miércoles, agosto 26, 2015

“Amor”, de Hanne Ørstavik







Cuando envejezca vamos a viajar a algún sitio en tren, tan lejos como se pueda llegar. Miraremos por la ventana hacia las montañas, los pueblos y los lagos, y hablaremos con gente de tierras desconocidas. Estaremos juntos todo el tiempo. No llegaremos nunca.

Lee unos tres libros por semana, con frecuencia cuatro o cinco. De preferencia ella habría leído todo el tiempo, se habría quedado en cama bajo el edredón, con café, un montón de cigarrillos y un camisón abrigado. Podría haber prescindido también de la televisión, nunca la veo, piensa, pero supongo que Jon no estaría de acuerdo.

Desvía su atención hacia un costado porque una señora mayor avanza balanceándose y tirando un carrito gris por la carretera helada. Está oscuro, la nieve amontonada en los bordes se cierne sobre el camino y tapa el sol, piensa Vibeke. Entonces descubre que ha olvidado encender las luces delanteras y que ha manejado casi todo el camino a casa con el auto a oscuras. Los enciende.

Jon intenta dejar de pestañear. No lo consigue. Los músculos alrededor de los ojos se le acalambran. Se hinca en la cama y mira por la ventana. Todo está por completo en calma. Está pendiente de que Vibeke regrese a casa. Intenta mantener los ojos abiertos y quietos, mantiene la mirada fija en un mismo punto, fuera de la ventana. Hay por lo menos un metro de nieve y, bajo ella, en la tierra, viven los ratones. Tienen caminos y canales. Se visitan los unos a otros, piensa Jon, quizá se den comida entre ellos.

El sonido del auto; no consigue recordarlo en la cabeza cuando está al pendiente de que llegue. Lo he olvidado, piensa. Pero luego el carro llega, con frecuencia cuando se ha tomado una pausa en la espera y ya no piensa en ello. Entonces llega ella y él reconoce el sonido, lo escucha con el estómago, es el estómago el que recuerda el sonido, no yo, piensa, e inmediatamente después de escuchar el auto, puede verlo por un rincón de la ventana, el auto azul que toma la curva levantando una nevisca en el camino, dobla en dirección a la casa y recorre marcha atrás la pequeña distancia hasta la entrada.

El motor es ruidoso y, hasta que ella lo apaga, resulta completamente audible dentro de la habitación. Luego la escucha cerrar el auto de un portazo, antes de abrir la puerta exterior, y cuenta los segundos que pasan hasta que la vuelve a cerrar. El mismo sonido todos los días.

Vibeke empuja las bolsas por el pasillo y se agacha para desamarrarse las botas. Las manos se le hinchan por el frío, el aparato de calefacción del auto ha dejado de funcionar. Una colega que la semana anterior volvió con ella del trabajo dijo que conocía a alguien que hacía reparaciones baratas. Vibeke sonríe cuando piensa en ello. No tiene mucho dinero y desde luego no piensa gastárselo en el auto. Mientras marche, ella está contenta.

Vibeke recoge el correo que está en la mesa bajo el espejo. Tiene los hombros un poco agarrotados, lo justo tras una jornada activa, se queda de pie rotando los hombros y estirando el cuello antes de reclinar la cabeza y dejar escapar un ah.

Se está quitando el abrigo, piensa él, la adivina en el pasillo, frente al espejo, colgando la ropa en la percha mientras se mira en él. Seguramente está cansada, piensa. Abre una caja de cerillas y saca dos. Se pone una en cada ojo para mantener los párpados quietos, de modo que no pueda parpadear. Se te pasará con el tiempo, dice Vibeke, cuando está de buen humor. Las cerillas son como troncos gruesos y resulta difícil ver. Piensa en el tren, no puede dejar de hacerlo, piense en lo que piense, aparece un tren que se incrusta en sus pensamientos, que se inclina en una curva con un silbido chirriante, como una exhalación. Quizá pueda darle un masaje en la cara, piensa, darle un masaje en la frente, y en las mejillas, lo han aprendido en clase de gimnasia, dicen que sienta muy bien.

