jueves, noviembre 08, 2012

“Ibn Arabi, el hijo del instante”, de Jaime Bergamin







Hace cerca de mil años, un poeta sufí decía de su doctrina que era un sabor, porque su objeto y su fin podrían definirse como una sabiduría directa de verdades trascendentes, más comparable con las experiencias de los sentidos que con el conocimiento que procede de la mente. ¿Dónde está la sabiduría que perdimos con el conocimiento?

¡Oh boca sonriente, cuya humedad adoro!
¡Saliva cuya miel he probado!
¡Luna revelada, con las mejillas cubiertas
del rojo atardecer!

Abū Bakr Muhammad bn Alī Ibn Arabi nacido el 28 de julio de 1165 en Murcia (Al-Ándalus), actual Andalucía, fue un místico sufí, filósofo, poeta, viajero y sabio musulmán andalusí.

Aquí vale una pequeña definición de algo que, como todo lo que atañe al Islam, permanece ignorado por la inmensa mayoría, especialmente la globalizada, sepultada bajo el oscuro manto de la desinformación, esa desinformación que vuelve ominoso lo que solo es distinto y que molesta como piedra en el zapato de una “conciencia” occidental hecha a la medida de intereses que, esperamos llevada por la arrogancia enmascarando la codicia, poco a poco se va haciendo evidente en la adormecida conciencia colectiva.

Más que una doctrina, el sufismo es un puente (puente entre Oriente y Occidente), un camino, una manera de buscar, un arte de llamar. "Buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá." Al modo sufí, diríamos que la poesía es un sabor.

Antes de que el mundo existiera, viña, racimo o uva,
nuestra alma estaba embriagada de vino inmortal.
Ibn al Farid

El sufismo y los debates averroístas fomentaron en Ibn Arabí niño un espíritu tolerante como el que caracterizó a Al-Ándalus hasta el siglo XII y que se vio truncado durante la infancia del futuro "jeque de los sufíes" por la invasión almohade y posterior ocupación de Murcia por las huestes de este movimiento integrista religioso-militar procedentes del Magreb. Los enemigos de la paz que asoman su fea cabeza cuando la luz del conocimiento florece… 

Los recuerdos de adolescencia de nuestro personaje parecen haber estado especialmente marcados por dos amistades femeninas, una doble amistad filial por dos venerables mujeres sufíes, dos maestras que le iniciarán por el sendero de la intimidad con Allah: Yasmina de Marchena y Fátima de Córdoba. El retrato que nos hace de ambas es una colorida estampa de la época y nos permite conocer la riqueza y variedad intelectual de un Al-Ándalus inquieto y sin prejuicios.

Particularmente con esta última, sus relaciones se ven rodeadas de un aura extraordinaria. Esta venerable shaykha, a pesar de su avanzada edad, era todavía de una belleza y una gracia tal que se la habría tomado por una joven de catorce años y el joven Ibn Arabí no podía evitar enrojecer cuando miraba de frente su rostro.

Desnuda de sus velos,
sería tormento y por ello es esquiva.
ramo de duna en un jardín plantado
lo contemplo sin pausa, con temor reverente.

Durante su adolescencia, Ibn Arabí cae gravemente enfermo al punto de sumirse en la inconsciencia. Se teme por su vida, mientras él, en su universo interior, se ve asediado por los íncubos amenazadores propios de la fiebre que lo acosa, figuras de aspecto infernal danzando a su alrededor (curiosa simetría con Borges). De lo más profundo del terror, surge un ser de belleza maravillosa, suavemente perfumado, que repele con fuerza invencible a las figuras demoníacas.

“¿Quién eres?” le pregunta Ibn’Arabî. “Soy la sura Yasîn.” Su desdichado padre, angustiado junto a su lecho, recitaba en aquel momento esa sura (la 36 del Corán) que se salmodia especialmente para los agonizantes. Sería de las primeras veces que Ibn’Arabî penetrara en el ‘âlam-al-mithâl, el mundo de las imágenes reales y subsistentes, ese mundo en el que nos sumergimos creyendo que esas figuras son subjetivamente reales, cuando lo que queremos decir es que son imaginariamente reales. 

El ansia de saber condujo a Ibn Arabi a una prolongada vida peregrina a lo largo y a lo ancho de al-Andalus primero y, aprovechando una holgada situación, tanto espiritual como económica, recorrió el mundo mediterráneo siempre buscando la verdad. 

¡Oh, Dios! Sea cual fuere la parte
de este mundo que me hayas asignado,
concédesela a tus enemigos; y sea
cual fuere la parte
del otro mundo que me hayas asignado,
concédesela a tus amigos. Tú ya eres
bastante para mí.

