Se cree que se sabe hacer, parece tan sencilla, y con
demasiada frecuencia se descuida. Tiene que cocer entre quince y veinte minutos
y no dos horas; todas las mujeres francesas hacen cocer demasiado las verduras
y las sopas. Y, además, es mejor meter los puerros cuando las patatas hierven:
la sopa quedará verde, y mucho más perfumada. Y, además, también hay que
dosificar bien los puerros: dos puerros medianos bastan para un kilo de
patatas. En los restaurantes esta sopa nunca es buena: siempre está demasiado
cocida (recocida), demasiado «larga», es triste, apagada, y se une al fondo común
de las «sopas de verduras» -son necesarias- de los restaurantes de provincia
franceses. No, hay que quererla hacer y hacerla con cuidado, evitar «olvidarla
en el fuego» y que pierda también su identidad. Se sirve sin nada, o bien con
mantequilla fresca o nata líquida. Se pueden añadir también tostones en el
momento de servir: se la llamará entonces con otro nombre, se inventará uno: de
este modo los niños la comerán con más gusto, que si se le da el tonto apelativo
de sopa de puerros y patatas. Se necesita tiempo, años, para encontrar el sabor
de esta sopa, impuesta a los niños por diversos pretextos (la sopa hace crecer,
hace guapo, etc.). Nada, en la cocina francesa, es tan simple ni tan necesario
como la sopa de puerros. Debió de ser inventada en una comarca occidental una
noche de invierno, por una mujer aún joven de la burguesía local que, esta noche,
sentía horror por las salsas grasas -y por más cosas, sin duda pero ¿lo sabía?
El cuerpo se traga esta sopa con felicidad. Ninguna ambigüedad: no es la sopa
de legumbres, tocino y pato, la sopa para alimentar o calentar, no, es la sopa
magra para refrescar, el cuerpo la engulle a grandes tragos, se limpia con
ella, se depura, verdura primera, los músculos abrevan en ella. En las casas,
su olor se extiende muy deprisa, muy fuerte, vulgar como la comida pobre, el trabajo
de las mujeres, el tumbarse de las bestias, el vomitado de los recién nacidos.
Se puede no querer hacer nada y luego, hacer eso, sí, esta sopa: entre estos
dos quereres, un margen muy estrecho siempre el mismo: suicidio.
en Sorciéres,
1976
Fotografía: Robert Doisneau
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