viernes, febrero 14, 2014

“Diarios íntimos”, de Charles Baudelaire









Cohetes, selección


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El amor es el gusto de la prostitución, no existe placer elevado que no pueda conducir a ella.




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El amor puede derivar de un sentimiento generoso: el gusto de la prostitución; pero bien pronto lo corrompe el gusto de la propiedad.




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El amor quiere salir de sí, confundirse con su víctima, como el vencedor con el vencido,  y conservar, sin embargo, privilegios de conquistador.




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Creo que ya escribí en mis notas que el amor se parecía mucho a una tortura o a una operación quirúrgica. Pero esta idea puede desarrollarse del modo más amargo. Aunque ambos amantes estuvieran muy enamorados y muy llenos de deseos recíprocos, uno de los dos estará siempre más tranquilo o menos poseído que el otro. Aquél o aquélla es el operador o el verdugo; el otro es el sujeto, la víctima. ¿No escucháis esos suspiros, preludios de una tragedia deshonrosa, esos lamentos, esos gritos, esos estertores? ¿Quién no los ha proferido, quién no los ha arrancado violentamente? ¿Y qué es lo que encontráis peor en estos cuidadosos torturadores? Esos ojos de sonámbulo convulso, esos miembros cuyos músculos saltan y se atirantan como bajo la acción de una pila eléctrica, la borrachera, el delirio, el opio en sus más furiosos efectos no os podrían ofrecer más horrible y curioso ejemplo. Y el rostro humano, que Ovidio creía modelado para reflejar los astros, he aquí que sólo tiene ya una expresión de ferocidad loca, o se distiende en una especie de muerte. Porque yo creería cometer un sacrilegio aplicando la palabra “éxtasis” a esta clase de descomposición.




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¡Espantoso juego, donde es necesario que uno de los jugadores pierda el gobierno de sí mismo! Una vez preguntaron delante de mí en qué consistía el placer más grande del amor. Alguien respondió naturalmente: en recibir; y otro, en darse. —Aquél dijo: placer de orgullo; —y éste: voluptuosidad de humillación. Todos estos indecentes hablaban como la Imitación de Cristo.




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Al fin, se encontró un impúdico utopista que afirmó que el placer más grande del amor era el de formar ciudadanos para la patria. Pero yo digo: la voluptuosidad única y suprema del amor estriba en la certidumbre de hacer el mal. El hombre y la mujer saben, desde que nacen, que en el mal se halla toda voluptuosidad.




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Amamos a las mujeres cuanto más extrañas nos son. Amar a las mujeres inteligentes es un placer de pederastas. Pero la bestialidad rechaza la pederastía.




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Goces espirituales y físicos causados por la tormenta, la electricidad y el rayo, toque de alarma de los recuerdos amorosos, oscuros, de los años pasados.




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He encontrado la definición de lo Bello, de lo para mí Bello. Es algo ardiente y triste, una cosa un poco vaga, que abre paso a la conjetura. Voy, si se quiere, a aplicar mis ideas a un objeto sensible, por ejemplo, al objeto más interesante en la sociedad: a un rostro de mujer. Una cabeza seductora y bella, una cabeza de mujer, digo, es una cabeza que hace soñar a la vez —pero de una manera confusa— en voluptuosidades y tristeza; que arrastra una idea de melancolía, de lasitud, hasta de saciedad —esto es, una idea contraria, o sea un ardor, un deseo de vivir, asociado a un reflejo amargo como procedente de privación o desesperanza. El misterio, el pesar son también características de lo Bello.




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Sobre la seducción de la Mujer. Los aires encantadores que forman su belleza, son: El aire cansado, El aire aburrido, El aire vaporoso, El aire impúdico, El aire frío. El aire concentrado. El aire dominador, El aire voluntarioso, El aire travieso, El aire enfermizo, El aire gatuno, infantil, de abandono y malicia mezclados.




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La cópula se parece mucho a la tortura o a una operación quirúrgica. En la plegaria hay una operación mágica. La plegaria es una de las grandes fuerzas de la dinámica intelectual. Hay en ella como una corriente eléctrica.




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Un hombre va al tiro al blanco, acompañado de su mujer. Apunta a un muñeco y la dice: Me imagino que eres tú. — Cierra los ojos y da en el blanco. — Luego, besando la mano de su compañera, añade: Ángel mío, ¡cuántas gracias te doy por mi puntería!




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Los que me amaron eran gentes despreciadas, yo diría que hasta despreciables, si pretendiese halagar a los que se creen decentes.




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Únicamente hay dos lugares donde se paga para tener derecho a gastar: las letrinas públicas y las mujeres.




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Por un concubinato ardiente, pueden adivinarse los placeres de un matrimonio joven.




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Este libro no está hecho para mis mujeres, mis hijas y mis hermanas. Casi no las tengo.





Mi corazón al desnudo, selección


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La mujer es lo contrario del Dandy. Debe producirle horror. La mujer tiene hambre, y quiere comer; sed, y quiere beber. Está en celo y quiere ser satisfecha. ¡Qué gran mérito! La mujer es natural, es decir, abominable. Además, es siempre vulgar. Es decir, lo contrario del Dandy.




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También hay gentes que no pueden divertirse más que en rebaño. El verdadero héroe se divierte solo.




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En Las orejas del Conde de Chesterfield, Voltaire se burla de este alma inmortal que ha vivido, durante nueve meses, entre excrementos y orines. Voltaire, como todos los perezosos, odia el misterio. Al menos, hubiera podido adivinar en esta localización una picardía o una sátira de la Providencia contra el amor y, en la forma de la generación, un signo del pecado original. De hecho, no podemos hacer el amor más que con los órganos excrementicios. No pudiendo suprimir el amor, la Iglesia ha querido, al menos, desinfectarlo, creando el matrimonio.




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Lo que el amor tiene de aburrido es ser un crimen, para el cual se necesita un cómplice.




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Hay ciertas mujeres que se parecen a la cinta de la Legión de Honor. No se las quiere porque se ensuciaron contra ciertos hombres. Por la misma razón que yo no me pondría los calzoncillos de un sarnoso.




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¿Qué es el amor? La necesidad de salir de sí mismo. El hombre es un animal adorador.
Adorar es sacrificarse y prostituirse. Todo amor es también prostitución.




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La mujer no sabe separar el alma del cuerpo. Es simplista, como los animales. Un satírico diría que es así porque no tiene más que el cuerpo.




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Me juro a mí mismo tomar de aquí en adelante por reglas eternas de mi vida, las siguientes: Rezar todas las mañanas a Dios, depósito de toda fuerza y toda justicia; a mi padre, a Marieta y a Poe, como intercesores; rogarles me comuniquen la fuerza necesaria para cumplir todos mis deberes y concedan a mi madre una vida lo suficientemente larga para que disfrute de mi transformación; trabajar todo el día, o al menos hasta donde mis fuerzas me lo permitan; confiarme a Dios, es decir, a la Justicia misma, para el éxito de mis proyectos; hacer todas las noches una nueva oración pidiendo a Dios la vida y la fuerza para mi madre y para mí; hacer, con todo lo que gane, cuatro partes: una para la vida diaria, otra para mis acreedores, otra para mis amigos y otra para mi madre; obedecer a los principios de la más estricta sobriedad, siendo el primero la supresión de todos los excitantes, sean los que sean.




en Diarios íntimos, 1851-1862
















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