El pensamiento filosófico de Ibn Arabi es una suma de corrientes neoplatónicas y las tradiciones místicas andalusíes. La labor literaria de Ibn Arabi es vastísima, comprendiendo más de 400 manuscritos. Su Risalat al-Quds, "Tratado de la santidad", es una de las grandes colecciones hagiográficas del mundo musulmán que encierra un valor histórico excepcional para quien desee conocer la vida espiritual del Islam en los tiempos del filósofo y místico murciano.

En 1.201, peregrina por primera vez a Meca. Tiene treinta y seis años. Su primera estancia en la ciudad le va a comportar una experiencia tan profunda que va a ser la base de toda su dialéctica del amor. Se enamora de la hija de un reputado shayj de Meca La muchacha conjugaba el doble don de extraordinaria belleza y una sabiduría turbadora, y le inspiraría una de sus obras maestras, “Turyumán al - Ashwaq”, “El intérprete de los Deseos”, que después él mismo comentará en clave sufí.

Mi corazón se ha vuelto capaz de acoger todas las formas,
es pradera para las gacelas, monasterio para monjes.

Templo para ídolos y Kaaba del peregrino,
Tablas de la Toráh y Libro de El Corán.

La religión que profeso es la del Amor y sea cual sea el rumbo que tome,
su montura, el Amor es mi religión y mi fe.

Después de haber permanecido durante dos años en La Meca, visitó Anatolia, a Jerusalén y a El Cairo, otra vez La Meca, Anatolia, Bagdad, y retornando a Anatolia. Luego se trasladó a Damasco, donde en 1229 compuso «Los engarces de la sabiduría» (Fusús al-Híkam).

Creéis que sé lo que hago,
que por un segundo, o incluso medio segundo,
sé qué versos saldrán de mi boca?
No soy más que una pluma en manos de un escritor,
¡no más que una pelota lanzada por un mazo de polo!

 El contacto con la familia del shayj y de los círculos sufíes, procuran a Ibn Arabí una paz íntima que será el resorte de una extraordinaria productividad. Simultáneamente, su vida interior se intensifica: las circunvalaciones alrededor de la Kaaba, interiorizada como centro cósmico, lo transporta alimentado su esfuerzo y sus percepciones.

La existencia para él es imaginación dentro de la imaginación. Así, es posible afirmar que el único modo de comunicar lo inefable es, precisamente, mediante el lenguaje poético.

Si Satán hubiera contemplado en Adán
el fulgor de su rostro, no se hubiera rebelado
Si Hermes hubiera interpretado las líneas
que la belleza escribió en tu rostro
no hubiera escrito nada.
No pensaría en el suyo, ni en palacios.

No se puede hablar de sufismo sin, al menos, mencionar a Ibn Rushd (Averroes), el gran pensador de Córdoba. Precisamente es a la muerte de este último cuando el pensamiento Islámico va a alcanzar altísimas cotas en Ibn al-Arabí, que deja detrás una rica escuela que aún perdura.

"No hay más realidad que la realidad", afirma este arte sagrado en su doctrina de geométrica simpleza. Todas las cosas formadas por las fuerzas del universo tienen una forma y un contenido divinos: perplejidad metafísica. Agotar la realidad, darle un ritmo -aquí y ahora- a esta geometría divina, es la propuesta de estos místicos heterodoxos (de raíces platónicas - neoplatónicas-, gnósticas y zoroastrianas), de allí que se defina al sufí como el hijo del tiempo presente o el hijo del instante. 

Y aquí toca el turno a otros dos grandes poetas sufíes:

Evocando con vino al amado, Deja ya tu egoísmo; no temas la pobreza.
bebimos hasta embriagarnos, No persigas el oro. Y bebe, que una vida
cuando aún la viña estaba por crear tan llena de pesares, hay que pasarla toda
Ibn al Farid en un sueño profundo o embriagado de vino.
Omar Khayyam

La metáfora de la embriaguez habla de ese viaje del alma desde la dispersión y el pesar hasta el conocimiento real (divino), la promesa de ebriedad más allá de la apariencia efímera. 

Y es solo cuando se sabe que el sufismo, como la poesía, trasciende las cadenas de la religión hacia una esencial forma de contemplación -mística salvaje- más allá de cualquier ideología. El asombro ante la contemplación de la realidad lleva al poeta a divinizarla, a volverla sagrada. El poeta sufí no pretende tan sólo utilizar el lenguaje sino fundirse en comunión con él. 

Transforma tu cuerpo entero
en visión, hazte mirada.
Rûmi

El sentido final del sufismo es la santidad, pero una santidad creada, particular, individual, nunca externa, nunca autocomplaciente.


La doctrina de la nada 

Citas que sugieren otros soles, otros entornos, otras maneras de vivir, ignorados por quienes las elaboraron, universales y vigentes por la misma razón.

