Venido desde quién sabe qué región del aire, el tigre aparece,
pega su zarpazo y se esfuma. El arquero, atrapado en su jaula, no tiene tiempo
ni de pestañear. En un fogonazo, Romario asesta sus goles de media vuelta, de
chilena, de volea, de chanfle, de taco, de punta, o de perfil.
Romario nació en la miseria, en la favela de Jacarezinho,
pero desde niño ensayaba la firma para los muchos autógrafos que iba a firmar
en la vida. Trepó a la fama sin pagar los impuestos de la mentira obligatoria: este
hombre muy pobre se dio siempre el lujo de hacer lo que quería, disfrutón de la
noche, parrandero, y siempre dijo lo que pensaba sin pensar lo que decía.
Ahora tiene una colección de Mercedes Benz y doscientos
cincuenta pares de zapatos, pero sus mejores amigos siguen siendo aquellos
impresentables buscavidas que en la infancia le enseñaron el secreto del
zarpazo.
en El fútbol a sol y sombra, 1995
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