jueves, julio 16, 2015

“Love Story”, de Rodrigo Fresán








UNO
¿Se acuerdan de Love Story? ¿Esa novela de Erich Segal? ¿Aquella película con Ryan O’Neal y Ali MacGraw? ¿La que venía con ese eslogan/mantra de —ja, ja, ja— «Amar es no tener que pedir nunca perdón»? ¿La que hizo emocionarse hasta las lágrimas a millones de espectadores del mundo entero?

¿Sí?

Bueno, Perdida es también una love story. Pero aquí —como en toda pareja de carne y hueso— se pide perdón cada cinco minutos. O, al menos, si las cosas van muy pero muy bien, una vez al día. El problema para alguno de sus miembros —y la malsana y adictiva perdición para el lector— es que, en Perdida, además de pedir perdón se pide auxilio. Y —como suele ocurrir en más de una ocasión— la única persona que escucha semejante pedido es exactamente aquella que hace que abras la boca para gritar fuerte, más fuerte todavía.


DOS
Buenas noticias: Gillian Flynn es algo así como la hija bastarda de Jerry Seinfeld y Patricia Highsmith. Es decir: Gillian Flynn —nacida en 1971 en Kansas City, Missouri, y quien empezó y duró diez años como crítica de televisión para el semanario Entertainment Weekly hasta que perdió su escritorio por una de esas crisis del periodismo, etc.— es dueña de una prodigiosa capacidad para diseccionar lo cotidiano y familiar y hacernos ver de manera nueva lo que pensamos que teníamos completamente visto o, mejor aún, todo eso que habíamos pasado por alto y resulta ser decisivo.

O sea: Gillian Flynn nos habla (y la leemos) como si se tratase de una stand-up comédienne que, mientras nos hace reír, nerviosos, juguetea con un afilado cuchillo de cocina. Lanzando frases ingeniosas y certeras y agudas mientras apunta a todo eso que se esconde bajo la alfombra o dentro de cajones o en habitaciones mal iluminadas en las que se entra poco, solo cuando es indispensable o se impone el recordar algo que estaba tanto mejor en el olvido o la amnesia.

Y es entonces cuando pensamos que lo que nos cuenta Gillian Flynn es que nadie es del todo como suponemos, que nada es completamente lo que parece. Y que el amor es un arma de doble filo y un boomerang y una ratonera. Y que, en el fondo, muy en el fondo, en más de una ocasión, a todos y a todas nos gustaría ser —o al menos tener la capacidad de actuar y de acción de— un tal Tom Ripley.


TRES
Lo que me lleva a precisar que las tres novelas hasta la fecha de Gillian Flynn —policiales que también pueden ser etiquetados como comedias de (muy malas) costumbres— vienen cargadas de objetos puntiagudos y voces afiladas de mujeres fatales o fatalistas. De mujercitas inmensas y todopoderosas. Cuidado con ellas.

Chick-lit, sí, pero con garras y colmillos y ojos de rayos X.

A saber: En Heridas abiertas (Sharp Objects, de 2006) su heroína —la periodista Camille Preaker— volvía al pueblo de su infancia en Missouri a investigar el secuestro y asesinato de dos niñas. En sus ratos libres, Camille gusta de autoflagelarse con navajas, clavos, hojillas de afeitar, etc. Y escribir palabras a lo largo y ancho de todo su cuerpo.

En La llamada del Kill Club (Dark Places, de 2009) su otra heroína —la perdedora profesional Libby Day— sobrevive gastando los últimos dólares y exprimiendo los últimos segundos a sus quince minutos de fama. Porque Libby es la única sobreviviente de la masacre de su familia, en una granja de, otra vez, Missouri.

En Perdida —y nada de lo muy bueno leído y disfrutado y temblado junto a Camille y a Libby nos prepara para ella— su nueva heroína es la preciosa y adorable y perfecta Amy Dunne y está, sí, perdidamente enamorada de Nick, la otra mitad de una pareja envidiable, y ¿habrá algo más absurdo que envidiar a una pareja solo por lo que muestra en público?

Pero...


CUATRO
...creo que no tiene sentido avanzar más en una de esas tramas endiabladas y perfectas que te atrapan y no te sueltan. Así, mejor, no acelerar más aquello a lo que ya no se podrá frenar o ponerle freno. Amy y Nick —que arrancan acelerando a fondo en Brooklyn y se estrellan en, de nuevo, Missouri—, como si se tratara de uno de esos accidentes de tránsito al costado del camino que uno no quiere ver pero que no puede dejar de mirar mientras, por reflejo, disminuye la velocidad cuando pasa a su lado. O como una de esas escenas en la oscuridad de un cine que nos hace cubrirnos los ojos con las manos y entreabrir los dedos.

Y Perdida —que llegó a lo más alto de la lista de ventas de The New York Times y que devuelve el buen nombre a eso que, a falta de un mejor nombre, conocemos como best seller— pronto será película. Como Love Story. Pero con esa rubia chillona de cráneo XL llamada Reese Whiterspoon (y es una lástima que no estemos en los años ochenta porque otra rubia, Meg Ryan, por entonces la «Novia de América») estaría mucho mejor en plan Cuando Nick desconoció a Amy. O, después, esa boca voraz y llena de dientes de Julia Roberts. O, ahora mismo, tal vez, criaturas supuestamente frágiles como Natalie Portman o Anne Hathaway. Pero una cosa es segura: ninguna película podría hacerle justicia a la endiablada estructura-con-sorpresa de Perdida y ese twist/journal —que no es precisamente el diario de Bridget Jones— y que le alcanzó y sobró para vender el libro antes de empezar a escribirlo. Y me pregunto cómo hará Gillian Flynn (será su propia guionista: es hija de un profesor de cine, así fue como vio Psicosis por primera vez a los siete años) para llevar ese pequeño pero decisivo truco a la gran pantalla. Tampoco es que me preocupe tanto. Porque, aquí y ahora, Perdida ya es una gran novela. Y un thriller (hay abundante sangre derramada y dinero en juego y codicia y pasión y policías y desapariciones y apariciones y los inevitables usual suspects) implacable y divertido.

