miércoles, abril 16, 2014

“El hombre en el desierto”, de Thomas Merton









La verdadera soledad es el hogar de la persona; la falsa soledad es el refugio del individualista. [...] Hay que ir al desierto, no para huir de los hombres, sino para encontrarlos en Dios. La soledad física tiene sus peligros, no conviene exagerarlos. La gran tentación del hombre moderno no es la soledad física, sino la inmersión en la masa de otros hombres; no es la huida a las montañas o al desierto (¡ojalá más personas sintieran esta tentación!), sino la inmersión en ese océano informe de irresponsabilidad que es la masa. Actualmente no hay soledad más peligrosa que la del hombre perdido en una masa, que no sabe que está solo y que tampoco actúa como persona en una comunidad. No afronta los riesgos de la verdadera soledad ni las responsabilidades que ésta implica, al tiempo que la masa le ha liberado de todas las demás responsabilidades. Con todo, en modo alguno está libre de preocupaciones; está cargado con la angustia difusa y anónima, los miedos indecibles, los apetitos mezquinos e insoportables y todas las hostilidades omnipresentes que llenan la sociedad de masas como el agua llena el océano. El mero hecho de vivir en medio de otras personas no garantiza que vivamos en comunión con ellas, ni siquiera que nos comuniquemos con ellas. ¿Quién tiene menos que comunicar que el hombre que vive inmerso en la masa? Muy a menudo, es el solitario quien tiene más que decir; no porque use muchas palabras, sino porque lo que dice es nuevo, sustancial, único: es propio de él. Aun cuando diga muy poco, tiene algo que comunicar, algo personal que puede compartir con otros. Tiene algo real que dar, porque él mismo es real. [...] El constante clamor de palabras vacías y ruidos de máquinas, el continuo zumbido de los altavoces, termina por hacer casi imposible la verdadera comunicación y la verdadera comunión. Cada individuo en la masa está aislado por espesas capas de insensibilidad. No se preocupa, no escucha, no piensa. No actúa, sino que es empujado. No habla, sino que produce sonidos convencionales cuando es estimulado por los ruidos apropiados. No piensa, sino que segrega tópicos. Una persona no se aísla por el mero hecho de vivir sola; y tampoco se produce la comunión entre los seres humanos por el hecho de que vivan juntos. No hay más soledad verdadera que la soledad interior, y ésta no es posible para quien no acepta su justa situación en relación con los otros. [...] La soledad no es separación.



en Nuevas semillas de contemplación, 2008













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