Dedicado a los
chicos del bloque, desaguando la borrachera en la misma escala donde sus
padres beatlemaníacos me hicieron a lo perrito; inyectándome entonces el borde
plateado de la orina que baja desnuda los peldaños hasta aposentarse en una
estrella humeante. Yo me fumo esos vapores en un suspiro de amor por su exilio
rebelde. Un brindis de yodo por su imaginario corroído por la droga. En fin,
son tan jóvenes, expuestos y dispuestos a las acrobacias de su trapecio
proletario. Un pasar trashumante de suelas mal pegadas por el neoprén que gotea
mortífero las membranas cerebrales, abriendo agujeros negros como ventanas
enlutadas o pozos ciegos donde perderse para avizorar apenas la ampolleta del
poste. Tantas veces quebrada, tantas veces repuesta y vuelta a romper, como
una forma de anular su halógeno fichaje. De retornar a la oscuridad protectora
de los apagones, transformando el entorno conocido en selvática de escamoteo.
Un pantanoso anonimato que perfila las caras adolescentes en luciérnagas de
puchos girando en el perímetro del farol apagado, como territorio de
acechanzas.
La esquina de la
"pobla" es un corazón donde apoyar la oreja, escuchando la música
timbalera que convoca al viernes o sábado, da lo mismo; total, aquí el tiempo
demarca la fatiga en las grietas y surcos mal parchados que dejó en su
estremecimiento el terremoto. Aquí el tiempo se descuelga en manchas de humedad
que velan los rostros refractados de ventana a ventana, de cuenca a cuenca,
como si el mirar perdiera toda autonomía en la repetición del gesto amurallado.
Aquí los días se arrastran por escaleras y pasillos que trapean las mujeres de
manos tajeadas por el cloro, comentando la última historia de los locos.
La esquina de los
bloques es el epicentro de vidas apenas asoleadas, medio asomándose al mundo
para casetear el personal estéreo amarrado con elástico. Un marcapasos en el
pecho para no escuchar la bulla, para no deprimirse con la risa del teclado
presidencial hablando de los jóvenes y su futuro.
El pérsonal estéreo
es un pasaporte en el itinerario de la coña, un viaje intercontinental
embotellado en la de pisco para dormirse raja con el coro de voces yanquis que
prometen "dis-nai" o "esta noche". Como si ésta fuera la
última de ver los calzones de la vieja flameando en la baranda, la última del
vecino roncando a través de la pared de yeso. De esta utilería divisoria que
inventó la arquitectura popular como soporte precario de intimidad, donde los
resuellos conyugales y las flatulencias del cuerpo se permean de lo privado a
lo público. Como una sola resonancia, como una campana que tañe neurótica los
gritos de madre, los pujos del abuelo, el llanto de los crios ensopados en
mierda. Una bolsa cúbica que pulsa su hacinamiento ruidoso donde nadie puede
estar solo, porque el habitante en tal desquicio, opta por hundirse en el caldo
promiscuo del colectivo, anulándose para no sucumbir, estrechando sus deseos en
las piezas minúsculas. Apenas un par de metros en que todo desplazamiento
provoca fricciones, roces de convivencia. Donde cualquier movimiento brusco
lija una chispa que estalla en trapos al sol, en plata que falta para izar la
bandera del puchero. Y el New Kid vago todavía durmiendo, hamacado en
embriaguez por los muslos de Madonna, descolgándose apenas a los gritos que le
taladran la cabeza, que le echan abajo la puerta con un "levántate,
mierda, que son las doce". Como si esa hora del día fuese un referente
laboral de trabajo instantáneo, una medida burguesa de producción para
esforzados que para entonces ya tienen medio día ganado, después de hacer
footing, pasear al perro y teclear en la computadora la economía mezquina de
sus vidas. Para después jactarse del lumbago, como condecoración al oficio de
los ríñones.
Cómo transar el
lunar azul de Madonna por el grano peludo de la secretaria vieja que te manda
donde se le ocurre, porque uno es el junior y tiene que bajar la vista humillado.
