ELLA: ¡La vida que me prometiste! Y la que me das! Dejé a un marido por seguir a un amante. ¡El romanticismo! El marido valía diez veces más, ¡seductor! Él no me llevaba la contra estúpidamente.
ÉL: Yo no te llevo la contra por capricho. Cuando dices cosas que no son verdad, no puedo aceptarlas. Tengo la pasión de la verdad.
ELLA: ¿De qué verdad? Te digo que no hay diferencia. Esa es la verdad: caracol, tortuga, es lo mismo.
ÉL: De ninguna manera, No son el mismo animal.
ELLA: Tú si que eres animal. ¡Idiota!
ÉL: La idiota eres tú.
ELLA: ¡Tú me insultas, imbécil, repugnante, seductor!
ÉL: Pero, escucha. Por lo menos, escucha.
ELLA: ¿Qué quieres que escuche? Después de diecisiete años que llevo escuchándote. Diecisiete años ya, que me arrancaste a mi marido, a mi hogar.
ÉL: Pero eso no tiene nada que ver con la cuestión
ELLA: ¿Con qué cuestión?
ÉL: Con la cuestión que estamos discutiendo.
ELLA: ¡Se acabó! Ya no hay cuestión. El caracol y la tortuga son el mismo animal.
ÉL: No, no son el mismo animal.
ELLA: Sí, son el mismo.
ÉL: Todo el mundo te va a decir que no.
ELLA: ¿Qué mundo? La tortuga, ¿no tiene caparazón? Responde.
ÉL: ¿Y qué?
ELLA: ¿El caracol no la tiene también?
ÉL: Sí. ¿Y qué?
ELLA: El caracol y la tortuga, ¿no se encierran en su caparazón?
ÉL: Sí. ¿Y qué?
ELLA: La tortuga o el caracol, ¿no es un animal lento, baboso, de cuerpo curvo? ¿No es una especie de reptil pequeño?
ÉL: Sí. ¿Y qué?
ELLA: Entonces, ya lo ves. Yo pruebo lo que afirmo. ¿No se dice: “Lento como una tortuga, lento como un caracol?” Y el caracol, es decir, la tortuga, ¿no se arrastra?
ÉL: No exactamente.
ELLA: ¿No exactamente qué? ¿Querrás decir que el caracol no se arrastra?
ÉL: Sí.
ELLA: Entonces, ya lo ves. Es lo mismo que la tortuga.
ÉL: Te digo que no.
ELLA: Testarudo, caracol. Explica por qué.
ÉL: Porque sí.
ELLA: La tortuga, es decir, el caracol, se pasea con la casa a cuestas. La construyó él mismo.
ÉL: La babosa tiene parentesco con el caracol. Es un caracol sin casa. Pero la tortuga no tiene nada que ver con la babosa. ¡Ah! Ya estás viendo que no tienes razón.
ELLA: Pero, explícame, zoólogo, explícame por qué no tengo razón.
ÉL: Bueno, porque...
ELLA: Dime las diferencias, si las encuentras.
ÉL: Porque... Las diferencias... también hay parecidos, no puedo negarlo.
ELLA: Entonces ¿por qué lo niegas a pesar de todo?
ÉL: Las diferencias consisten en que... En que... Es inútil, porque no quieres admitirlas, y además yo estoy muy cansado. Ya te lo he explicado todo, no vamos a volver a empezar. Estoy harto.
ELLA: No quieres explicarlo porque no tienes razón. No puedes dar razones sencillamente porque no las tienes, Si tuvieras buena fe lo confesarías. Tienes mala fe, siempre tuviste mala fe.
ÉL: Dices tonterías, siempre dices tonterías. Vamos a ver, la babosa forma parte... O, mejor dicho, el caracol... y en cambio, la tortuga...
ELLA: Ay, basta! ¡Cállate! Mejor será. No puedo seguir oyéndote divagar.
ÉL: Yo tampoco puedo seguir oyéndote. ¡No quiero volver a oír Nada!
ELLA: No nos entenderemos nunca.
ÉL: ¿Cómo nos vamos a entender? No nos entenderemos nunca. (Pausa) Vamos a ver. ¿La tortuga tiene cuernos?
ELLA: No me fijé nunca.
ÉL: El caracol los tiene.
ELLA: No siempre. Cuando los saca. La tortuga es un caracol que no saca los cuernos. ¿de qué se alimenta la tortuga? De lechuga. El caracol también. Por lo tanto, son el mismo animal. Dime lo que comes, te diré quién eres. Por otra parte, la tortuga y el caracol son comestibles.
ÉL: No se preparan del mismo modo.
ELLA: Y, además, no se comen entre ellos. Los lobos tampoco. Porque son de la misma especie. Lo cual quiere decir, a lo más, que el uno es una variedad de la otra. Pero es la misma especie, la misma especie.
ÉL: Especie de tarada.
