Para aquellos que amamos el jazz, el nombre de Coltrane
es sinónimo de un maestro incontestable. Pocos músicos han influido tanto en
tantas generaciones. Pero debido a causas contractuales, la trayectoria de este
saxo tenor, a veces soprano, no había podido ser resumida hasta ahora con
cierto rigor y amplitud. Resuelto ya el problema de los derechos de cada sello
discográfico, su hijo Ravi, que ha estado hace poco actuando en Madrid, ha sido
el encargado de hacer una selección en cuatro compactos, que abarcan desde sus
pasos primerizos a su última fase de misticismo y libertad.
Coltrane había comenzado profesionalmente en la llamada
era del bebop, con el gran saxo tenor Charlie Parker. Su sonido era claro, pero
mostraba una concepción armónica extremadamente avanzada. Sus inusuales escalas
se sucedían a una rapidez tal que en París se preguntaban si no tendría más de
dos manos. Su técnica se basaba en una respiración circular, que eliminaba las
pausas, inspirando por la nariz y expirando por la boca, que le permitían hacer
solos de veinte o treinta minutos. Coltrane tenía una gran base teórica. Había
estudiado piano, bajo y arpa, y privadamente tocaba la flauta, e incluso la gaita.
Nació con el blues en 1926, pero conocía la música clásica, especialmente Bartók
y Stravinsky, así como la tradición latina, africana y de la India. Dotado y
prolífico, en 1965 había grabado ya once álbumes, siendo todos ellos alabados
por la crítica especializada.
El culto a Coltrane en los años sesenta era tan grande
que algunos le conocían ya por sus iniciales, que son las mismas que
Jesucristo, algo ciertamente blasfemo para un hombre tan humilde y religioso
como era él. Pero el fervor por su música era tal, que a su muerte, una iglesia
de San Francisco le llegó a declarar su santo patrón, creando toda una liturgia
en torno a Un amor supremo. Se le ha
llamado el Mesías del jazz. Algunos le ven incluso como el final de la historia
de esta música. Y él fue sin duda el gran innovador de un arte que nació
espontáneamente de la esperanza de esclavos que anhelaban un mañana mejor.
Hay tres grandes biografías sobre Coltrane, la mejor es
tal vez la publicada en 1981 por Lewis Porter, un profesor de la Universidad de
Rutgers, que ha dedicado toda su vida a estudiar su música (las otras son las
de Nisenson y Leroi Jones). Sólo sobre Un
amor supremo, escribe dieciocho páginas. Su infancia la describe en un
medio de clase media, ya que su padre era sastre, pero muere de cáncer cuando
Trane (como le solían llamar familiarmente) era apenas adolescente. Se cría en
la iglesia de sus abuelos, que eran pastores de la Iglesia Metodista Episcopal
Africana Sión, en Hamlet, Carolina del Norte. Estaba ya volcado en el saxo,
cuando su familia se traslada a Filadelfia en los años cuarenta, que era
entonces la cuna del bebop.
Coltrane pasa la guerra en la Marina, estacionado en
Hawai. Al volver a Philly en 1946 se dedica cuatro años a estudiar saxofón y música
clásica. Trabaja diez años tocando en orquestas, mientras empieza a tener
problemas con el alcohol y la heroína. Muchos músicos de jazz eran entonces
drogadictos, como Charlie Parker, Miles Davis, Stan Getz, Dexter Gordon o Chet Baker. Su
carrera emprende así un declive, al ser expulsado del grupo de Dizzy Gillespie.
Pero en 1957 vive una conversión, que le hace abandonar el hábito de la droga.
Según escribió en Un amor supremo,
durante ese año experimentó “la gracia de Dios, un despertar espiritual que me
llevó a una vida más rica, completa y productiva”.
“Mi propósito es vivir una vida auténticamente
religiosa, y expresarlo en mi música”, dice Coltrane en una entrevista de la
época. Él creía que “la música puede hacer al mundo mejor”, por lo que busca
tonos y escalas de particular “significado emocional”. Empieza a hablar así del
arte de una forma casi mágica, como un método para hacer llover, curar, dar
dinero, e incluso desintegrar, como dijo en una ocasión al baterista Elvin
Jones. A partir de los años sesenta hace de su música una oración. Ensaya en
una iglesia, y toca el saxo sin cesar. No se separa de él ni para comer o
dormir.
Hay un estudio sobre la espiritualidad de Coltrane, que
hizo John Fraim en un libro publicado el año 96 llamado Spirit Catcher, y Nisenson le dedica también especial atención a su
fe. No hay duda que sus raíces eran cristianas. Sus abuelos eran pastores, y su
madre era “muy religiosa”, dice Porter. No sé si iba ya a la iglesia de adulto,
pero él describe su conversión del año 57 en términos de gracia y gratitud al
Padre. Sus composiciones llevan nombre cristianos, como “El Padre y el Hijo y
el Espíritu Santo”, pero en sus meditaciones sobre este tema trinitario,
publicado en 1966 dice: “Creo en todas las religiones”. Habla de una “fuerza
para la unidad”, y parece “decepcionado” cuando descubre cuántas religiones
había.
Influido por el positivismo de Ayer, el budismo de la
India, Gandhi, o la astrología de Oriente y Occidente, Coltrane sabía que
moriría pronto, pero no por los antecedentes familiares de cáncer de estómago,
sino por sus convicciones astrológicas. Algunos meses antes le preguntaron en
una conferencia de prensa en Japón que le gustaría hacer entonces. Él contestó:
“ser un santo”.
No hay duda que Coltrane buscaba la verdad del
universo. Su música es uno de los más serios intentos de hacer del arte una
oración. Conoció el dolor y el lamento de haber explorado las cavidades más
profundas de su interior. Veía como por un espejo, oscuramente, pero Dios le
dio un saxofón que como la lámpara de un minero, nos habla de un ansia de
pureza, que sólo encontramos en aquella sangre de Jesucristo su Hijo, que nos
limpia de toda maldad. Es por ese amor
supremo que podemos ser santos, siendo transformados por su Gracia.
en Entrelíneas.org, mayo de 2005
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