Ella lleva las bolsas a la cocina, deja el correo sobre la mesa y amontona la compra dentro del refrigerador, coloca algunas latas en una repisa. El ingeniero del Departamento de Tecnología, el moreno de ojos marrones, estaba sentado frente a ella cuando se presentó el Plan de Cultura, su primera tarea en su nuevo puesto como consejera de cultura. Ella había insistido en que imprimieran la primera página en policromado, una sugerente pintura de un artista local. Está parada junto a la encimera, y bebe un vaso de agua. La cosa salió muy bien, después la gente se le acercó y dijo estar contenta de tenerla allí, dijeron que los inspiraba, que se les abrían nuevas perspectivas. Los ojos marrones le habían sonreído en varios puntos de la presentación y, durante las conclusiones, le había comentado que estaba muy interesado en ampliar la colaboración entre los distintos departamentos de la administración.

Se aparta el cabello de la frente, lo reúne todo en un hombro y lo acicala, satisfecha de que por fin haya crecido.

Jon escucha los pasos de ella en el piso de arriba. Zapatos. Vibeke siempre usa zapatos de interior, zapatos de verano con un tacón pequeño. Se quita las cerillas; enciende una contra la caja, pero no la sopla, la va a sostener todo tiempo hasta que queme. Falda y lápiz labial en el trabajo. Cuando regresa a casa se pone un chándal gris con cremallera al cuello. Quizá se esté cambiando. «Es tan suave por dentro, ven y tócalo.» Cuando se mudaron aquí ella le regaló unas zapatillas. Las trajo a casa del trabajo uno de los primeros días, envueltas en papel floreado. Se las lanzó para que él las atrapara en el aire. Zapatillas de lana que llegan hasta el tobillo, con suela de piel. Se cierran con un broche metálico. Como él no cierra los broches, tintinean en las pantuflas cuando camina.

Vibeke deja el vaso de agua sobre la mesa. Mira por la ventana, fuera está oscuro. Las farolas están encendidas, iluminan la carretera entre las casas que la flanquean a ambos lados. Por el norte, la carretera del pueblo desemboca de nuevo en la carretera nacional. Forman una especie de círculo, piensa ella, se puede manejar al centro de la población, pasar por el ayuntamiento y las tiendas, atravesar las edificaciones, salir más arriba a la carretera nacional, seguir rumbo al sur y volver a entrar en el centro de la población. En la mayoría de las casas las ventanas de la sala dan hacia la carretera. Debemos hacer algo por una arquitectura coherente. En todas partes hay bosque detrás. Anota las palabras clave en una hoja: Identidad, dignidad. Estética. Información.

Entra en la sala. Hay una frazada gris con círculos blancos sobre el sofá, por el reverso es blanca con círculos grises. La toma consigo y arrastra el sillón hasta la estufa bajo la ventana. Coge un libro técnico de la pequeña mesa redonda.

El libro tiene las cubiertas enceradas, resulta agradable sostenerlo. Lo acaricia con la mano izquierda antes de abrirlo. Lee algunas líneas. Luego se queda sentada con el libro abierto en el regazo, se reclina y cierra los ojos. Se imagina las caras del trabajo, la gente que pasa por el despacho, aquello está ahora tan agradable. Repasa situaciones en la cabeza, repitiendo su propia mímica.

Jon la mira parado en el vano de la puerta. Trata de no pestañear. Quería preguntarle algo sobre el cumpleaños, mañana cumplirá nueve, pero ahora piensa que eso puede esperar, ella duerme. Un libro en el regazo. Está acostumbrado a verla así. Un libro, la intensa luz de la lámpara de pie. Con frecuencia tiene un cigarrillo encendido, él tiende a seguir el humo con los ojos, cuando se riza hacia el techo. Su largo pelo oscuro cae sobre el respaldo, una pequeña parte cuelga sobre el borde, se agita levemente. Acaríciame el pelo, Jon.

Él gira y sale a la cocina, toma algunas galletas del armario. Se mete una entera en la boca y trata de chuparla para ablandarla sin romperla.

