Stefan Zweig (1881-1942), el biógrafo y novelista
austríaco, nació en Viena. Escribió populares biografías de Balzac, Dickens,
María Estuardo y María Antonieta, y también novelas como Letter to an Unknown Woman (Carta
a una desconocida, 1922) y Beware of
Pity (1939). Dos años después de esta entrevista, Zweig se suicidó en
Brasil. Su autobiografía, The World of
Yesterday, publicada póstumamente en Brasil en 1943, fue uno de sus mayores
éxitos.
—La concentración del artista —dijo Stefan Zweig— ha
sido dañada. —Se golpeó el pecho con los nudillos de la mano izquierda—. ¿Cómo
van a captar nuestra atención los viejos temas? Un hombre y una mujer se
conocen, se enamoran, tienen una aventura: en otra época eso fue una historia.
Volverá a serlo dentro de algún tiempo, pero ¿cómo vivir con entusiasmo en un
mundo tan trivial como el de ahora?
"Los últimos meses han sido fatales para la
producción literaria europea. La norma básica para todo trabajo creativo sigue
siendo la concentración y jamás ha sido tan difícil de alcanzar para los
artistas en Europa. ¿Cómo concentrarse en medio de un terremoto moral? En
Europa, la mayoría de los escritores están haciendo un tipo u otro de trabajo
bélico. Otros han tenido que huir de su país y viven en el exilio, vagando de
acá para allá. Incluso los contados autores que pueden seguir trabajando en sus
propias mesas son incapaces de rehuir la turbulencia de nuestros tiempos.
"La reclusión ya no es posible mientras nuestro
mundo está en llamas. La 'torre de marfil' de la estética no es a prueba de
bombas, como ha dicho Irwin Edman. De hora en hora uno espera las noticias. No
puede evitar leer los periódicos, escuchar la radio y, al mismo tiempo,
sentirse oprimido por la preocupación sobre el destino de parientes cercanos y
amigos. En la zona ocupada huye sin hogar, uno de ellos. Otros han sido
internados y piden su libertad. Los hay que van de un consulado a otro en busca
de un país dispuesto a acogerles. Todos los que hemos tenido la suerte de
encontrar cobijo nos vemos asaltados día tras día y desde todos lados por
cartas y telegramas que solicitan nuestra ayuda e intervención. Cada uno de
nosotros vive la vida de otros cien, aparte de la nuestra propia.
Habló de las
eternas dificultades causadas por los apagones, por la falta de libertad de
movimientos, por la imposibilidad de obtener acceso a materiales de
investigación.
Por ejemplo, estaba a punto de darle los toques
finales a mi libro favorito, en el que llevaba veinte años trabajando, una
biografía en profundidad y realmente extensa del gran genio Balzac. He tenido
que abandonar a regañadientes este volumen casi finalizado porque la biblioteca
de Chantilly, en la que se encuentran todos los manuscritos de Balzac, ha sido
cerrada mientras dure la guerra y su contenido trasladado a algún lugar
desconocido e inaccesible. Por otra parte, no pude llevarme conmigo cientos de
notas debido a la censura. Al igual que en mi caso, para miles de artistas y
científicos el trabajo de muchos años ha quedado interrumpido, tal vez durante
mucho tiempo, por dificultades puramente técnicas.
"Y luego están los problemas internos. ¿Qué
significa la psicología, la perfección artística en un momento así, cuando está
en juego el destino, durante siglos, de nuestro mundo real e individual? Yo
mismo, tras finalizar mi última obra, Beware
of Pity, había preparado el esbozo de otra novela. Entonces comenzó la
guerra y, de repente, me pareció frívolo tratar el destino privado de personas
imaginarias. No me sentía capaz de enfrentarme a hechos psicológicos
individuales. Cada una de las 'historias' me parecía irrelevante en contraste
con la Historia.
Observó que la
mayoría de los escritores que conocía habían experimentado el mismo problema.
Paul Valéry, Roger Martín du Gard, Duhamel y Romains, le habían confesado que
se sentían incapaces de concentrarse en su trabajo.
Cualquier autor europeo capaz de concentrarse hoy en
su trabajo despertaría mis sospechas. Algo que le estuvo permitido al
matemático Arquímedes, continuar sus experimentos sin molestias mientras la
ciudad se encontraba asediada, a mí me parece inhumano para el poeta o el
artista. Ellos no trabajan con abstracciones, sino que su misión es sentir con
la mayor intensidad el destino y los sufrimientos de sus congéneres.
