viernes, septiembre 06, 2013

"Chile: Poética de la tortura política", de Hernán Vidal

Fragmentos




Incentivos para fugarse del cuerpo

Como demuestra el testimonio sobre el efecto de la electricidad, el hiato existencial de la tortura y la enajenación del nexo conciencia-cuerpo se manifiesta en el prisionero como una poderosa tensión de energías centrípetas y centrífugas. Aprovechando la simultaneidad de estas energías contradictorias, el torturador simultáneamente incita al torturado a que concentre y agudice su atención en ese instante, en ese momento, en la convergencia y condensación de los efectos del dolor extremo y la exigencia de información. A la vez, sin embargo, mediante el incentivo del dolor lo incita a una apertura, a que el prisionero encuentre alguna justificación biológica, psicológica o ideológica para metamorfosearse, para fugarse a otros espacios mentales, para que abandone su postura política rígida, para que se instale en algún espacio, en alguna metáfora o símbolo que simultáneamente le permita claudicar y lo absuelva moralmente de la claudicación. Por ejemplo, lo tienta para que se transforme en «madre abnegada que sacrifica todo por sus hijos»; o en «pareja amorosa que no puede dejar que destruyan a su compañero/a»; o en «persona cuerda y sensata que no tiene por qué someterse a tanto sufrimiento por cuestiones políticas abstractas». El dolor intenso aplicado con conocimiento técnico de las ofertas de escape que se entregan al torturado es el principal dispositivo de transcodificación de las energías corporales, transcodificación que termina en múltiples metamorfosis simbólicas del cuerpo humano.

[…]

Materia inerte, palabra robada

Sentirse expulsado de la civilización es quizás la reacción más primitiva ante la derrota en la sesión de tortura. Implica imaginar que uno ya no pertenece al espacio de la vida, que uno es materia inerte, muerta, disponible. Analógicamente el torturado se ha metamorfoseado en detrito fecal, viscoso, de todo un proceso digestivo («Está cagado» es la descripción más común). El torturado parece complementar voluntariamente en su psiquis la tarea del torturador cooperando con su propio asesinato simbólico. En términos lingüísticos, la significación y la comunicación han quedado interrumpidas porque el cuerpo ahora actúa como significado resbaladizo, mercúrico, arrastrado y dejándose llevar por marejadas de significantes psicológicos e ideológicos confusos, distorsionadores, crípticos, herméticos, inestables. Ni el cuerpo ni la mente tienen una morada, un es- pacio de residencia metafórica dentro o fuera de sí mismos. El torturado no puede dar sentido a lo sufrido, ya no tiene un mapa mental donde ubicar el daño. En la literatura psicoterapéutica existe «consenso sobre la enorme dificultad para hablar de la tortura, aun para aquellos cuyo sistema de ideales les permitió mantener una mayor cohesión interna. Ni la negación, ni la disociación, ni la vergüenza son suficientes para explicar lo que encierra este silencio. Aunque la experiencia traumática se transforme en lenguaje, una parte de la misma no puede ser dicha, no tiene palabras. Quien fue torturado guarda para sí un monto de horror imposible de simbolizar, pero que hace síntomas». [1]

Mientras no entregó información, el prisionero mantuvo la autoestima que le confería identificarse con una causa, con la subcultura política sustentada por esa causa, subcultura formada por personas que comparten vivencias con él, afectos, recuerdos, secretos. No delatar, no informar implicaba mantener esa pertenencia: «El hablar, el confesar, implica el reconocimiento del otro torturador como dueño poseedor de lo último que le quedaba al torturado: la palabra. En la delación se quiebra la última resistencia, se enajena lo último que le pertenecía, se desmorona el resto que le quedaba como propio»; «la lealtad a su causa...». «La palabra confesada, delatada, ya no es más su palabra, ahora es la palabra del torturador». [2]





2000















[1] María Isabel Castillo, Elena Gómez y Juana Kovalskys, «La Tortura como Experiencia Traumática Extrema, su Expresión en lo Psicológico, en lo Somático y en lo Social». Tortura: Aspectos médicos, psicológicos y sociales. Prevención y tratamiento (Seminario internacional) (Santiago de Chile: CODEPU, 1990), pp. 133-134.

[2] Jorge Barudy, «El Dolor Invisible de la Tortura en las Familias de Exiliados en Europa». Tortura..., p. 103.










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