UNO
¿Se acuerdan de Love
Story? ¿Esa novela de Erich Segal? ¿Aquella película con Ryan O’Neal y Ali
MacGraw? ¿La que venía con ese eslogan/mantra de —ja, ja, ja— «Amar es no tener
que pedir nunca perdón»? ¿La que hizo emocionarse hasta las lágrimas a millones
de espectadores del mundo entero?
¿Sí?
Bueno, Perdida
es también una love story. Pero aquí —como
en toda pareja de carne y hueso— se pide perdón cada cinco minutos. O, al
menos, si las cosas van muy pero muy bien, una vez al día. El problema para
alguno de sus miembros —y la malsana y adictiva perdición para el lector— es
que, en Perdida, además de pedir
perdón se pide auxilio. Y —como suele ocurrir en más de una ocasión— la única
persona que escucha semejante pedido es exactamente aquella que hace que abras
la boca para gritar fuerte, más fuerte todavía.
DOS
Buenas noticias: Gillian Flynn es algo así como la
hija bastarda de Jerry Seinfeld y Patricia Highsmith. Es decir: Gillian Flynn —nacida
en 1971 en Kansas City, Missouri, y quien empezó y duró diez años como crítica
de televisión para el semanario Entertainment
Weekly hasta que perdió su escritorio por una de esas crisis del
periodismo, etc.— es dueña de una prodigiosa capacidad para diseccionar lo
cotidiano y familiar y hacernos ver de manera nueva lo que pensamos que
teníamos completamente visto o, mejor aún, todo eso que habíamos pasado por
alto y resulta ser decisivo.
O sea: Gillian Flynn nos habla (y la leemos) como si
se tratase de una stand-up comédienne
que, mientras nos hace reír, nerviosos, juguetea con un afilado cuchillo de
cocina. Lanzando frases ingeniosas y certeras y agudas mientras apunta a todo
eso que se esconde bajo la alfombra o dentro de cajones o en habitaciones mal
iluminadas en las que se entra poco, solo cuando es indispensable o se impone
el recordar algo que estaba tanto mejor en el olvido o la amnesia.
Y es entonces cuando pensamos que lo que nos cuenta
Gillian Flynn es que nadie es del todo como suponemos, que nada es
completamente lo que parece. Y que el amor es un arma de doble filo y un
boomerang y una ratonera. Y que, en el fondo, muy en el fondo, en más de una
ocasión, a todos y a todas nos gustaría ser —o al menos tener la capacidad de
actuar y de acción de— un tal Tom Ripley.
TRES
Lo que me lleva a precisar que las tres novelas hasta
la fecha de Gillian Flynn —policiales que también pueden ser etiquetados como
comedias de (muy malas) costumbres— vienen cargadas de objetos puntiagudos y
voces afiladas de mujeres fatales o fatalistas. De mujercitas inmensas y
todopoderosas. Cuidado con ellas.
Chick-lit, sí, pero con garras y colmillos y ojos de rayos X.
A saber: En Heridas
abiertas (Sharp Objects, de 2006)
su heroína —la periodista Camille Preaker— volvía al pueblo de su infancia en
Missouri a investigar el secuestro y asesinato de dos niñas. En sus ratos
libres, Camille gusta de autoflagelarse con navajas, clavos, hojillas de
afeitar, etc. Y escribir palabras a lo largo y ancho de todo su cuerpo.
En La llamada
del Kill Club (Dark Places, de
2009) su otra heroína —la perdedora profesional Libby Day— sobrevive gastando
los últimos dólares y exprimiendo los últimos segundos a sus quince minutos de
fama. Porque Libby es la única sobreviviente de la masacre de su familia, en
una granja de, otra vez, Missouri.
En Perdida —y
nada de lo muy bueno leído y disfrutado y temblado junto a Camille y a Libby
nos prepara para ella— su nueva heroína es la preciosa y adorable y perfecta
Amy Dunne y está, sí, perdidamente enamorada
de Nick, la otra mitad de una pareja envidiable, y ¿habrá algo más absurdo que
envidiar a una pareja solo por lo que muestra en público?
Pero...
CUATRO
...creo que no tiene sentido avanzar más en una de
esas tramas endiabladas y perfectas que te atrapan y no te sueltan. Así, mejor,
no acelerar más aquello a lo que ya no se podrá frenar o ponerle freno. Amy y
Nick —que arrancan acelerando a fondo en Brooklyn y se estrellan en, de nuevo,
Missouri—, como si se tratara de uno de esos accidentes de tránsito al costado
del camino que uno no quiere ver pero que no puede dejar de mirar mientras, por
reflejo, disminuye la velocidad cuando pasa a su lado. O como una de esas
escenas en la oscuridad de un cine que nos hace cubrirnos los ojos con las
manos y entreabrir los dedos.
Y Perdida —que
llegó a lo más alto de la lista de ventas de The New York Times y que devuelve el buen nombre a eso que, a falta
de un mejor nombre, conocemos como best seller—
pronto será película. Como Love Story.
Pero con esa rubia chillona de cráneo XL llamada Reese Whiterspoon (y es una
lástima que no estemos en los años ochenta porque otra rubia, Meg Ryan, por
entonces la «Novia de América») estaría mucho mejor en plan Cuando Nick desconoció a Amy. O,
después, esa boca voraz y llena de dientes de Julia Roberts. O, ahora mismo,
tal vez, criaturas supuestamente frágiles como Natalie Portman o Anne Hathaway.
