miércoles, septiembre 04, 2013

"Salvador Allende", de Víctor Pey Casado

Originalmente llamado "Algunas pinceladas sobre la personalidad de Allende"




Inmensamente afectivo, con una fortaleza física impresionante que agotaba a los que querían seguirle en sus maratónicas giras electorales a lo largo del país, cargado ya con la abrumadora tarea de la Jefatura del Estado y de la transformación de las estructuras económicas del país en medio de una oposición política frontal dentro y fuera de Chile, cuestionado no pocas veces por buena parte de sus propios correligionarios que le acusaban de reformista, ese hombre tuvo siempre en su mente y en su corazón la extraña mezcla del mayor de los corajes con la más sensible de las delicadezas.

Supo enfrentar los desafíos a los que su afán de redención humana le llevó con una determinación que no dejó espacio nunca para el desaliento. Siendo un gozador de la vida, jamás subordinó la entrega a su pueblo a veleidades de una sensualidad que, aún reconociéndola y apurándola, pudiera alterar la consecuencia singularísima que marcó su existencia.

En la carta que el 21 de mayo de 1965 Allende le dirige a la masonería, planteando su retiro de la institución, describe las motivaciones que le llevaron en su juventud a colocarse al lado de su pueblo. He aquí su confesión:

«Estudiante en un período de fragor social y político y médico joven, de acción profesional amplia y anónima, fui tremendamente golpeado por el impacto de la realidad patria y que, por decirlo auténticamente, en su estructura económica, cultural, social y política, es la de toda América Latina. De ambiente familiar sin prejuicios dogmáticos y atraído por el papel protagónico de los masones desde los albores de la Independencia; por la dura tarea de la Orden en su inalterable lucha contra el mal y por el bien; por la acción profana de la institución en sus afanes de eliminar la desigualdad social; por sus esfuerzos para barrer la intolerancia y superar el oscurantismo y oír imponer un régimen de igualdad de derechos y de expectativas para todos los hombres ingresé a la Orden. En no escasa medida también ejerció influencia en mis preocupaciones de bien público, mi devoción hacia la figura de mi abuelo el doctor Ramón Allende Padín, ex Gran Maestro de la Orden y fundador de la primera escuela laica de Chile.»

Aquí está la síntesis, expresada por él mismo, de cuáles fueron las causas primeras que orientaron el sentido que quiso darle a su vida, en su generoso anhelo de entrega a su pueblo sufriente, buscando una mayor justicia social. Sabido es que cuando Allende sintió que la masonería chilena se iba apartando de esos ideales a los que él nunca renunció planteó su separación de la misma por intermedio de esa carta a la que acabo de referirme, la que fue contestada con otra del 6 de Agosto del mismo año en la que la Logia, en su parte resolutiva, señala que «habiéndose reafirmado una vez más la coincidencia de nuestros planteamientos […] acordó, por unanimidad, rechazar la solicitud de Carta de Retiro presentada por vos».

Sépase que Allende siguió en la masonería tras solidarizar su Logia con sus ideales de justicia social y de democracia íntegra.

No está de más el hacer una breve mención, para que el lector comprenda mejor lo sucedido, al silencio u obsecuencia que la masonería oficial chilena mantuvo durante los años de la dictadura frente a los gravísimos atropellos a los derechos humanos que se cometieron, correspondiendo recalcar de inmediato la actitud de un grupo de masones que, consecuentes con los principios que sustentó Allende dentro y fuera de esa institución, fundaron en el exilio una Logia a la que perteneció, entre otros, el ilustre educador, ex Rector de la Universidad de Concepción y ex Ministro de Educación, el Dr. Edgardo Enríquez Froden.

Cuando la confabulación mantenida por el gobierno de los EE.UU. contra Salvador Allende para impedir la asunción del mismo al mando supremo de la nación se imbricó con la nacional, llegando en el transcurso del gobierno de la Unidad Popular al borde de la subversión golpista militar, Allende visualizó con una generosidad coherente con sus principios su propia muerte como factor determinante en una eventual solución política ante el complot que ostensiblemente estaba en marcha.

Los acontecimientos se adelantaron al amparo de la traición y Allende ofreció su vida, en el instante en que la democracia era avasallada por la fuerza brutal de las armas, al pueblo por el que tanto luchó. Hay quienes, incapaces de comprender tanto desinterés personal y tanta entrega, tanto coraje moral, deslizan preceptos peyorativos sobre la grandeza humana que implica el acto mismo de la muerte de Allende.

Hay siempre inquisidores frustrados en todas las iglesias, atentos a lanzar al fuego eterno a las almas que no comulgan con sus designios. Es ya otro tema, el de la cara oscura de la condición humana.




en Revista Septiembre, 2013
















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