 A semejanza del taoísmo y del Zen, el pájaro sufí establece una relación tácita entre revelación mística e inspiración poética y provee la metafísica necesaria para su comprensión. El encanto de un HAIKU japonés universalizando el árido paisaje del desierto:

Quien no ve la mano que realiza la escritura,
supone que el resultado procede del movimiento de la pluma.
Rûmi

Particularmente representativa de esta tradición primordial es la frase del profeta: "El perfume y las mujeres se me han hecho queridos y el frescor ha venido a mis ojos en la oración". La mística erótica también tiene cabida en este arte hierático. Y el sufismo se humaniza: es música, es sonrisa, es alegría de vivir y, por sobre todo, tolerancia: 

Su Torá es la tabla de sus piernas en su esplendor,
que yo sigo y estudio como si fuera Moisés.
Ibn al Farid

Como para que no quepan dudas del gen semita que anima y comparten esas dos naciones, unidas por el monoteísmo, separadas por brechas ominosas y antojadizas ensanchándose inexorables bajo la malevolencia de un grupo intransigente y manipulador.

No hay bondad en un amor si la razón lo gobierna.

La respuesta no está en los muros vergonzantes, los misiles inteligentes ni en las bombas de fósforo…

 Adoración del amor, instinto de posesión del cuerpo, anhelo de fusión del ser en el otro. En la lectura erótica sufí hay que presuponer y diferenciar tres clases de amor que, como tres modos de ser, se manifiestan en la criatura:

La doctrina de Ibn Arabí abunda en el carácter absoluto de Dios como unidad suprema.

Nada existe sino Allâh. Nada hay fuera de él.
Nada existe sino su esencia y voluntad.
Pues cuanto hay en existencia es Allâh
y cuanto en apariencia, criatura.

Este estado privilegiado sólo logra ser abarcado por el instante poético “intuición del instante”, momento que se hace físico a través de la danza en la Orden de los Derviches Giróvagos. 

¡Camellero!, no tengas prisa en llevarla y espera,
ya estoy lastimado de seguir sus huellas.
Detén las monturas, sujeta sus riendas.
¡Por Allâh, por mi pasión y mi dolor!
¡Camellero!
Mi alma está dispuesta, pero mis pies no me llevan.
¡Quién me ofreciera piedad y ayuda!

Dejar el corazón vacío, cortar los vínculos con el mundo, es el método de ascesis de los sufíes, sean cuales sean sus grados o formas y está resumido en la palabra árabe fanâ, que se puede traducir como "aniquilamiento". "Si quieres ser sincero, muere", dice Ibn al Farid. Aniquilar el ego (el ídolo de todo hombre es su ego). "Que tu aniquilamiento sea tal, que no tengas ya que negar ni afirmar". La vía mística es el vacío, pero no el vacío absurdo, sino el vacío pleno. Se vacía de sí mismo (kenosis) y se deja invadir por la divinidad. Este ir más allá sobrepasa la razón hasta llegar a la ebriedad. Es el vino del que hablara Omar Khayyam en sus Robaiyyat. 

No hay lugar digno en el mundo para quien vive sobrio,
pues el saber se le escapa a quien ebrio no muere.
Ibn al Farid

Aquí pobreza, vacío, nada, locura, ebriedad no son más que el contenido del éxtasis. 

A pesar de sus esfuerzos por mantenerse dentro de la ortodoxia islámica, admitió la equivalencia de todas las creencias religiosas, en cuya variedad de rituales y leyes veía formalizaciones singulares destinadas a verbalizar el fervor religioso que habita en los hombres.

Los deseos cumplidos en Miná...
En Lala me enamoré...
Disparó contra Rama, retozó en Saba...

La figura de Ibn Arabí supera las fronteras geográficas e históricas, culturales o religiosas, y se extiende a todo aquel que quiera y pueda comprender que "Dios no oculta nada al humano que comprenda que es Uno con Dios".

 Desde Sevilla los viajes a Córdoba eran frecuentes y así relata Ibn Arabí su fugaz pero trascendental encuentro con quien fuera uno de los mayores filósofos del Medioevo junto a Santo Tomás de Aquino: "Pasé una jornada en Córdoba, en casa de Abú al-Walid ibn Rushd (Averroes), quien anteriormente había expresado su deseo de conocerme personalmente. En aquella época yo era todavía un joven imberbe. Al entrar en su casa, el filósofo se levantó para acogerme con grandes signos de amistad y afecto y me besó. Después me dijo: ¿Sí?, y yo le respondí: Sí. Mostró alegría al ver que le comprendí. Al observar el motivo de su júbilo, le dije: No. Entonces Ibn Rushd se sorprendió, palideció y diríase que dudaba de sí mismo. Seguidamente me hizo la siguiente pregunta: ¿Qué respuesta has encontrado a las cuestiones de la Revelación y de la gracia divina?, ¿coincide tu respuesta con la que se nos da en el pensamiento especulativo?. Y yo le contesté: Sí-No, Y entre el Sí y el No los espíritus vuelan más allá de la materia y las cabezas se separan de los cuerpos. Al escuchar esto, Ibn Rushd palideció e incluso tembló y escuché sus labios murmurar:

