio y la
deshonra. A Knausgard debe haberle sucedido lo mismo. Lo que escribes tiene que
ser peligroso. Tienes que escribir cosas que te avergüencen un poco, que te
hagan sentir un imbécil.
en Babelia, El País, España
28 de enero de 2015
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