Pese a los esfuerzos israelíes por restringir la
cobertura en los medios de su destructiva invasión de los pueblos y campos de
refugiados palestinos en la franja occidental, imágenes e información han
logrado filtrarse a la red electrónica; existen ahí cientos de testimonios
verbales y visuales de testigos presenciales. Esto ha sido posible también
gracias a la cobertura de las televisiones europea y árabe –esta última inaccesible,
bloqueada o hecha a un lado por los principales medios estadunidenses-. Dicha
evidencia proporciona pruebas contundentes de lo que es y siempre ha sido la
campaña israelí: el intento por conquistar irreversiblemente el territorio palestino
y la sociedad.
La línea oficial (que tiene el respaldo de Washington y
de prácticamente todos los comentaristas de noticias estadunidenses) es que
Israel se defiende emprendiendo acciones de represalia por los bombazos
suicidas que minan su seguridad, y que incluso amenazan su existencia. Tal
afirmación ha logrado un estatus de verdad absoluta, y no la moderan ni con las
acciones que Israel emprende ni con lo que en realidad ha ocurrido.
Se repite tan frecuentemente, y sin argumentos, que hay
que arrancar la red del terrorismo, destruir su infraestructura, atacar los
nidos de terroristas (nótese la total deshumanización que implica cada una de
estas frases) que se le ha otorgado a Israel el derecho de hacer lo que le
place, ocasionando enorme daño a la vida civil palestina, destrucción
desenfrenada y sin motivo, matanzas, humillación, vandalismo, violencia muy
tecnificada, sobrecogedora y sin razón. Ningún otro Estado sobre la tierra
hubiera podido hacer lo que Tel Aviv ha hecho, con tanta aprobación y respaldo
como le ha dispuesto Estados Unidos. Ningún Estado ha sido tan intransigente y
destructivo, tan fuera de sus propias realidades, como Israel.
Pero hay señales de que la sorprendente, por no decir
grotesca, naturaleza de sus reclamos (la "lucha por su existencia")
se erosiona lentamente merced a la burda y casi inimaginable devastación
tendida por el Estado judío y su homicida primer ministro, Ariel Sharon. Echemos
un vistazo al reportaje escrito por Serge Schmemann (quien no es precisamente
un propagandista pro-palestino), aparecido en la primera plana del New York
Times el 11 de abril, cuyo encabezado reza: "Los ataques israelíes convierten
los planes palestinos en metales retorcidos y pilas de escombro. No hay forma
de evaluar en toda su envergadura el daño a ciudades y pueblos -Ramallah,
Belén, Tulkarem, Qalqilya, Nablus y Jenin- que se mantienen bajo un estrecho
estado de sitio; las patrullas y los francotiradores disparan en las calles.
Pero es factible afirmar que se ha devastado la infraestructura de la vida
misma y de cualquier futuro Estado palestino -las carreteras, las escuelas, las
torres eléctricas, las bombas de agua y el cableado telefónico".
Qué cálculo inhumano llevó al ejército israelí a lanzar
50 tanques, 250 ataques diarios con misiles y docenas de embestidas con F-16 para
sitiar el campo de refugiados de Jenin durante toda una semana. Este sólo es un
predio de un kilómetro cuadrado, tachonado de barracas que alojan unos 15 mil
refugiados y no más de una docena de hombres armados con rifles automáticos,
pero sin defensas mayores, ni líderes; sin misiles ni tanques; sin nada. ¿Cómo
es que a esto se le llama responder a la violencia terrorista que amenaza la
supervivencia de Israel? Los reportes hablan de cientos de enterrados por el
escombro que ahora los bulldozer tratan de amontonar sobre las ruinas del
campamento. ¿Acaso
los hombres, las mujeres y los niños palestinos, todos ellos civiles, son sólo
ratas o cucarachas que pueden atacarse o asesinarse por miles sin que se
invoque palabra alguna de compasión o en su defensa? ¿Y qué de la captura de
miles de hombres palestinos, desaparecidos por los soldados israelíes sin rastro
alguno; qué del desamparo y la falta de vivienda de los tantos seres, comunes y
corrientes, que intentan sobrevivir entre las ruinas creadas por los bulldozer
por toda la franja occidental, en un estado de sitio que lleva ya meses y
meses; qué de los cortes a la electricidad y al agua en todos los poblados
palestinos, de los largos días de toque de queda total, de la escasez de
alimentos y medicinas, de los heridos que se desangran hasta la muerte, de los
ataques sistemáticos a las ambulancias o al personal de asistencia, que incluso
de manera velada Kofi Annan ha decretado como peligrosos? No podrán tirarse al
agujero de la memoria todos estos actos. Los amigos de Israel deberían
preguntarle cómo es que tales políticas suicidas podrán traerle paz, aceptación,
seguridad.
