Ante
cualquier doctrina política, debemos plantearnos dos cuestiones: 1) ¿Son
ciertos sus principios teóricos? 2) ¿La puesta en práctica de esa doctrina es
susceptible de incrementar la felicidad humana? Por lo que a mí respecta, creo
que los principios teóricos del comunismo son falsos, y pienso que la práctica
de sus máximas aumenta inconmensurablemente la miseria humana.
Los
principios teóricos del comunismo provienen, en su mayoría, de Marx. Mis
objeciones a Marx obedecen a dos motivos: uno, que era una mentalidad confusa;
otro, que su pensamiento estaba casi enteramente inspirado por el odio. La
teoría de la plusvalía, con la que se supone demostrar la explotación de los
asalariados por el capitalismo, ha sido elaborada gracias a: a) la aceptación
subrepticia de la teoría de la población de Malthus, que Marx y todos sus
discípulos rechazan explícitamente; b) la aplicación de la teoría rieardiana
del valor a los salarios, pero no a los precios de los artículos
manufacturados. Marx está completamente satisfecho con el resultado, no porque
se amolde a los hechos o porque sea lógicamente coherente, sino porque está
calculado para hacer surgir la cólera de los asalariados. La teoría de Marx de
que todos los acontecimientos históricos han sido motivados por la lucha de
clases hace extensibles, precipitada e inciertamente, a la historia mundial,
ciertos rasgos preponderantes de la Inglaterra y la Francia de hace cien años.
Su creencia de que hay una fuerza cósmica, llamada materialismo dialéctico, que
rige la historia humana independientemente de la voluntad de los hombres, es
mera mitología. Sus errores teóricos no hubieran tenido, sin embargo, tanta
importancia, si no hubiera sido porque, como Tertuliano y Carlyle, su principal
deseo era el de ver el castigo de sus enemigos, sin tener en cuenta lo que
sucediera, en la coyuntura, a sus amigos.
La
teoría de Marx era bastante mala; pero el desarrollo que ha experimentado con
Lenin y Stalin la ha hecho mucho peor. Marx había enseñado que existiría un
período de transición revolucionaria, inmediatamente después de la victoria del
proletariado en una guerra civil, y que, durante ese período, el proletariado,
de acuerdo con la práctica acostumbrada después de una guerra civil, privaría a
sus enemigos vencidos del poder político. Este período debía ser el de la
dictadura del proletariado. No se debe olvidar que, en la profética visión de
Marx, la victoria del proletariado tendría lugar cuando éste hubiera aumentado
hasta llegar a ser la inmensa mayoría de la población. La dictadura del
proletariado, por tanto, tal como la concebía Marx, no era esencialmente
antidemocrática. En la Rusia de 1917, sin embargo, el proletariado constituía
un pequeño porcentaje de la población, y la gran mayoría estaba constituida por
campesinos. Se decretó que el partido bolchevique era el sector con conciencia
de clase del proletariado, y que un reducido comité, formado por sus
dirigentes, era el sector con conciencia de clase del partido bolchevique. La
dictadura del proletariado se convirtió, de ese modo, en la dictadura de un
reducido comité, y, últimamente, en la de un hombre: Stalin. Como único
proletario con conciencia de clase, Stalin condenó a morir de hambre a millones
de campesinos y a trabajos forzados en campos de concentración a otros
millones. Incluso llegó a decretar que las leyes de la herencia fueran, a
partir de cierto momento, diferentes de lo que solían ser y que el plasma
germinal debía obedecer a los decretos soviéticos y no al fraile reaccionario
Mendel. Soy completamente incapaz de concebir cómo es posible que algunas
personas, que son tan humanas como inteligentes, puedan encontrar algo que
admirar en el inmenso campo de esclavitud que ha creado Stalin.
Siempre
he estado en desacuerdo con Marx. Mi primera crítica hostil hacia él fue
publicada en 1896. Pero mis objeciones al comunismo moderno son más profundas
que mis objeciones a Marx. Lo que yo considero particularmente desastroso es el
abandono de la democracia. Una minoría que basa su poder sobre la actuación de
la policía secreta no tiene más remedio que ser cruel, opresiva y oscurantista.
Los peligros de un poder irresponsable fueron generalmente reconocidos durante
los siglos XVIII y XIX; pero, los que han sido deslumbrados por los visibles
éxitos de la Unión Soviética, han olvidado todo lo que tuvo que ser
dolorosamente aprendido durante la época de la monarquía absoluta, y han
retrocedido a lo que había de peor en la Edad Media, con la curiosa ilusión de
que se encontraban en la vanguardia del progreso.
Existen
signos de que, con el tiempo, el régimen ruso se hará más liberal. Pero, aunque
ello es posible, está muy lejos de ser seguro. Mientras tanto, todos los que
concedan algún valor, no sólo al arte y a la ciencia, sino a que sea suficiente
el pan cotidiano y el estar libre del temor de que una palabra imprudente que
sus hijos profieran ante el maestro de escuela les pueda condenar a trabajos
forzados en las soledades de Siberia, deben hacer cuanto esté en su poder para
que se conserve, en sus países, una forma de vida menos servil y más próspera.
Hay
quienes, obsesionados por los males del comunismo, han llegado a la conclusión
de que la única manera efectiva de luchar contra esos males consiste en una
guerra mundial. Me parece que eso es un error. Tal política podría haber sido
posible en alguna ocasión; pero, en la actualidad, la guerra se ha hecho tan
terrible y el comunismo ha llegado a ser tan poderoso, que nadie puede decir lo
que quedaría del mundo después de una guerra mundial, y lo que quedara sería
probablemente tan malo, por lo menos, como el comunismo actual. El resultado de
tal guerra no dependerá del que consiga obtener la victoria nominal, si la
consigue alguien. Dependerá de los inevitables efectos de la destrucción en
masa producida por las bombas de hidrógeno y de cobalto y, quizá, por epidemias
ingeniosamente propagadas. La manera de combatir al comunismo no es la guerra.
Lo que necesitamos, además de armamentos capaces de disuadir a los comunistas
de atacar al Occidente, es la disminución de las razones del descontento en las
partes menos prósperas del mundo no comunista. En la mayoría de los países de
Asia existe una miseria abyecta que el Occidente debería aliviar, en la medida
de sus posibilidades. Existe también una gran amargura, ocasionada por los
siglos de dominación insolente de los europeos en Asia. Esto debería resolverse
con la combinación de un tacto paciente con grandes anuncios de la renuncia a
tantas reliquias de la dominación blanca como existan todavía en Asia. El
comunismo es una teoría que se alimenta de la pobreza, del odio y los
conflictos. Su propagación sólo puede ser detenida por medio de la disminución
del área donde reinan la pobreza y el odio.
en Retratos de Memoria y otros ensayos, 1956
Aparecido
originalmente en Why I Opposed Comunism,
publicado
por Phoenix House, Ltd.
2 comentarios:
El Imperio Bitánico mató 100 veces más gente que Stalin, por motivos mucho menos nobles. El derecho a voto en el Imperio estaba mucho más restringido que en la URSS. Pero uno no es nadie y ellos escriben la historia y es una gran mentira.
Si a Stalin se le atribuyen 10 millones de muertos, entonces, según usted, ¿el imperio Británico mató a mil millones de personas? ¿Cuáles serían los motivos nobles de Stalin? Hay un serio problema lógico en su "argumento".
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