jueves, mayo 29, 2014

“Extraño destino tienen las cosas”, de Claudia Jara








No

Sólo basta un no,
Un no que salga desde afuera hacia adentro,
Impertérrito,
Áfono,
Noctámbulo en su recorrido de negación.
Un no acurrucado,
En la membresía de la palabra,
De la palabra que a sí misma se hace llamar no.
Esta noche, y las siguientes me sustituyo,
En incontables noes,
Y me niego a mí misma junto a la palabra negada,
Impertérrita,
Áfona
Y noctámbula.






Y si lloviera esta noche

Y si lloviera esta noche,
Los gatos alunados dejarían el tejado,
Se abrirían al silencio de la oscuridad mojada.
Yo en tanto,
Me partiría en dos,
Para caer al vacío y ocupar el espacio húmedo y seco,
que queda entre cada gota en caída.
Seguiría el destilado del polvo agua, y me arrastraría por el suelo
Para fraguar el cemento,
Para volverme a unir,
En polvo,
Agua
Y lluvia.






Jacaranda

Del ocaso este me llevo mis zapatos,
mis enmiendas y las partituras del recorrido.
El asfalto se asoma sobre la cuneta malherida,
Mientras de reojo
Una calle abre sus raíces para la entrega final.
De rodillas me toma el viento, y me asemejo a la sombra
de la jacaranda vertida sobre las palabras.
Muda, las respiro, y me levanto al paso, bajo un cielo sordo.
Las hojas moradas navegan en la quietud de mis pasos,
a lo lejos un corazón baila.
Las palabras soplan a mi oído,
un canto morado de hojas de llanto herido.
Las calles se retuercen en olas,
Olas de tierra, que navegan entre árboles silentes,
Agonías solemnes que anuncian la caída del sol.






Extraño destino tienen las cosas

El entendimiento diestro se vuelve estéril.
Un hilo fino de pensamientos atorados,
Lucha contra la gangrena de las cosas descompuestas.
Este ingrato destino de soles acumulados,
Por la insidia constituida en la proximidad de las cosas,
Se abre.
Se abre al río que nada a contra corriente.
Al río corazón de lengua que no calla.
Al río carcelero de la noche.
Al río abierto en veinte bocas.
Al río recto,
Sujetado a un alfiler humano de grietas verticales.
Me poso,
Como ave  fatigada,
Sobre la ladera oeste,
Para convertirme en pez
Y me arrojo sobre la corriente desvelada,
Que se abre a la alameda del cauce sin rumbo.






Esta luz que me quema el aire no me deja respirar

Anochece sobre este respirar quemado,
y tú sigues ahí parada, bajo una luz negra de vacío solar.
Las ínsulas de luz rodean la carretera,
con pequeños surcos de galope,
corteza agrietada que evoca el recuerdo.
El grito es de una mujer de ínsulas olvidadas,
océano de costa pérdida en el recodo del camino.
Esta luz que me quema el aire, no me deja respirar.
Amanece en este día de luz, y yo sigo ahí parado,
bajo tus respirar quemado, y soy parte del sol.




Inédito, 2014











No hay comentarios.: