Se
me han helado los párpados.
Alguien
golpea con un cincel para abrirlos.
Quiero
que no me hieran los globos de los ojos.
El
cincel penetra más y más.
Una
linterna eléctrica me alumbra la cara
de
piedra o de cemento.
Ya
ninguna vida es encantada.
No
sé estar en paz (y estar en paz es mi mayor deseo).
En
mi cabeza escucho una canción sentimental
que
pertenece a la era de los primeros
gramófonos.
Mientras
afuera nevando
se
empieza a tomar Petrogrado otra vez:
luces
y voces relumbran
sobre
mujeres y hombres.
Ahora
inicio el día con mi alma en caos.
Palpo
el vidrio de la urna donde duermo
deshecho
como el agua de una brillante cascada.
El
Kremlin se llena de relámpagos, centellas y rayos.
Entonces
digo esperanza con una cara muy larga
(sabes
a qué me refiero).
La
juventud me derriba y caigo sobre nieve.
Mi
otrora enérgico dedo índice
parece
señalar algo
que
a nadie le interesa ver en el cielo.
En
la Plaza Roja, ojos de niños miran
volar
hacia el Oeste cohetes de artificio.
A
través de dos agujeros de papel
observo
una infancia premiada, fuera de la Historia.
La
nieve se ha derretido
y
desde el fondo del hielo
me
doy cuenta
que
no hay nadie en el mundo.
en Antología Tierra Incógnita, 2012
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