Este otoño parece haberse abierto la veda para que dos
de los escritos antisemitas más famosos del siglo XX sean publicados de nuevo
en sus países de origen: Mein Kampf,
de Adolf Hitler, que verá la luz en Alemania con una introducción crítica e
innumerables notas, como si aún se tuviera miedo de que es peligroso ofrecer el
texto al desnudo al alemán de hoy, y los textos antisemitas de Louis Ferdinand
Céline, probablemente junto a Marcel Proust el más grande escritor francés del
pasado siglo, que serán publicados en una pequeña editorial de Quebec, Huit,
bajo el título de Ecrits polémiques,
y que comprende, además de algunos textos raros y dispersos, Bagatelles pour un massacre, de 1937, L´ Ecole des cadavres, publicada en
1938, donde se dice “muy amigo de Hitler, muy amigo de todos los alemanes, que
hacen muy bien en ser racistas”, y Les
Beaux Draps, del año 1931, que conocieron cierto éxito durante la Ocupación
y que no se habían vuelto a publicar en Francia desde entonces porque la viuda
del escritor, Lucie Almansor Destouches, no daba su permiso alegando que su
marido no quería que se volvieran a publicar jamás.
Céline murió en 1961, y según la ley canadiense, se
pueden publicar los libros de un autor cincuenta años después de su muerte al
ser ya de dominio público. De ahí las prisas. Se dará, entonces, la
circunstancia de que en Francia continuarán prohibidos los libros antisemitas
de Céline e incluso su distribución, como bien ha aclarado Rémi Ferland, editor
de Huit, mientras muchos ejemplares se venderán de tapadillo, como en los
tiempos de Ulises y de Lolita en las aduanas de Inglaterra y
los Estados Unidos cuando las novelas de James Joyce y de Vladimir Nabokov
estaban prohibidas y las ediciones francesas corrían de mano en mano de amigos.
Vivir para ver.
Pero no dramaticemos. Las veces que he estado en París
y me he acercado a los bouquinistes,
he tenido siempre en mis manos alguno de estos libros, preferentemente Bagatelles pour un massacre, eso
sí, a precio de oro, más o menos lo que costaba una primera edición de Tristan
Tzara dedicada por el autor, e incluso llegué a verlo en una de las ediciones
de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, en Madrid, junto a uno de Robert
Brasillach dedicado a la defensa del Alcázar y a, esto sí fue para mí una
tortura al no tener dinero ni por asomo para comprarlo, Voyage au bout de la nuit, en la edición de Denoël del año 32.
Parece ser que en París no es difícil conseguirlos, si lo pagas, claro, pero
también están accesibles en la Red. Las prohibiciones de libros ya no tienen el
encanto orlado de clandestinidad de antaño.
Leer hoy día estos libros es hacer un ejercicio de
intrincado desciframiento. Bagatelles pour
un massacre, por ejemplo, es un texto salpicado de diatribas tan feroces
contra los judíos que rozan, en ese estilo maravillosamente delirante de
Céline, el paroxismo. Tan delirante que aboga por la creación de un ejército
conjunto francoalemán y unas frases apologéticas a Hitler que era imposible que
tuviera cierta acogida en Francia, incluso entre los elementos de Vichy. André
Gide, con un tacto curioso, tachó el libro de cínico por despertar pasiones
banales con una ligereza sorprendente, a no ser que se tomara como un juego,
mientras que, curiosamente, Ernst Jünger, que era oficial de la Wehrmacht en el
París ocupado, fue el que más duro se mostró llegando incluso a
perjudicar su imagen cuando en la posguerra intentó rehabilitarse, al destacarlo
en sus Diarios bajo el pseudónimo de
Mérline como un personaje repugnante que ramoneaba por las dependencias que los
alemanes ocupaban en París buscando su beneplácito. Céline nunca le perdonó
aquella imagen que dio de él.
El delirio de Bagatelles
pour un massacre se acrecienta en L´
École des cadavres, Un ejemplo: “Los judíos, racialmente, son monstruos,
son híbridos, lobos cazadores que deben desaparecer” para luego continuar, “el
judío no ha sido jamás perseguido por los arios. Se persigue a él mismo.
Es el damnificado por sus propios deseos de carne híbrida”. Pero la cosa
adquiere dimensiones casi cósmicas en Les
Beaux Draps, escrito ya durante la Ocupación, porque Céline era un escritor
tan dotado para las imágenes plásticas, rutilantes, alucinatorias y
disparatadas, que una vez puesto en faena no podía parar. Aquí comienza a
erigirse en el papa de los antijudíos, masones, comunistas y gaullistas,
acusa a la mayoría de los franceses de ser mestizos y estúpidos, y, de
paso, deplora el sentimiento de comunidad que tienen los judíos porque eso les
hace fuertes. El libro aboga también por un descenso en la jornada laboral a
treinta y cinco horas. Hay que decir que el régimen de Vichy puso al libro en
el índice, quizá por ciertas reivindicaciones de orden social, aunque no movió
un dedo para prohibir su distribución.
Estos textos, más algunos de formato más reducido y no
tan contundentes, son los que verán la luz en Canadá este otoño,
convenientemente anotados, es decir, convenientemente contextualizados. Lo
curioso de todo este asunto, lo que más me llama la atención, como en la
edición en Munich de Mein Kampf que
van a hacer para los alemanes, es lo de las numerosas notas a pie de
página. Parecería que hubiera un temor sagrado a que el común de las gentes
tuviese que ser orientada so pena de caer en el influjo venenoso de lo que
están leyendo, cuando todo el mundo sabe que el que quiera conseguir el libro
en Alemania no tiene más que meterse en la Red y allí encontrará las páginas
malditas sin aditamento alguno. Es una curiosa manera de entender la pedagogía
de masas, como si aquello que es digno de ser rechazado en realidad fuese como
un cristal opaco donde bajo su superficie se halla el anillo deseado. Uno de
los modos de hacer publicidad hoy día.
en Cuarto poder, 10 de septiembre de 2012
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