domingo, octubre 27, 2013

"Fueguinos", de Rolando Cárdenas






Los primeros hombres fueron hechos de arcilla obscura
por un antepasado que residía en el cielo.
Siempre vivían alejándose
entre islotes rocosos,
más allá del Cabo Froward
o por las últimas orillas del Beagle,
donde las estaciones se parecen.
Conocían el viento helado que soplaba desde el océano
cuando se agitaban las ramas de los arbustos.
Esperaban que los primeros guanacos
bajaran a las playas huyendo de la nieve
para proveerse de su piel todo el invierno.
De un roble hueco nacían las canoas,
mientras las mujeres
buscaban huevos de pájaros en la primavera,
“porque en otra época los árboles no quieren”.
Allí donde comienza la historia de algún bosque
y la tupida cortina de la lluvia
hace pensar que lloverá para siempre,
subían pequeñas columnas de humo
desde las silenciosas tolderías.
Ellos sabían abrigarse
haciendo arder leños enteros.
Permanecían a su lado como si tuvieran sueño,
porque era hermoso ver arder un árbol inmenso,
retorciéndose, rojo, en medio del viento y de la noche.
Nunca supieron de la muerte,
porque recobraban el tiempo en el secreto del agua.
Pero vivían alejándose del norte
dentro de un roble hueco.
Ahora son los ríos y los montes,
las estrellas rojas que atraviesan la noche.






de En el invierno de la provincia, 1963













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