Fragmento
Chorros de vino salían de sus orejas, y sus piernas barrían
el suelo como dos mástiles ciegos. Todo terminó al alba: un amanecer rojo que
comenzó remolineando en el jardín y que llegó a barrer la estancia cubriendo de
luz los espesos almohadones y el tapiz en el que se representaba, velada por
los cortinajes de la ventana, la escena de su muerte. Violeta azul y negro
dominaban el colorido de los almohadones, y más lejos estos colores reaparecían
en la ventana, en la pequeña bóveda, estrecha y gótica, y en las cortinas de la
tela de pesados pliegues, movidas por el viento de la mañana. Me incorporé
sobre la cama y contemplé su cuerpo caído al pie de una mesa. Le abracé,
pronuncié su nombre. Como antaño su hermana en las largas noches de invierno,
le llamé con un tono de voz que le era familiar. Pero ya no podía oírme. Todo
estaba en calma; llegaron los primeros pájaros de la mañana. Olor de encierro,
de tabaco de pipa y de sedas viejas y viejos pergaminos. Estaba (ahora lo
sabía) abrazando a un cadáver.
en La asesina ilustrada, 1977
No hay comentarios.:
Publicar un comentario