El momento más difícil en el amor es aquel en que se
cae saciado.
Es de locos discutir con una mujer: ¿quién discute con
el agua, fuego o viento?
El corazón es la jaula del secreto del amor. Cuando el
pájaro huye, nunca más vuelve a la jaula.
Muchas veces el amor camina cerca de nosotros, atento a
no salir de la sombra, donde lo confundimos con la amistad.
Al contemplar una hermosa doncella, embriágate de
deseos, y reflexiona luego lo que se sufre cuando se ama.
Observa cómo se desnuda la mujer que se te ofrece. Si
comienza por quitarse las babuchas, tiene pleno dominio de sí misma, y serás su
víctima.
¡Si la mujer que acaricias te sonríe, mala señal para
ti! Continuará sonriendo, o contará las estrellas de una constelación.
Hoy una mujer te dijo “no”. Mañana, sin duda, te dirá “sí”.
Entre estas dos palabras hay un “puede ser”, que es lo mejor del amor.
Si tu amada cerró los ojos para recibir tu primer beso,
ten cuidado, pues debe conocer sus recursos. Puedes tener confianza en la mujer
que te brinda sus labios y a la vez te mira.
No te muestres demasiado varonil en la primera noche de
amor. Quizá esta mujer sea tuya durante un año. Puede venir el cansancio, y no
conviene que oigas un día invocar contra ti esa antigua proeza.
Una mujer puede decirte: “No aspiro a tu corazón. Sólo
quiero tu cuerpo y tus caricias”. Esa mujer es hábil. Témela. Sabe cómo el
cazador atrae el león a la trampa.
Otra puede confesarte: “Sólo aspiro a tu corazón”.
Témela igualmente. Debe saber que la mayoría de los hombres creen que el
corazón es una golosina.
Ni la tumba del sultán Sandjar en Merv, ni el palacio
de los Selyukidas en Konich, ni la mezquita del Kutab en Delhi, poseen la
majestad de una tienda de cuero donde una frágil doncella mantiene encadenado
por el amor a un emir desbordante de gloria.
Ronda la noche tu jardín. Te has sentado bajo tu árbol
predilecto. Sufres por hallarte solitario y desconocido mientras podrías
realizar grandes cosas, o simplemente hacer feliz a una dama. Mira esos
jazmines que estrellan la fronda de tu árbol, y acepta la lección que te
ofrecen.
Comtemplaba saltar a una doncella que el viento
esculpía. Cual doble proa, sus senos rasgaban el espacio. Echada atrás la
cabeza, semejaba decapitada mientras corría. Luego, cansada, quedóse inmóvil.
¿Vencida o triunfante? Pero estaba sola, y únicamente en el amor una doncella
disfruta de su derrota.
Tu amada reclina la cabeza sobre tu pecho. Su mano
estrecha la tuya, cierra los ojos, palpítale la garganta y su sonrisa muestra
unos dientes luminosos. No le beses los labios en seguida: dejarías de verle la
sonrisa.
Tu amada te repite que jamás perteneció a ninguno. Te
contó su vida, citando los nombres de los que pueden confirmar su aserto.
Sonríes porque sabes que perteneció a otro y está mintiendo. Pero ¡qué importa!
¿Son por esto sus labios menos voluptuosos al contacto de los tuyos y menos suave
su espalda al roce de tus caricias?
Hundida en la alfombra, adornada con trozos de los
objetos que rompiera, solloza tu amada con la cabeza entre las manos. En vez de
tu desesperación muda y de pensar en la muerte, levántate y apártale las manos.
Presumo tenga los ojos secos. Mas, si realmente llora, que tus besos enjuguen
sus lágrimas. Su sal será a tus besos lo que la miel a una torta de cebada.
Tu amada, mohina, siéntase en un rincón del cuarto. Por
engañarte deshoja una rosa, con interés fingido, tarareando una canción. Coge
tú otra rosa y aspira en su cáliz el perfume de este instante: en seguida, tu
amada, ardiente y desolada, se arrojará a tus brazos.
en El jardín de las rosas, Chiraz,
año 656 de la Hégira
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