Con todo, esta
guerra generará amplios campos de experiencia en los que podrá trabajar el
artista. (Zweig recorría excitadamente la habitación mientras hablaba de ello)…
En cada barco, en cada agencia de viajes, en cada
consulado, pueden escucharse historias de personas anónimas, insignificantes,
que no son menos arriesgadas y emocionantes que la de Ulises. Si alguien
publicara, sin cambiar ni una coma, los documentos sobre los refugiados que se
conservan en las oficinas de organizaciones de beneficencia, en la Sociedad de
Amigos (organización religiosa cuáquera) o en el Ministerio del Interior en
Londres, obtendría cien volúmenes de historias más estremecedoras e improbables
que las de Jack London o Maupassant.
"Ni siquiera la I Guerra Mundial supuso una
crisis semejante para tantas vidas como este año. Jamás la existencia humana ha
conocido las tensiones y los temores de hoy en día; demasiada tensión para
disolverla en forma artística. Es por eso por lo que, en mi opinión, la
literatura de los próximos años tendrá un carácter más documental que
imaginativo o de ficción.
"Asistimos a la batalla más decisiva por la
libertad que jamás se haya librado. Seremos testigos de una de las mayores
transformaciones sociales que el mundo haya conocido, y nosotros, los
escritores, tenemos el deber, por encima de todo, de rendir testimonio de lo
que ha pasado en nuestro tiempo. Si reproducimos fielmente nuestras propias
vidas, nuestras experiencias —yo tengo intención de hacerlo en una
autobiografía— tal vez logremos más que ultimando el proyecto de una novela.
"No hay genio hoy en día capaz de inventar nada
que supere los dramáticos hechos del momento actual. Hasta el mejor de los
poetas tiene que convertirse de nuevo en alumno de la gran maestra de todos
nosotros: la Historia.
El señor Zweig dice
que lo único en que puede trabajar ahora es en su autobiografía, que tendrá por
título Three Lives.
Mi abuelo vivió una vida; mi padre también. Yo he
vivido al menos tres. He presenciado dos grandes guerras, una revolución, la
devaluación monetaria, el exilio, el hambre. La etapa de la Revolución Francesa
y las guerras napoleónicas no fueron muy distintas de ésta. Ningún otro periodo
puede compararse con los cambios de los que hemos sido testigos los que hoy
somos de mediana edad.
Comentó que en
tiempos había sido el "autor más traducido del mundo".
Mis libros eran publicados en italiano, en japonés, en
prácticamente todos los países del planeta. Tenían... cómo se dice... alcance
universal. Cuando Hitler subió al poder, mis libros fueron prohibidos en
Alemania. Hoy están prohibidos en Italia; la semana que viene tal vez lo estén
en Francia. Antes había grandes ediciones en finlandés y en polaco, pero eso se
ha acabado. Pierdo un país cada quince días. Aunque eso no es importante.
Mientras puedan ser publicados en otra lengua, para mí es suficiente. Y creo
que en este país lograrán resistir ante la pérdida de la libertad durante mucho
tiempo. Es inconcebible que la libertad pueda ser destruida aquí. En Francia se
recuperará, pero aquí no se perderá.
El señor Zweig está
aquí con un visado de turista. Tiene intención de partir en breve hacia
Suramérica, donde dará una serie de conferencias. Luego regresará a Inglaterra.
No puedo perderme lo que está ocurriendo allí.
Comentó que la
autobiografía que estaba escribiendo era como todo lo que escribe:
Cuatro veces demasiado larga. La primera vez escribo
por darme gusto. Incluyo todo lo que se me ocurre. Soy un escritor calmoso,
capaz de trabajar todo el día y sentirme feliz. Así que mis primeros borradores
son muy, muy largos. Por otra parte, soy un lector nervioso. Me impaciento
cuando un autor, yo mismo incluido, divaga. Así pues, cuando leo lo que he
escrito, suprimo grandes fragmentos. Corto y recorto hasta que no queda ni una
palabra de más, ni una frase de la que pueda prescindir.
en The New York
Times Book Review, 28 de julio de 1940
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