Baja de nuevo a su habitación, se sienta de rodillas en la cama. Acomoda las galletas en fila en el marco de la ventana.

Mira hacia afuera, hacia la nieve frente a la ventana, piensa en todos los copos que se necesitan para formar un montículo de nieve. Trata de contar en la cabeza cuántos hay. Hoy hablaron de eso en la escuela. Se llaman cristales de nieve. No hay dos exactamente iguales. ¿Cuántos puede haber en una bola de nieve? ¿O en la ventana, o en un pequeño punto con nieve?

Vibeke abre los ojos. A través de las grandes ventanas de la sala puede ver las luces rojas traseras de un auto que desaparece cuesta abajo. En la mente repasa todos sus conocidos, debe de ser alguno de ellos. El ingeniero, piensa, quizá él.

Se incorpora y mira el reloj, luego se dirige a la cocina y pone un poco de agua a hervir, pica media cebolla. Cuando el agua hierve, retira la cacerola de la plancha eléctrica y le echa unas salchichas, abre el refrigerador y guarda el resto de la cebolla. Enciende la radio. Hay un programa de entrevistas, no presta atención a lo que dicen. El juego de las voces crea una especie de melodía. Aparta un plato usado de la mesa. Quedan migajas a lo largo de los bordes, en el fondo hay un resto de leche. Ha seguido en la falda corta, es vieja, pero se mece muy suavemente alrededor de los muslos y el trasero. Las medias finas son un lujo que ella se da. Casi todo el mundo se viste según el tiempo, con gruesos leotardos y aún otro juego extra que se quitan en el baño cuando llegan a los sitios. La vida es corta, piensa, como para no estar guapa. Es mejor pasar un poco de frío.

Enjuaga el plato bajo el grifo, lo cepilla con la escobilla para desprender algunas migajas que se han quedado pegadas. Es Jon, acostumbra a comer cuando llega a casa de la escuela. Galletas o cornflakes. Con frecuencia pone la radio mientras come, y se olvida de apagarla. Algunas veces, al volver del trabajo, ha escuchado voces bajas en la cocina y creído que había gente.

El programa de entrevistas ha terminado, tocan una canción y ella sabe que el grupo es conocido, sabe que conoce el nombre, pero justo ahora no le sale. Siente el intenso deseo de un buen libro, uno realmente grueso, del tipo que parece más fuerte y más real que la vida misma. Me lo merezco, piensa, después del esfuerzo en el trabajo y todo.

Jon se sienta. La cama está junto a la estufa bajo la ventana. Cuando se recuesta puede sentir el calor a lo largo de ese lado del cuerpo. Junto a la cabecera de la cama hay un estante azul con algunas cosas, entre otras, hojas, un rollo de cinta adhesiva, una linterna y una pistola de agua. Aprieta un botón en la radio que está encima del estante y gira el sintonizador hasta que encuentra algo de música. Trata de distinguir los diferentes instrumentos entre sí. Guitarras aéreas, piensa, porque ha escuchado a alguien decirlo. Guitarras aéreas.

Se recuesta en la cama y cierra los ojos. Piensa que cuando no piensa en nada la cabeza se debe de quedar completamente a oscuras; como una gran habitación con la luz apagada.

De pronto ella recuerda cómo se llama el grupo. Claro, piensa. Una escena de una fiesta de examen, otro estudiante, más joven que ella y con cola de caballo, habían estado bailando precisamente con esa canción; él había mecido las caderas rítmicamente contra su trasero de un modo bastante vulgar. Sonríe.

Ha tomado una bolsa de tortitas de papa de un cajón y un tenedor para pescar con él las salchichas. Se asoma al pasillo y llama a Jon. Encuentra una base para la cacerola y la pone sobre la mesa. Le entran ganas de encender una vela, la busca en el cajón, pero no se ha acordado de comprarlas. ¿No va a subir? Vuelve a llamarlo, va escaleras abajo y se acerca a su cuarto.

