lunes, julio 08, 2013

"Medusa", de Roland Barthes





La Doxa es la opinión corriente, el sentido repetido, como si nada. Es Medusa: la que petrifica a los que la miran. Ello quiere decir que es evidente. Pero, ¿la vemos? Ni siquiera: es una masa gelatinosa pegada en el fondo de la retina. ¿Qué remedio queda? De adolescente fui a bañarme un día a Malo-les-Bains, en un mar muy frío donde proliferaban las medusas (¿qué aberración me hizo aceptar aquel baño? Éramos un grupo, lo cual justifica todas las cobardías); era tan corriente salir del mar cubierto de quemaduras y ronchas que la encargada de los vestuarios le ofrecía a uno plácidamente una botella de lejía cuando regresaba de bañarse. De la misma manera, podría concebirse encontrar placer (un placer alambicado) en los productos endoxales de la cultura de masas, a condición de que al salir de un baño de esta cultura a uno le ofreciesen, en cada ocasión, como si nada, una cierta cantidad de discurso detergente.

Reina y hermana de las horribles Gorgonas, Medusa poseía una extraña belleza debido al brillo de su cabellera. Cuando Neptuno la raptó y la desposó en el templo de Minerva, ésta la volvió repulsiva y convirtió sus cabellos en serpientes.

(Es verdad que hay en el discurso de la Doxa antiguas bellezas dormidas, el recuerdo de una sabiduría suntuosa y otrora fresca; y es ciertamente Atenea, la deidad sabia, la que se venga convirtiendo a la Doxa en una caricatura de la sabiduría.)

Medusa, o la Araña, es la castración. Ella me deja estupefacto. La estupefacción es producida por una escena que oigo pero que no veo: mi audición queda frustrada en su visión: estoy detrás de la puerta.

La Doxa habla, yo la oigo pero no estoy dentro de su espacio. Hombre de la paradoja, como todo escritor, estoy detrás de la puerta: quisiera pasar, me gustaría mucho ver lo que se dice, participar yo también en la escena comunitaria; estoy continuamente oyendo aquello de lo que se me excluye; estoy en estado de estupefacción, marcado, cercenado de la popularidad del lenguaje.

La Doxa es opresiva, eso ya se sabe. ¿Pero puede ser represiva? Leamos estas terribles palabras de un panfleto revolucionario (la Boltche de Fer, 1790): “…hay que poner por encima de los tres poderes un poder censorio de vigilancia y de opinión que pertenezca a todos y que todos podrán ejercer sin representación.”









en Roland Barthes por Roland Barthes, 1975








Traducción de Julieta Sucre













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