Gobernar
la nave se hace cada vez más problemático. Los hombres están inquietos; sólo
la más ardua disciplina, las más dulces promesas, las más absurdas amenazas
mantienen a la tripulación activa y dispuesta. Una humanidad que ya no se
asombra de nada nos vio partir hacia el más allá; estaba ya habituada a una
desfalleciente fascinación.
Comprendo
a todos; éstos han sido años de sucesos terribles, de convulsiones. Muertes
masivas, guerras, inventos maravillosos; ¿quién podía entusiasmarse por una
conquista de aquel espacio que ya nada nuevo promete a hombres hartos de
progreso? Los costos son elevados, pero ya nadie se fija en cifras. Corre
sangre y corre dinero en estos años en que somos, a la vez, creadores y
asesinos.
Amo y
odio a mis compañeros. En cierto sentido, son la hez del universo; en otro, son
balbucientes niños en cuyas manos se moldea el futuro. Abriremos una ruta que
liberará a este planeta del hambre, de las multitudes crecientes que ya no
encuentran un lugar bajo el sol y que sólo esperan, aterradas y resignadas, un
juicio final del que desconfío; ¿cómo se puede ser tan supersticioso en estos
tiempos de triunfo de la ciencia, del arte, de una nueva promesa de libertad
como la que encarna esta nave?
Hemos
partido hace meses; en este tiempo solitario hemos recorrido la inmensidad de
cambiantes colores, reducidos a lo mínimo. Nos hemos visto convertidos en
criaturas desnudas, flotando en la creación; los hombres tienen miedo. Sabían
que existía este vacío; lo supieron siempre. Pero ahora que se sienten
devorados por él, sus miradas se han endurecido para siempre. El final es un
lejano punto que no logro construirles.
Huimos
de un mundo de miseria y hartazgo; de violencia y caridad; de revolución y
orden. Habremos de retornar, sin duda, pero tampoco puedo garantizárselo a
ellos. Ven el vacío; no son capaces de perseguir un sueño de plenitud.
No hay
comunicación con un pasado que sólo recobraremos como futuro. Y mi soledad es
mayor; ¡ay de los que poseemos la verdad y la seguridad! Una sola lágrima
nuestra, descubierta por ellos, equivaldría a una desesperada muerte. Pero
es inmensa la recompensa: al otro lado nos esperamos nosotros mismos,
encarnados en esa libertad y en esa abundancia de que ahora carece nuestro
planeta. Debemos durar, debemos resistir, no sólo porque el retorno es
imposible, sino porque mienten cuando dicen preferir la seguridad de la prisión
que dejaron. La verdad, me digo, es obligatoria. Y el encargo que llevamos nos
ha sido encomendado por todos los hombres de la Tierra, aun por aquellos que no
saben de este viaje e ignoran lo miserable de su existencia.
El
viaje continuará, así tuviera que matarlos a todos y gobernar yo sólo la nave.
Nadie puede escapar, si no es a través de su propia muerte: confío en sus
instintos, más que en sus razonados temores. Hasta ahora no hemos encontrado
las horribles pesadillas que algunos timoratos previeron. Sé que todo marchará
bien, o todos moriremos juntos; si así fuera, si lo último se cumpliera, otros
retomarán la esperanza y esa huida que será un gran encuentro. El cielo es
negro sobre nosotros, pero miles de luces nos acompañan; son como cirios de la
esperanza. Ellos las miran con temor y odio; no quieren comprender que son
guardianes y guías; ¿cómo no sentirse hermano de las estrellas, que observan,
comprensivas, nuestra soledad que es la de ellas?
Me
siento solo, y no me siento solo. ¿Habrá alguien que pueda comprender esta
atracción por un abismo que para mí no es sino una ruta más? Es cierto que a
veces tengo miedo, como todos. No soy sino un hombre frente a fuerzas
desconocidas; las intuyo, pero no las domino; las comprendo, pero no son mías.
Pero sin miedo no hay esperanza.
Y, sin
embargo, el tiempo es largo, sobre todo para ellos. El viaje se les aparece
infinito. Empiezan a sentirse privados de toda realidad; se creen fantasmas de
sí mismos. Sus ojos me amenazan, porque siempre hay un culpable. La nave cruje
y se mece, la inmensidad es cada vez más aplastante, pese a esos signos que,
desde hace un par de días, nos aseguran que no hay error, que mis cálculos son
correctos.
Debo
anotar, pues, que ojalá se cumplan los pronósticos favorables antes que el
temor termine totalmente con la confianza. Rogaré al Señor para que tal cosa no
ocurra. Danos, pues, Señor, la gracia de poder cumplir nuestra misión antes que
finalice este octubre de 1492.
en Cuentos del relojero abominable, 1974
1 comentario:
es guapísimo!
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