Jon sueña con que juega al basketball con algunos compañeros. Hay sol y calor y él mete muchos tiros, está contento y entra corriendo a casa a contárselo a Vibeke. Ella viene de la cocina caminando lentamente. Él comienza a hablarle, pero ella sonríe de un modo tan extraño que él se gira para bajar las escaleras hacia su habitación. A la vuelta de la esquina en la escalera, está parada una mujer que se ve exactamente como Vibeke y le susurra bajito como si intentara atraerlo hacia sí. Cuando está a punto de reclinarse sobre ella, llega una tercera mujer subiendo la escalera. Quizá sea ella quien es Vibeke. Se queda completamente quieto.

Se despierta porque Vibeke está parada en la puerta, hay luz a su alrededor, dice que ya está la comida.

Jon sube tras ella las escaleras, se sientan a la mesa de la cocina. Vibeke apaga la radio y revisa el correo mientras comen. Jon ve que hay folletos de anuncios de una cadena de muebles y una gran tienda de alimentos. En una hoja de papel está impreso un título: Parque de atracciones. Él pregunta qué más pone. Vibeke lee en voz alta que se ha instalado un parque de atracciones en el estadio junto al ayuntamiento, tienen carrusel de ovnis y rueda centrífuga. El parque de atracciones no es algo para ti, Jon, dice. Jon pregunta si tienen juegos en 3D. Vibeke no sabe lo que es eso. Juegos de naves espaciales y cosas así, responde Jon, juegos informáticos donde te sientas dentro de una máquina y viajas afuera, al espacio y debes superar obstáculos. Vibeke lee la hoja otra vez, no puede encontrar nada de eso.

Él la mira, ella prosigue comiendo y hojeando, oye el chasquido cuando ella mastica el apretado pellejo de la salchicha.

Jon se prepara una nueva salchicha. Se amontonan en el estómago como troncos en el bosque, siempre es posible acomodar alguna más.

Hay un sendero que penetra en el bosque,
procedente de un recóndito lugar.
Se trata de encontrar el sendero,
luego el cuerpo te puede acompañar.
Pasar árboles, flores y hormigueros,
hasta llegar a un viejo castillo,
en el castillo hay tres damas,
delicadas y con mucho brío.
Esperan y esperan al príncipe,
quién sabe si alguna vez llegará,
cantan una canción mientras esperan,
el tono melancólico será.

Qué aspecto tenía aquello, preguntaba siempre Vibeke cuando la princesa se refugiaba en el castillo desconocido. Cuéntamelo, Jon. Él se recuerda sentado en su regazo describiendo grandes habitaciones vacías con ventanas abiertas y largas cortinas ligeras, con velas encendidas y suaves alfombras. Tú sabes cómo ha de ser, Jon, solía decir ella, me gustan tanto las habitaciones grandes y luminosas…

Él mira por la ventana. En la casa justo al otro lado de la carretera vive un viejo. No tiene nieve amontonada en las orillas de la entrada, pues no tiene coche. El viejo abre un sendero en la nieve con una pala. Cuando va a la tienda utiliza un trineo a patadas. Eso va despacio, Jon lo ha visto detenerse y sentarse en el asiento para descansar. No lo vio fuera de casa el día anterior. De seguro que ha sido por el frío. Apenas ha despejado de nieve el sendero. La señora de la tienda ha venido en su pequeño carro repartidor. Ha dejado el motor andando mientras vadeaba la nieve hacia la casa. Jon la ha visto entregar un par de bolsas a través de una rendija en la puerta antes de recorrer de nuevo el pequeño trayecto hasta el auto.

Vibeke mira sus manos al extenderlas para tomar otra tortita de papa. Tiene los dedos largos, sigue con la mirada los tendones del dorso de la mano. El aire dentro de las casas reseca la piel, lo único que en realidad ayuda es la crema Spenol. Y después las uñas. El pelo. El frío se lo reseca.