La más formidable y temible maquinaria de propaganda ha
logrado la monstruosa transformación de un pueblo entero en poca cosa más que
"militantes" y "terroristas". Esto ha solapado que no sólo
los soldados de Israel, sino una flotilla de sus escritores y defensores
borroneen la terrible historia de sufrimiento y abuso con tal de destruir
impunemente la existencia civil del pueblo palestino.
Ha desaparecido de la memoria pública la destrucción de
la sociedad palestina en 1948, al igual que la fabricación de un pueblo
desposeído; la conquista de las franjas occidental y de Gaza, así como su
ocupación militar desde 1967; la invasión de 1982, junto con los 17 mil 500
libaneses y palestinos muertos; las masacres de Sabra y Chatila; el continuo
asalto a escuelas, campos de refugiados, hospitales e instalaciones palestinas
de todo tipo. Qué objetivo antiterrorista se cumple destruyendo los edificios
del Ministerio de Educación, el cabildo de Ramallah, la Oficina Central de
Estadística, varios institutos especializados en derechos civiles, salud y
desarrollo económico, hospitales y estaciones de radio y televisión para luego
retirar los archivos de todos ellos. ¿No
está claro que Sharon se inclina no sólo a "quebrar" a los
palestinos, sino a tratar de eliminarlos como pueblo con instituciones
nacionales?
En un contexto de tal disparidad y poder asimétrico,
parece de locos el seguir pidiendo a los palestinos -que no cuentan con
ejército, fuerza aérea, tanques, defensas de algún tipo o un liderazgo en
funciones- que "renuncien" a la violencia, sin exigir limitaciones
comparables a los actos de Israel. Incluso el asunto de los bombazos suicidas,
algo a lo que siempre me he opuesto, no puede examinarse desde un punto de
vista que permita que el racismo, oculto, sea el rasero por el que se valora
más las vidas israelíes que la de muchos más palestinos desaparecidos,
baldados, distorsionados y menospreciados de antemano por la larga ocupación
militar israelí y por la barbarie sistemática utilizada abiertamente por Sharon
contra ellos desde que iniciara su carrera en los años 50.
En mi opinión no puede concebirse paz alguna que no
ataje el problema real: que Israel, a ultranza, se rehúsa a aceptar la
existencia soberana del pueblo palestino, pese a que tiene derechos sobre lo
que Sharon y muchos de quienes lo apoyan consideran tierra exclusiva del Gran
Israel, es decir, la franjas occidental y de Gaza.
En los números del 6 y 7 de abril (2002) del Financial
Times, un perfil sobre Sharon concluía con este revelador pasaje de su
autobiografía, que el diario introdujo con la frase: "ha escrito, con el
orgullo que le da estar convencido, como sus padres, que árabes y judíos pueden
vivir unos con otros". Entonces viene la relevante cita del libro de
Sharon: "Pero ellos creían, sin cuestionamiento alguno, que sólo ellos
tenían derechos sobre esta tierra. Y nadie los iba a echar de aquí, pese al
terrorismo y a todo lo demás. Cuando posees la tierra físicamente... entonces
tú tienes el poder, no sólo el poder físico, también el poder espiritual".
En 1988 la OLP concedió que sería aceptable partir la
Palestina histórica en dos estados diferenciados. Esto se ha reafirmado en
numerosas ocasiones y, ciertamente, de nuevo, en los documentos de Oslo. Pero
únicamente los palestinos reconocieron explícitamente la noción de tal
partición. Israel nunca lo ha hecho. Esto explica por qué ahora hay más de 170
asentamientos israelíes en tierras palestinas, por qué existen 482 kilómetros
de red carretera que conecta estas localidades e impide los movimientos
palestinos (de acuerdo a Jeff Halper, del Comité Israelí contra la Demolición
de Casas, ésta costó 3 mil millones de dólares y la financió Estados Unidos).
Por último, también explica por qué ningún primer ministro israelí, de Rabin
hasta ahora, ha concedido una soberanía real a los palestinos y por qué los
asentamientos crecen año a año. El simple atisbo a un mapa reciente de estos
territorios revela lo que ha estado haciendo Tel Aviv durante los acuerdos de
paz, y la discontinuidad y el achicamiento geográficos de la vida palestina que
resultaron de sus actos. En efecto, Israel se considera a sí mismo y al pueblo
judío como los poseedores del territorio en su totalidad: en Israel hay leyes
de tenencia de la tierra que lo garantizan, pero en la franja occidental y en
Gaza cumplen la misma función la red de asentamientos y las carreteras, y no
dan ningún derecho soberano sobre la tierra a palestino alguno.