Y, claro, ¿hay adjetivo más ambiguo que divertido? Tal vez interesante.

Y, sí, Perdida es muy interesante.


CINCO
Interesante como esa maldición china que te bendice/condena con un «Que tengas una vida interesante». O, al menos, un matrimonio interesante. Y, por si no lo sabían, para demasiados novios y novias en los bordes del acantilado de un alto pastel de bodas, un matrimonio es ese largo túnel luego de la breve luz al final de una de Jane Austen.

Y explicó Gillian Flynn en una entrevista: «De lo que estaba más segura, en principio, era de que quería escribir algo sobre el muy extraño toma y daca que es todo matrimonio, y cómo el matrimonio es algo peligroso, porque estás unida a alguien que sabe a la perfección cómo presionar cada uno de tus botones y para qué sirve y qué activa cada uno de ellos y que, por eso, de proponérselo, puede llegar a hacerte mucho daño».

Y —sépanlo— en un texto autobiográfico Gillian Flynn confesó: «Yo no era una niña agradable. Mi hobby favorito durante el verano era atontar hormigas y dárselas de comer a las arañas». Y leo que Gillian Flynn ha firmado contrato para su primera novela modelo young adult y, ay, no estoy del todo seguro de atreverme a conocer al hijo o a la hija de Nick y Amy.

De acuerdo: uno de los atractivos más destacables de Perdida —como lo fue también de ese ya clásico Presunto inocente de Scott Turow— es el modo en que se la pasa capturando y revelando radiografías perfectas y singularmente universales de la vida matrimonial y sus peligrosos suburbios. Y advertencia para gente impresionable o hipocondríaca: como en aquella Love Story, se trata de radiografías con tumores y metástasis y fecha de vencimiento. Pero este de aquí es otro tipo de cáncer. El diagnóstico más terminal —evocando tanto los desastres emparejados color noir de Jim Thompson y James M. Cain como las oscurísimas acideces de Joseph Heller, Bruce Jay Friedman, David Gates, A. M. Homes y Lionel Shriver, o una de esas bestiales farsas matrimoniales del mejor Woody Allen por los días de Hannah y sus hermanas y Delitos y faltas y Maridos y mujeres— de lo que mueve o paraliza a una pareja.

Mucho más gracioso que lo de Ingmar Bergman.

Y gracioso es otro de esos adjetivos un tanto inasibles, porque a veces (muchas) nos reímos de cada cosa...

En resumen: una suerte de bizarro manual de autoayuda por oposición (Perdida es, seguro, el mejor tractat sentimental sobre todo aquello que no deben hacer dos personas bajo un mismo techo y entre paredes agrietadas), a la vez que el título perfecto para que un esposo le regale a su esposa. O mejor: comprar dos ejemplares y leerlo juntos, en la cama, (y, ah, la maestría de Gillian Flynn para crear voz femenina y masculina). Y lo que esas voces —¿tiene razón Amy?, ¿Nick aguanta demasiado?, ¿de parte de quién estás tú?, ¿quién es la hormiga y quién la araña aquí?— jamás se atreven a decir en voz alta, pero piensan todo el tiempo, subrayando párrafos y comentarios y compartiendo risitas cada vez más nerviosas sin saber muy bien de qué se están riendo.

Y recién ahora me doy cuenta: ¿Esposo? ¿Esposas? ¿«As Times Goes By»? ¿Hasta que la muerte los separe? ¿La petite mort? ¿Vivan los novios?

A ver, con una mano en el corazón: levante la mano quien nunca pensó en matar a la persona que más ama en todo el mundo.


SEIS
Memo para todos los que piensan que Cincuenta sombras de Grey y sus derivados son libros transgresores y excitantes: hay cosas mucho más fuertes y más duras que el sexo dentro de esa extraña entidad compuesta por un hombre y una mujer que dicen estar, sí, perdidos el uno por la otra, la otra por el uno, y que sospechan que encontrar aquello que se ha perdido puede no ser la mejor solución al enigma de sus días y de sus noches.

«Abandonen toda esperanza quienes entren aquí», se advertía a los viajeros a las puertas del Infierno de Dante. Lo mismo podría colgarse sobre las primeras líneas, en primera persona, de Perdida. Allí Nick Dunne nos recibe en su hogar agridulce hogar confiándonos que, cuando piensa en su esposa, en lo primero que piensa es, siempre, en su cabeza.

En la forma de su cabeza. Y, enseguida, en todo lo deforme que hay dentro de su cabeza. Pero mejor, siempre, pensar en otra cosa. En cualquier otra cosa. Porque amar es tener que mentir a cada rato. Y —de verdad, no miento— de eso trata Perdida. De Nick y de Amy y, tal vez, de muchos otros. De —tarde o temprano, antes o después— casi todos. Que coman perdices y que sean muy felices y todo eso, etc.


SIETE
Y, ah, sí: perdón.



en Perdida (epílogo), 2013










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