viernes, marzo 20, 2015

“La sopa de puerros”, de Marguerite Duras







Se cree que se sabe hacer, parece tan sencilla, y con demasiada frecuencia se descuida. Tiene que cocer entre quince y veinte minutos y no dos horas; todas las mujeres francesas hacen cocer demasiado las verduras y las sopas. Y, además, es mejor meter los puerros cuando las patatas hierven: la sopa quedará verde, y mucho más perfumada. Y, además, también hay que dosificar bien los puerros: dos puerros medianos bastan para un kilo de patatas. En los restaurantes esta sopa nunca es buena: siempre está demasiado cocida (recocida), demasiado «larga», es triste, apagada, y se une al fondo común de las «sopas de verduras» -son necesarias- de los restaurantes de provincia franceses. No, hay que quererla hacer y hacerla con cuidado, evitar «olvidarla en el fuego» y que pierda también su identidad. Se sirve sin nada, o bien con mantequilla fresca o nata líquida. Se pueden añadir también tostones en el momento de servir: se la llamará entonces con otro nombre, se inventará uno: de este modo los niños la comerán con más gusto, que si se le da el tonto apelativo de sopa de puerros y patatas. Se necesita tiempo, años, para encontrar el sabor de esta sopa, impuesta a los niños por diversos pretextos (la sopa hace crecer, hace guapo, etc.). Nada, en la cocina francesa, es tan simple ni tan necesario como la sopa de puerros. Debió de ser inventada en una comarca occidental una noche de invierno, por una mujer aún joven de la burguesía local que, esta noche, sentía horror por las salsas grasas -y por más cosas, sin duda pero ¿lo sabía? El cuerpo se traga esta sopa con felicidad. Ninguna ambigüedad: no es la sopa de legumbres, tocino y pato, la sopa para alimentar o calentar, no, es la sopa magra para refrescar, el cuerpo la engulle a grandes tragos, se limpia con ella, se depura, verdura primera, los músculos abrevan en ella. En las casas, su olor se extiende muy deprisa, muy fuerte, vulgar como la comida pobre, el trabajo de las mujeres, el tumbarse de las bestias, el vomitado de los recién nacidos. Se puede no querer hacer nada y luego, hacer eso, sí, esta sopa: entre estos dos quereres, un margen muy estrecho siempre el mismo: suicidio.



en Sorciéres, 1976

Fotografía: Robert Doisneau













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