No
Sólo
basta un no,
Un
no que salga desde afuera hacia adentro,
Impertérrito,
Áfono,
Noctámbulo
en su recorrido de negación.
Un
no acurrucado,
En
la membresía de la palabra,
De
la palabra que a sí misma se hace llamar no.
Esta
noche, y las siguientes me sustituyo,
En
incontables noes,
Y
me niego a mí misma junto a la palabra negada,
Impertérrita,
Áfona
Y
noctámbula.
Y
si lloviera esta noche
Y
si lloviera esta noche,
Los
gatos alunados dejarían el tejado,
Se
abrirían al silencio de la oscuridad mojada.
Yo
en tanto,
Me
partiría en dos,
Para
caer al vacío y ocupar el espacio húmedo y seco,
que
queda entre cada gota en caída.
Seguiría
el destilado del polvo agua, y me arrastraría por el suelo
Para
fraguar el cemento,
Para
volverme a unir,
En
polvo,
Agua
Y
lluvia.
Jacaranda
Del
ocaso este me llevo mis zapatos,
mis enmiendas y las partituras del recorrido.
El
asfalto se asoma sobre la cuneta malherida,
Mientras
de reojo
Una
calle abre sus raíces para la entrega final.
De
rodillas me toma el viento, y me asemejo a la sombra
de la jacaranda vertida sobre las palabras.
Muda,
las respiro, y me levanto al paso, bajo un cielo sordo.
Las
hojas moradas navegan en la quietud de mis pasos,
a lo lejos un corazón baila.
Las
palabras soplan a mi oído,
un canto morado de hojas de llanto herido.
Las
calles se retuercen en olas,
Olas
de tierra, que navegan entre árboles silentes,
Agonías
solemnes que anuncian la caída del sol.
Extraño
destino tienen las cosas
El
entendimiento diestro se vuelve estéril.
Un
hilo fino de pensamientos atorados,
Lucha
contra la gangrena de las cosas descompuestas.
Este
ingrato destino de soles acumulados,
Por
la insidia constituida en la proximidad de las cosas,
Se
abre.
Se
abre al río que nada a contra corriente.
Al
río corazón de lengua que no calla.
Al
río carcelero de la noche.
Al
río abierto en veinte bocas.
Al
río recto,
Sujetado
a un alfiler humano de grietas verticales.
Me
poso,
Como
ave fatigada,
Sobre
la ladera oeste,
Para
convertirme en pez
Y
me arrojo sobre la corriente desvelada,
Que
se abre a la alameda del cauce sin rumbo.
Esta
luz que me quema el aire no me deja respirar
Anochece
sobre este respirar quemado,
y tú sigues ahí parada, bajo una luz negra de vacío solar.
Las
ínsulas de luz rodean la carretera,
con pequeños surcos de galope,
corteza agrietada que evoca el recuerdo.
El
grito es de una mujer de ínsulas olvidadas,
océano de costa pérdida en el recodo del camino.
Esta
luz que me quema el aire, no me deja respirar.
Amanece
en este día de luz, y yo sigo ahí parado,
bajo tus respirar quemado, y soy parte del sol.
Inédito,
2014
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