viernes, diciembre 07, 2012

“Romario”, de Eduardo Galeano







Venido desde quién sabe qué región del aire, el tigre aparece, pega su zarpazo y se esfuma. El arquero, atrapado en su jaula, no tiene tiempo ni de pestañear. En un fogonazo, Romario asesta sus goles de media vuelta, de chilena, de volea, de chanfle, de taco, de punta, o de perfil.

Romario nació en la miseria, en la favela de Jacarezinho, pero desde niño ensayaba la firma para los muchos autógrafos que iba a firmar en la vida. Trepó a la fama sin pagar los impuestos de la mentira obligatoria: este hombre muy pobre se dio siempre el lujo de hacer lo que quería, disfrutón de la noche, parrandero, y siempre dijo lo que pensaba sin pensar lo que decía.

Ahora tiene una colección de Mercedes Benz y doscientos cincuenta pares de zapatos, pero sus mejores amigos siguen siendo aquellos impresentables buscavidas que en la infancia le enseñaron el secreto del zarpazo.




en El fútbol a sol y sombra, 1995













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