Muchos estudiosos de Ibn Arabí han considerado estas proclamas de admiración por los adversarios ideológicos o religiosos como una prueba de que el gran maestro del sufismo había superado los límites marcados por la religión islámica. Nada más lejos de la realidad. De lo que no cabe duda es que Ibn Arabí fue un musulmán piadoso, pero al mismo tiempo un destacado exponente de la cultura andalusí, que como hemos dicho, se caracterizó por la tolerancia, el respeto mutuo y las polémicas amistosas entre distintas corrientes de pensamiento.

De repente en mi hombro sentí un golpe dado por una mano más suave que la seda, yo me volví y me encontré ante una doncella griega con el rostro más bello, el hablar más dulce y cortés, de sentido más delicado, de alusiones más finas, de conversación más elegante que yo jamás hubiera visto. Sin duda alguna sobrepasaba a todas las gentes de su tiempo en elegancia, belleza y conocimientos. Ella me preguntó: Señor, ¿cómo era lo que dijiste? A lo que yo contesté:

Yo quisiera saber si comprenden
qué corazón han poseído.

Ibn Arabí viajó hasta Konya, la actual capital del sufismo turco-iranio, y que allí trabó contacto con los fundadores de las cofradías motoras del monacato derviche, que guardaban bastante similitud con el sufismo colectivo practicado en Al-Ándalus por aquella época. Por todo esto, hay biógrafos.


Profecías acertadas 

En la primera década del siglo XIII Ibn Arabí ya había alcanzado la fama de Qutb que sus maestros le habían pronosticado. En aquellos años viajó mucho por el Magreb, Egipto, Arabia, Siria, Irak, Anatolia y Al-Ándalus. En Al-Ándalus visitó con frecuencia Granada y Almería, donde se practicaba el sufismo colectivo y la retirada física al desierto. Quizá fue en uno de esos retiros en contacto con las escuelas-oasis almerienses donde se inspiró el místico murciano para escribir Viaje al Señor del Poder, su obra cumbre que puede considerarse también un manual de canalización, en términos contemporáneos. En ella Ibn Arabí explica cómo evitar visiones y alucinaciones, presencias de entidades no deseadas y cómo alcanzar finalmente la Unidad.

Muere en Damasco el 10 de noviembre de 1240. Algunos de sus biógrafos dicen que murió víctima de las torturas por oponerse a los excesos de la alta sociedad de Damasco, una ciudad enriquecida por el dinero fácil del negocio de las caravanas. Ibn Arabí subió al monte Qasiyun, a las afueras de la capital Siria, y dirigiéndose a la multitud les dijo: "¡Oh, hombres de Damasco! El dios que adoráis está bajo mis pies". Entonces la gente se abalanzó sobre él. Le encarcelaron por blasfemo y sólo la intervención de alfaquíes amigos suyos le salvó de la muerte, pero no de un martirio prolongado que le llevó a la tumba poco después. Fue enterrado en el monte Qasiyun de la discordia. La alta sociedad de Damasco le odiaba tanto que destruyó su tumba.

Cuando el noveno sultán otomano, Selim II, conquistó Damasco en 1516 alguien le recordó esta profecía y la interpretó como que el día que Selim se encuentre con Damasco se encontrará la tumba del gran Ibn Arabí. Y entonces el sultán turco organizó una expedición de arqueólogos y teólogos que buscaron el enterramiento hasta que lo hallaron. Sin embargo, siguieron excavando bajo los restos de Ibn Arabí y encontraron un tesoro de monedas de oro que reveló lo que quiso decir en vida cuando sentenció: "El dios que adoráis está bajo mis pies". 

Selim II destinó aquel tesoro a pagar la construcción de un santuario y una mezquita en el lugar de la tumba, y ambas, todavía hoy día, pueden visitarse en el enclave de Salihiyya, en la moderna Damasco.

Mi corazón abarca todas las formas,
contiene un prado para las gacelas
y un monasterio para los monjes cristianos.
Hay un templo para los idólatras
y un santuario para los peregrinos;
en él está la tabla de la Tora
y el Libro del Corán.
Yo sigo la religión del Amor
y voy por cualquier camino
por donde me lleve Su camello.
Ésta es la verdadera fe;
ésta es la verdadera religión. ¿Creéis que sé lo que hago,
que por un segundo, o incluso medio segundo,
sé qué versos saldrán de mi boca?
No soy más que una pluma en manos de un escritor,
¡no más que una pelota lanzada por un mazo de polo!




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