Pero una cosa es segura: ninguna película podría hacerle justicia a la
endiablada estructura-con-sorpresa de Perdida
y ese twist/journal —que no es
precisamente el diario de Bridget Jones— y que le alcanzó y sobró para vender
el libro antes de empezar a escribirlo. Y me pregunto cómo hará Gillian Flynn
(será su propia guionista: es hija de un profesor de cine, así fue como vio Psicosis por primera vez a los siete
años) para llevar ese pequeño pero decisivo truco a la gran pantalla. Tampoco
es que me preocupe tanto. Porque, aquí y ahora, Perdida ya es una gran novela. Y un thriller (hay abundante sangre
derramada y dinero en juego y codicia y pasión y policías y desapariciones y
apariciones y los inevitables usual
suspects) implacable y divertido.
Y, claro, ¿hay adjetivo más ambiguo que divertido? Tal vez interesante.
Y, sí, Perdida
es muy interesante.
CINCO
Interesante como esa maldición china que te
bendice/condena con un «Que tengas una vida interesante». O, al menos, un
matrimonio interesante. Y, por si no lo sabían, para demasiados novios y novias
en los bordes del acantilado de un alto pastel de bodas, un matrimonio es ese
largo túnel luego de la breve luz al final de una de Jane Austen.
Y explicó Gillian Flynn en una entrevista: «De lo que
estaba más segura, en principio, era de que quería escribir algo sobre el muy
extraño toma y daca que es todo matrimonio, y cómo el matrimonio es algo
peligroso, porque estás unida a alguien que sabe a la perfección cómo presionar
cada uno de tus botones y para qué sirve y qué activa cada uno de ellos y que,
por eso, de proponérselo, puede llegar a hacerte mucho daño».
Y —sépanlo— en un texto autobiográfico Gillian Flynn
confesó: «Yo no era una niña agradable. Mi hobby favorito durante el verano era
atontar hormigas y dárselas de comer a las arañas». Y leo que Gillian Flynn ha
firmado contrato para su primera novela modelo young adult y, ay, no estoy del todo seguro de atreverme a conocer
al hijo o a la hija de Nick y Amy.
De acuerdo: uno de los atractivos más destacables de Perdida —como lo fue también de ese ya
clásico Presunto inocente de Scott
Turow— es el modo en que se la pasa capturando y revelando radiografías
perfectas y singularmente universales de la vida matrimonial y sus peligrosos
suburbios. Y advertencia para gente impresionable o hipocondríaca: como en
aquella Love Story, se trata de
radiografías con tumores y metástasis y fecha de vencimiento. Pero este de aquí
es otro tipo de cáncer. El diagnóstico más terminal —evocando tanto los
desastres emparejados color noir de Jim Thompson y James M. Cain como las
oscurísimas acideces de Joseph Heller, Bruce Jay Friedman, David Gates, A. M.
Homes y Lionel Shriver, o una de esas bestiales farsas matrimoniales del mejor
Woody Allen por los días de Hannah y sus
hermanas y Delitos y faltas y Maridos y mujeres— de lo que mueve o
paraliza a una pareja.
Mucho más gracioso que lo de Ingmar Bergman.
Y gracioso
es otro de esos adjetivos un tanto inasibles, porque a veces (muchas) nos
reímos de cada cosa...
En resumen: una suerte de bizarro manual de autoayuda
por oposición (Perdida es, seguro, el
mejor tractat sentimental sobre todo
aquello que no deben hacer dos
personas bajo un mismo techo y entre paredes agrietadas), a la vez que el
título perfecto para que un esposo le regale a su esposa. O mejor: comprar dos ejemplares y leerlo juntos, en la
cama, (y, ah, la maestría de Gillian Flynn para crear voz femenina y
masculina). Y lo que esas voces —¿tiene razón Amy?, ¿Nick aguanta demasiado?,
¿de parte de quién estás tú?, ¿quién es la hormiga y quién la araña aquí?—
jamás se atreven a decir en voz alta, pero piensan todo el tiempo, subrayando
párrafos y comentarios y compartiendo risitas cada vez más nerviosas sin saber
muy bien de qué se están riendo.
Y recién ahora me doy cuenta: ¿Esposo? ¿Esposas? ¿«As
Times Goes By»? ¿Hasta que la muerte los separe? ¿La petite mort? ¿Vivan los novios?
A ver, con una mano en el corazón: levante la mano
quien nunca pensó en matar a la persona que más ama en todo el mundo.
SEIS
Memo para todos los que piensan que Cincuenta sombras de Grey y sus
derivados son libros transgresores y excitantes: hay cosas mucho más fuertes y
más duras que el sexo dentro de esa extraña entidad compuesta por un hombre y
una mujer que dicen estar, sí, perdidos el uno por la otra, la otra por el uno,
y que sospechan que encontrar aquello que se ha perdido puede no ser la mejor
solución al enigma de sus días y de sus noches.
«Abandonen toda esperanza quienes entren aquí», se
advertía a los viajeros a las puertas del Infierno de Dante. Lo mismo podría
colgarse sobre las primeras líneas, en primera persona, de Perdida. Allí Nick Dunne nos recibe en su hogar agridulce hogar
confiándonos que, cuando piensa en su esposa, en lo primero que piensa es,
siempre, en su cabeza.
En la forma de su cabeza. Y, enseguida, en todo lo
deforme que hay dentro de su cabeza. Pero mejor, siempre, pensar en otra cosa. En
cualquier otra cosa. Porque amar es tener que mentir a cada rato. Y —de verdad,
no miento— de eso trata Perdida. De
Nick y de Amy y, tal vez, de muchos otros. De —tarde o temprano, antes o
después— casi todos. Que coman perdices y que sean muy felices y todo eso, etc.
SIETE
Y, ah, sí: perdón.
en Perdida (epílogo), 2013
No hay comentarios.:
Publicar un comentario