El pueblo no está lejos, sin embargo tiene la impresión de que hace mucho que no va. Trata de recordar cuándo fue. Estate quieto, Jon. Hace poco más de una semana. El sábado anterior. La librería, claro. Ella y Jon comieron un pastel en un lugar libre de humos. ¿Qué más? Dios del cielo, qué sitio, una pastelería de plástico. Lo que le falta al pueblo es una cafetería con un diseño bien pensado, es como una casa sin una entrada decorosa. Estate quieto, Jon. En realidad hace mucho tiempo que no me compro ropa, piensa. Podría necesitar un conjunto nuevo, realmente me lo merezco después de lo que he trabajado con la mudanza. ¿No podrías dejar de apretar los ojos todo el tiempo, Jon? Pareces un ratón. Piensa en una estrecha falda beige que una vez vio que traía puesta una señora en un seminario.

Jon mira un cuadro en la pared a un lado de la ventana. Es una fotografía aérea del pueblo en un marco negro. Estaba ya colgada allí cuando se mudaron. Lo mira mientras se come otra salchicha. Las casas están en hilera a lo largo de la carretera, que forma una línea recta. Si bien la fotografía es vieja y empieza a amarillearse, no se diferencia gran cosa de ahora, solo que todo era más reciente cuando la imagen fue tomada. Trata de imaginarse quiénes viven en las diferentes casas, pero solo conoce aquellas donde vive alguien de su clase. Si mira la imagen el tiempo suficiente, saldrán de las casas y empezarán a moverse como en un dibujo animado.

A uno de los muchachos de su clase le regalaron un juego de aviones de caza en su cumpleaños, que fue dos semanas antes. Jon sueña con un tren. Märklin. Apenas necesita unas pocas piezas para empezar, una sencilla vía férrea y, sobre todo, una locomotora.

En la mochila de la escuela hay una libreta con boletos de la lotería del club deportivo. Cuando haya terminado de comer, va a ir por las casas que ha visto en la imagen para vender los boletos.

Vibeke se levanta, recoge los platos y los vasos y los pone sobre la cubierta de mármol de la cocina. Jon está de rodillas sobre la silla y se reclina sobre la mesa, ella ve que intenta atrapar la última salchicha usando el tenedor como punzón de pesca. Él cuenta un chiste que se ha inventado sobre un hombre que se tira por la ventana y nunca toca tierra. A ella no le parece que sus chistes tengan ninguna gracia. Él atrapa la salchicha, la quiebra por la mitad y le regala a ella un pedazo. Ella sonríe. Siempre comen así el último pedazo, lo comparten, sin más. Luego él se queda recargado en el codo, como si esperara algo. Habla de una imagen de tortura que ha visto en un periódico, un hombre que cuelga sobre el piso con una capucha sobre la cabeza. Tiene los brazos amarrados a una barra con una cuerda, cuelga por tanto tiempo que los brazos casi se le sueltan del cuerpo, dice Jon. No podrías irte ya, piensa ella. Idea algo para hacer, juega un poco.

—Está bien que pienses en los que sufren —dice ella—. Si todos lo hicieran, quizá el mundo sería un poquito mejor —estira las manos y le acaricia el pelo—. ¿Has empezado ya a hacer amigos aquí? —tiene el pelo fino y suave—. Jon —dice—, mi queridísimo Jon.

Ella repite el gesto, se mira las manos. Se ha puesto un pintauñas beige claro con un poco de rosa, a ella le gusta ser discreta en el trabajo. Se acuerda del nuevo estuche que todavía debe seguir en el bolso, color ciruela, ¿o era vino? Un sensual lápiz de labios oscuro y un pintauñas en el mismo matiz. Cosas que hacen juego con un hombre moreno de ojos marrones, piensa ella de pronto con una pequeña sonrisa.

Jon encuentra la mochila en la entrada. Saca la libreta de boletos del pequeño bolsillo delantero donde acostumbra a llevar su portaviandas. Se pone un par extra de calcetines antes de volver a amarrarse las botas grises. Toma la chaqueta y la bufanda azul. La gorra. Se mira al espejo. Trata de contenerse pero no lo logra. Palpa en los bolsillos del abrigo de ella. Entre recibos y un viejo billete de autobús encuentra algún dinero. Grita desde el pasillo que ya se va.

Abre la puerta y se queda de pie un momento en el umbral. Al tomar aire, siente en la nariz el frío que hace.



en Mujeres de los fiordos (Antología), 2013









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