Cómo cambiar el tecleo de esta vieja por la súper música de los New Kids para
desmayarte muy adentro y chupárselo todo, fumarse hasta las uñas y a lo que
venga, mina, fleto, maricón, lo que sea, reventarse de gusto, ¿cachái?
Siempre que no
pongan al Jim Morrison porque me acuerdo del loco chico, que se quedó entumido
en la escala cuando nevó y lo encontraron tal cual. Entonces lloraron varios y
otros le llevaron ramos de cogollos que después se los fumaron ahí mismo. Total,
decían, la yerba alivia la pena y el peso del barro en los zapatos. Más bien en
las zapatillas Adidas que le pelamos a un loquillo pulento que vino a mover.
Era broca y se quedó tieso cuando le pusimos la punta y le dijimos
"coopera con las zapatillas, loco", y después con los bluyines y la
camisa. Y de puro buenos no le pusimos el ñato, porque estaba tiritando. Y
aunque era paltón nos dio lástima y le contamos hasta diez, igual como nos
contaban los pacos, igual se la hicimos al loco, porque aquí la ley somos
nosotros, es nuestro territorio, aunque las viejas reclaman y mojan la escala
para que no nos sentemos. Entonces nos vamos a los bloques de atrás y se queda la
esquina sola porque andan los civiles y empiezan las carreras y los lumazos,
hasta se meten en los departamentos y nos arrastran hasta la cuneta y después
al calobozo. Y aunque estemos limpios igual te cargan y la vieja tiene que
conseguirse la plata de la multa y le prometo que nunca más, que voy a
trabajar, que voy a ganar mucha plata para que nos vayamos del bloque. Porque
vive con el corazón en la mano cuando no llego. Y aunque le digo que se quede
tranquila, ya no me cree y me sigue gritando que son las doce, que me levante,
cuando para mí las únicas doce son las de la noche, cuando me espera el carrete
del viernes o sábado, para morirme un día de estos de puro vivo que estoy.
Muchos cuerpos de
estos benjamines poblacionales se van almacenando semana a semana en los nichos
del cementerio. Y de la misma forma se repite más allá de la muerte la
estantería cementarla del hábitat de la pobreza.
Pareciera que dicho
urbanismo de cajoneras, fue planificado para acentuar por acumulación humana el
desquicio de la vida, de por sí violenta, de los marginados en la repartición
del espacio urbano.
Pareciera entonces
que cada nacimiento en uno de estos bloques, cada pañal ondulante que
presupone una nueva vida, estuviera manchado por un trágico devenir. Parecieran
inútiles los detergentes y su alba propaganda feliz, inútil el refregado, inútiles
los sueños profesionales o universitarios para estos péndex de última fila.
Olvidados por los profesores en las corporaciones municipales, que demarcan
una educación clasista, de acuerdo a la comuna y al estatus de sus habitantes.
Herencia neoliberal o futuro despegue capitalista en la economía de esta
"demos-gracia". Un futuro inalcanzable para estos chicos, un chiste
cruel de la candidatura, la traición de la patria libre. Salvándose de la botas
para terminar charqueados en la misma carroña, en el mismo estropajo que los
vio nacer. Qué horizonte para este estrato juvenil que se jugó sus mejores
años. Por cierto irrecuperables, por cierto hacinados en el lumperío crepuscular
del modernismo. Distantes a años luz, de las mensualidades millonarias que le
pagan los ricos a sus retoños en los institutos privados.
Por cierto, carne
de cañón en el tráfico de las grandes políticas. Oscurecidos para violar,
robar, colgar, si ya no se tiene nada que perder y cualquier día lo encontrarán
con el costillar al aire. Por cierto, entendibles tácticas de vietnamización
para sobrevivir en esta Edad Media. Otra forma de contención al atropello
legal y a la burla política. Nublado futuro para estos chicos expuestos al
crimen, como desecho sudamericano que no alcanzó a tener un pasar digno.
Irremediablemente perdidos en el itinerario apocalíptico de los bloques...
navegando calmos, por el deterioro de la utopía social.
en La esquina es mi corazón, 1995
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