En la Gran Guerra hubo dos escritores de renombre
internacional que estuvieron del lado de la Tradición Áurea: el poeta
norteamericano Ezra Pound y el Premio Nobel noruego, Knut Hamsun. Ambos fueron
internados en asilos de locos después de la derrota. También el poeta francés
Robert Brasillach debió pagar por su coraje. He relatado mis entrevistas con
Ezra Pound en periódicos y revistas de Sur y Norteamérica. Le vi en Venecia, en
sus últimos años, cuando había entrado en un silencio voluntario, que rompió
conmigo. A Knut Hamsun no alcancé a conocerle, desgraciadamente. Pero he leído
toda su obra encantadora, llena de la poesía del Gran Norte, de la nostalgia de
Hiperbórea, tal vez de Aryana Vaiji.
¿Quién en las nuevas generaciones lee hoy a Knut Hamsun, disfrutando de sus
descripciones de la naturaleza transfigurada, de su amor mágico por las altas
latitudes del mundo y del espíritu? El control férreo sobre las publicaciones y
la divulgación de lo que se escribe, la propaganda dirigida, que construye y deshace
glorias artificialmente, los escritores comprometidos al servicio del vencedor,
la venganza despiadada, han caído sobre sus cabezas y "harán presa hasta
en el último de sus descendientes espirituales".
Cuando aún era muy joven —un escritor desconocido fuera
de mi patria— también sufrí persecuciones Después vinieron los años de
silencio, de investigación en apartados lugares del mundo. He dicho que hasta
cinco años después de terminada la guerra, el control era menos riguroso. Así,
sobre algunos, recayó el olvido. Seguí escribiendo, investigando, protegido
incidentalmente por mi posición de diplomático, disfrazado de este modo,
mientras buscaba a los camaradas dispersos por el mundo, que habían sufrido
como Ezra Pound.
Ahora, cuando parece que el tiempo pasa y cuando es
posible que esté envejeciendo, en la superficie de la tierra y de mí mismo,
habrá llegado el momento de hacer el recuento de la Leyenda Áurea, de recapitularla,
para algunos. Mi obra esta casi terminada, con publicaciones en distintos
países y lenguas. He conseguido esto. No sé cómo. Aquellos que la hayan leído
con atención, no deberán extrañarse de las revelaciones de este libro. Más
bien, encontrarán aquí la clave.
en El cordón dorado, 1978
Fotografía: Miguel
Serrano en los Himalayas, 1955
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