Lo que perturba la mente es que ningún funcionario -ni
estadunidense ni palestino ni árabe, ni de Naciones Unidas, ni de Europa o
cualquier otra parte- ha cuestionado a Israel en este punto, que se entretejió
en todos los documentos, procedimientos y acuerdos de Oslo. Lo que explica, por
supuesto, que después de casi 10 años de "negociaciones de paz" siga
controlando la franja occidental y Gaza. Estos territorios los controlan más
directamente (¿los
poseen?) mediante más de mil tanques y miles de soldados israelíes. El
principio que subyace sigue siendo el mismo. Ningún líder (ciertamente ni
Sharon ni sus allegados pertenecientes al movimiento Tierra de Israel, que son
mayoría en su gobierno) ha reconocido oficialmente los territorios ocupados
como tales, o ha reconocido que los palestinos podrían, por lo menos
teóricamente, tener derechos soberanos, es decir, sin que Israel controle las
fronteras, el agua, el aire, la seguridad, en el territorio que todo el mundo,
con la excepción ya descrita, considera tierra palestina. Así que hablar de la
"visión" de un Estado palestino, como hoy es la moda, es una pura visión,
a menos que el gobierno de Israel conceda oficial y abiertamente el punto de la
tenencia de la tierra y la soberanía. Nadie lo ha hecho y, si no me equivoco,
nadie lo hará en un futuro próximo.
Debe recordarse que Israel es el único Estado del mundo
actual que nunca ha tenido fronteras internacionales declaradas; el único país
que no es de sus ciudadanos, sino de todo el pueblo judío; el único donde más
del 90 por ciento de la tierra está destinada, bajo custodia, al uso exclusivo
del pueblo judío. Que sea también el único Estado en el mundo que nunca ha
reconocido ninguna de las previsiones principales de las leyes internacionales
(como lo argumentara recientemente Richard Falk) sugiere la profundidad del
enredijo estructural de rechazo absoluto que deben afrontar los palestinos.
Es por estas razones que he sido escéptico de las
discusiones y encuentros por la paz, una palabra adorable que en el contexto
presente significa llanamente que los palestinos debieran dejar de resistir a
los israelíes y perder control sobre su tierra. Una de las muchas deficiencias
del terrible liderazgo de Arafat (por no hablar de los más lamentables de otros
líderes árabes en general) es que a lo largo de casi una década de
negociaciones en Oslo nunca enfocó siquiera la tenencia de la tierra, nunca
emplazó a Israel a que se declarara legalmente dispuesto a ceder tierra a los
palestinos, y nunca le exigió hacerse responsable por el sufrimiento de su
pueblo. Ahora me preocupa que esté simplemente tratando de salvarse a sí mismo,
otra vez, cuando lo que en realidad necesitamos son monitores internacionales
que nos protejan, nuevas elecciones que aseguren un futuro político real para
el pueblo palestino.
La pregunta más profunda que encaran Israel y su pueblo
es la siguiente: ¿están
dispuestos jurídicamente a asumir los derechos y las obligaciones que entraña
ser un país como cualquier otro, y a abandonar los imposibles reclamos de
tenencia por los que Sharon, sus padres y sus soldados han estado luchando
desde el primer día? En 1948 los palestinos perdieron el 78 por ciento de su
territorio, y en 1967 se quedaron sin el 22 por ciento restante. En ambas
ocasiones en favor de Israel.
Hoy, la comunidad internacional debe fijar a Israel la
obligación de aceptar un principio de partición real, no uno ficticio; la
obligación de limitar sus insostenibles reclamos extraterritoriales, sus
absurdas pretensiones basadas en la Biblia, sus leyes que permiten avasallar a
otro pueblo por completo. ¿Por
qué se tolera, sin cuestionamiento, tal fundamentalismo?
Hasta ahora lo único que escuchamos es que los
palestinos debemos renunciar a la violencia y condenar el terror. ¿Acaso
alguna vez se demandará de Israel algo sustantivo, o seguirá actuando sin
pensar por un momento en las consecuencias? Este es el punto real de su
existencia: ¿puede
existir como un Estado cualquiera o deberá estar siempre por encima de las
restricciones y responsabilidades de todos los otros estados del mundo? El
recuento no da confianza.
en La Jornada, 17 de abril de 2002
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