Como
un rostro a punto de hablar
sus
ojos están abiertos contra el cielo,
dilatados
en el vaivén de la ahorcadura.
Mira
cómo se reflejan sus pies helados
aún
goteantes en el charco súbito.
Cuando
vengan por él y lo desnuden
y
le registren los bolsillos y lo acuesten
diles
que sus manos apretaron el nudo
y
que temblaron dulcemente en la caída
para
repartir el pan entre los muertos.
en Cuaderno,
1998
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