ELLA: ¿Qué estás diciendo?
ÉL: Decía que tú y yo no somos de la misma especie.
ELLA: Podías haberte dado cuenta hace mucho tiempo.
ÉL: Me di cuenta desde el primer día. Ya era demasiado tarde. Debería haberme dado cuenta antes de conocerte. El día anterior. Desde el primer día, comprendí que no nos íbamos a comprender nunca.
ELLA: Tendrías que haberme dejado con mi marido, con el cariño de los míos, tendrías que habérmelo dicho, y dejarme cumplir mi deber. Un deber que era un placer de todos los instantes, de día y de noche.
ÉL: ¿Qué idea te dio de venir conmigo?
ELLA: Fuiste tú quien me arrastró, ¡seductor! ¡Hace diecisiete años! A esa edad no sabe una lo que hace. Abandoné a mis hijos. No tenía ninguno. Pero habría podido tenerlos. Todos los que hubiese querido. Habría podido tener hijos que me hubiesen rodeado, que habrían podido defenderme. ¡Diecisiete años!
ÉL: ¡Y habrán otros diecisiete! Diecisiete años más va a seguir dando vueltas a la máquina!
ELLA: Porque no quieres admitir las evidencias. Empezando porque la babosa seguro que tiene su casita escondida. Entonces, es un caracol. Por lo cual, es una tortuga.
ÉL: ¡Ah!, pero el caracol es un molusco, un molusco gasterópodo.
ELLA: El molusco eres tú. El molusco es un animal blando. Como la tortuga. Como el caracol. No hay diferencias. Si asustas al caracol se esconde en su cáscara, exactamente como la tortuga. Una prueba más de que son el mismo animal.
ÉL: Después de todo, me da lo mismo. Años enteros llevamos disputando por la tortuga y el caracol.
ELLA: El caracol, es decir, la tortuga.
ÉL: Como se te antoje. Ya no quiero oír hablar más de ello. (Pausa) Yo también dejé a mi mujer. Claro, es verdad, que ya estaba divorciado. Uno se consuela pensando que eso le ha sucedido a muchísima gente. Uno no se debe divorciar. Si no me hubiera casado, no me habría divorciado. Uno nunca sabe.
ELLA: Ah, sí, ¡contigo nunca se sabe! Eres capaz de todo. No eres capaz de nada.
ÉL: Una vida sin porvenir no es nunca otra cosa que una vida sin porvenir. Ni siquiera eso.
ELLA: Hay personas que tienen suerte. Los afortunados. Los desafortunados no la tienen.
ÉL: Tengo demasiado calor.
ELLA: Yo tengo frío. Éstas no son horas de tener calor.
ÉL: ¿Ves cómo no nos entendemos? Nunca nos entendemos. Voy a abrir la ventana.
ELLA: Quieres que me hiele. Me querrás matar.
ÉL: No quiero matarte. Quiero aire.
ELLA: Decías que había que resignarse a la asfixia.
ÉL: ¿Cuándo dije eso yo? Nunca dije eso.
ELLA: Sí, lo dijiste. El año pasado. Ya no sabes ni lo que dices. Te contradices.
ÉL: No me contradigo. Son las estaciones.
ELLA: Cuando tienes frío, bien que me impides abrir la ventana.
ÉL: Eso es lo que tengo que echarte en cara; que tengas frío cuando tengo calor, que tengas calor cuando tengo frío. Nunca tenemos frío ni calor al mismo tiempo.
ELLA: Nunca tenemos frío ni calor al mismo tiempo.
ÉL: No. Nunca tenemos calor ni frío al mismo tiempo.
ELLA: Es porque no eres un hombre como los demás.
ÉL: ¡Que no soy un hombre como los demás!
ELLA: No, desdichadamente, no eres un hombre como los demás.
ÉL: No. No soy un hombre como los demás, afortunadamente.
ELLA: ¡Desdichadamente!
ÉL: ¡Afortunadamente! No soy un hombre vulgar, soy un idiota. Como todos los idiotas que conociste. ¡No soy un cualquiera! He estado invitado en la casa de Princesas que iban descotadas hasta el ombligo y para tapar el escote se ponían encima chaquetitas, sin lo cual habrían estado desnudas. Tenía ideas geniales, hubiese podido escribirlas, me lo habrían pedido. Habría sido un poeta.
ELLA: Piensas que eres más vivo que los demás; yo también lo creí, un día en que estuve loca. No es verdad, fingí creerlo. Porque me sedujiste, pero no eres más que un cretino.
ÉL: ¡Cretina!
ELLA: ¡Cretino! ¡Seductor!
ÉL: No me insultes. No vuelvas a llamarme seductor. ¿No te da vergüenza?
ELLA: No te insulto. Te desenmascaro.
ÉL: ¡Tortuga!
ELLA: ¡Caracol!
1962
Fotografía de Irving Penn
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