miércoles, febrero 11, 2015

"Un ferrocarril inconcluso", de Ernesto Guajardo

(San Antonio, mar adentro)



A Manuel Sepúlveda Sánchez, Gonzalo Fuenzalida Navarrete,
Julio Muñoz Otárola, Julián Peña Maltés
y Alejandro Pinochet Arenas,
disgregados en las aguas de San Antonio.


Un ferrocarril inconcluso se extiende bajo las aguas: fragmentos de ramales, dispersos, azarosos, metros abajo, olas adentro. Hundidos en las húmedas arenas, quietos, horrorizados luego del vuelo. Soledad de las algas, de los pequeños seres que se adhieren a sus rugosidades, óxido que se superpone a la primera herrumbre. Soles estrechados en el abrazo de los alambres. Saludo que se disuelve: en la otra superficie solo espeso aire en movimiento y esos seres sin alas que parecen flotar en lo alto. Los alambres buscan un nuevo abrazo en el vaivén de ese cielo demudado en asfixia; nada logran asir. El óxido los desmenuza con paciencia, levemente. Se deshacen en sal, en milésimas de memoria que luego absorben descuidados crustáceos. Ante el pánico de la nada los delgados metales recuerdan su anterior sentido, en vano: primero la carne, los ojos; finalmente los huesos, la pelvis: todo se hizo líquido, tórnose mar todo. Esos escasos dedos herrumbrados ni siquiera buscan: creen hacerlo en la profundidad de las mareas. Todo en ellos es delirio, ensoñación, fiebre de lo oscuro, allá, al fondo, donde no alcanzan a recordar las manos que los anudaron, las respiraciones del cumplimiento del deber.

Nada sino el disolverse para ellos.

Los rieles observan y odian su propia evidencia: saben que no deben esperar ferrocarril alguno. No surgirán durmientes desde las arenas para unir sus ausencias extendidas en el humus acuoso. No existirá una Penélope en esas profundidades, ningún Cendrars cantará su gesta. Los inconclusos ferrocarriles submarinos: el pasmo del hombre ante sí mismo; la geografía en la extrañeza de lo metálico, lo ferroso que desciende hacia lo oscuro, desde lo oscuro.

Dispersados en lo salobre los posibles pasajeros. Solo el feroz anclaje persiste aún. Perdurarán cientos de años, como cañones de antiguos navíos, signos del frenesí que respira sobre la tierra.

Sin otro destino que la disolución, quizás alcancen a ser rescatados por extraviados pescadores de jaibas, o buzos deportivos, o biólogos marinos. Distinguirán sus derruidas formas en lo oscuro, cubiertas de sucesivas escaras, escamas. Pasarán sus dedos cubiertos de goma sobre ellos. Los observarán desde todos los ángulos posibles. Quizás, sólo quizás, algunos decidan retornar esos metálicos rectángulos herrumbrosos hacia el aire, el océano de arriba. Finalizará la espera, entonces. Y entonces sí, ningún tren vendrá por ningún pasajero.





en Arenas, 2014











Fotografía: fragmento de la original de Celeste















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