Todos
viajamos hasta ese gran salón,
algunos
desde muy lejos
sonreímos
a los que conocíamos
no
estábamos cuando hablamos muy de acuerdo
nuestros
corazones latían apresurados pensando en la
mañana
cuando
caminaríamos por la ruta.
Hablamos.
Hasta muy tarde. Siempre en desacuerdo.
Sabíamos
que subiríamos la escalinata del Senado.
Sabíamos
que haríamos nuestro reclamo,
que
exigiríamos: “sean fuertes: acaben la guerra”.
¿Cómo
lo haríamos? ¿Qué pediríamos?
“Seremos
amonestados,” dijo uno, “Nos amonestaran y nos
apresarán”.
“Podemos
hablar e irnos”.
“Podemos
acostarnos en el suelo como un señal de duelo”.
“Podemos
acostarnos en el suelo como una forma de hablar,
hablando
de todos los muertos en Asia”.
Entonces
Eqbal dijo: “Nosotros no somos en este momento
un
grupo revolucionario, somos un grupo de protesta.
Que
algunos pues puedan largarse,
otros
que se queden quietos hasta que quieran irse,
otros
que se acuesten y otros que sean arrestados.
Que
cada uno haga lo que quiera mañana”.
El
semblante de Eqbal se tornó oscuro.
Habló
un doctor... de amistades hechas en la cárcel.
Nos
miramos a los ojos
cuando
partimos a nuestras habitaciones, a dormir,
esperando
la mañana.
en Antología de poesía norteamericana, 2007
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