Hace cerca de mil años, un poeta sufí decía de su
doctrina que era un sabor, porque su objeto y su fin podrían definirse como una
sabiduría directa de verdades trascendentes, más comparable con las
experiencias de los sentidos que con el conocimiento que procede de la mente.
¿Dónde está la sabiduría que perdimos con el conocimiento?
¡Oh
boca sonriente, cuya humedad adoro!
¡Saliva
cuya miel he probado!
¡Luna
revelada, con las mejillas cubiertas
del
rojo atardecer!
Abū Bakr Muhammad bn Alī Ibn Arabi nacido el 28 de
julio de 1165 en Murcia (Al-Ándalus), actual Andalucía, fue un místico sufí,
filósofo, poeta, viajero y sabio musulmán andalusí.
Aquí vale una pequeña definición de algo que, como todo
lo que atañe al Islam, permanece ignorado por la inmensa mayoría, especialmente
la globalizada, sepultada bajo el oscuro manto de la desinformación, esa
desinformación que vuelve ominoso lo que solo es distinto y que molesta como
piedra en el zapato de una “conciencia” occidental hecha a la medida de
intereses que, esperamos llevada por la arrogancia enmascarando la codicia,
poco a poco se va haciendo evidente en la adormecida conciencia colectiva.
Más que una doctrina, el sufismo es un puente (puente
entre Oriente y Occidente), un camino, una manera de buscar, un arte de llamar.
"Buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá." Al modo sufí,
diríamos que la poesía es un sabor.
Antes
de que el mundo existiera, viña, racimo o uva,
nuestra
alma estaba embriagada de vino inmortal.
Ibn al Farid
El sufismo y los debates averroístas fomentaron en Ibn
Arabí niño un espíritu tolerante como el que caracterizó a Al-Ándalus hasta el
siglo XII y que se vio truncado durante la infancia del futuro "jeque de
los sufíes" por la invasión almohade y posterior ocupación de Murcia por
las huestes de este movimiento integrista religioso-militar procedentes del
Magreb. Los enemigos de la paz que asoman su fea cabeza cuando la luz del
conocimiento florece…
Los recuerdos de adolescencia de nuestro personaje
parecen haber estado especialmente marcados por dos amistades femeninas, una
doble amistad filial por dos venerables mujeres sufíes, dos maestras que le
iniciarán por el sendero de la intimidad con Allah: Yasmina de Marchena y
Fátima de Córdoba. El retrato que nos hace de ambas es una colorida estampa de
la época y nos permite conocer la riqueza y variedad intelectual de un Al-Ándalus
inquieto y sin prejuicios.
Particularmente con esta última, sus relaciones se ven
rodeadas de un aura extraordinaria. Esta venerable shaykha, a pesar de su
avanzada edad, era todavía de una belleza y una gracia tal que se la habría
tomado por una joven de catorce años y el joven Ibn Arabí no podía evitar
enrojecer cuando miraba de frente su rostro.
Desnuda
de sus velos,
sería
tormento y por ello es esquiva.
ramo
de duna en un jardín plantado
lo
contemplo sin pausa, con temor reverente.
Durante su adolescencia, Ibn Arabí cae gravemente
enfermo al punto de sumirse en la inconsciencia. Se teme por su vida, mientras
él, en su universo interior, se ve asediado por los íncubos amenazadores
propios de la fiebre que lo acosa, figuras de aspecto infernal danzando a su
alrededor (curiosa simetría con Borges). De lo más profundo del terror, surge
un ser de belleza maravillosa, suavemente perfumado, que repele con fuerza
invencible a las figuras demoníacas.
“¿Quién eres?” le pregunta Ibn’Arabî. “Soy la sura
Yasîn.” Su desdichado padre, angustiado junto a su lecho, recitaba en aquel
momento esa sura (la 36 del Corán) que se salmodia especialmente para los
agonizantes. Sería de las primeras veces que Ibn’Arabî penetrara en el
‘âlam-al-mithâl, el mundo de las imágenes reales y subsistentes, ese mundo en
el que nos sumergimos creyendo que esas figuras son subjetivamente reales,
cuando lo que queremos decir es que son imaginariamente reales.
El ansia de saber condujo a Ibn Arabi a una prolongada
vida peregrina a lo largo y a lo ancho de al-Andalus primero y, aprovechando
una holgada situación, tanto espiritual como económica, recorrió el mundo mediterráneo
siempre buscando la verdad.
¡Oh,
Dios! Sea cual fuere la parte
de
este mundo que me hayas asignado,
concédesela
a tus enemigos; y sea
cual
fuere la parte
del
otro mundo que me hayas asignado,
concédesela
a tus amigos. Tú ya eres
bastante
para mí.
El pensamiento filosófico de Ibn Arabi es una suma de
corrientes neoplatónicas y las tradiciones místicas andalusíes. La labor
literaria de Ibn Arabi es vastísima, comprendiendo más de 400 manuscritos. Su
Risalat al-Quds, "Tratado de la santidad", es una de las grandes
colecciones hagiográficas del mundo musulmán que encierra un valor histórico
excepcional para quien desee conocer la vida espiritual del Islam en los
tiempos del filósofo y místico murciano.
En 1.201, peregrina por primera vez a Meca. Tiene
treinta y seis años. Su primera estancia en la ciudad le va a comportar una
experiencia tan profunda que va a ser la base de toda su dialéctica del amor.
Se enamora de la hija de un reputado shayj de Meca La muchacha conjugaba el
doble don de extraordinaria belleza y una sabiduría turbadora, y le inspiraría
una de sus obras maestras, “Turyumán al - Ashwaq”, “El intérprete de los
Deseos”, que después él mismo comentará en clave sufí.
Mi
corazón se ha vuelto capaz de acoger todas las formas,
es
pradera para las gacelas, monasterio para monjes.
Templo
para ídolos y Kaaba del peregrino,
Tablas
de la Toráh y Libro de El Corán.
La
religión que profeso es la del Amor y sea cual sea el rumbo que tome,
su
montura, el Amor es mi religión y mi fe.
Después de haber permanecido durante dos años en La
Meca, visitó Anatolia, a Jerusalén y a El Cairo, otra vez La Meca, Anatolia,
Bagdad, y retornando a Anatolia. Luego se trasladó a Damasco, donde en 1229
compuso «Los engarces de la sabiduría» (Fusús al-Híkam).
Creéis
que sé lo que hago,
que
por un segundo, o incluso medio segundo,
sé
qué versos saldrán de mi boca?
No
soy más que una pluma en manos de un escritor,
¡no
más que una pelota lanzada por un mazo de polo!
El contacto con la familia del shayj y de los
círculos sufíes, procuran a Ibn Arabí una paz íntima que será el resorte de una
extraordinaria productividad. Simultáneamente, su vida interior se intensifica:
las circunvalaciones alrededor de la Kaaba, interiorizada como centro cósmico,
lo transporta alimentado su esfuerzo y sus percepciones.
La existencia para él es imaginación dentro de la
imaginación. Así, es posible afirmar que el único modo de comunicar lo inefable
es, precisamente, mediante el lenguaje poético.
Si
Satán hubiera contemplado en Adán
el
fulgor de su rostro, no se hubiera rebelado
Si
Hermes hubiera interpretado las líneas
que
la belleza escribió en tu rostro
no
hubiera escrito nada.
No
pensaría en el suyo, ni en palacios.
No se puede hablar de sufismo sin, al menos, mencionar
a Ibn Rushd (Averroes), el gran pensador de Córdoba. Precisamente es a la
muerte de este último cuando el pensamiento Islámico va a alcanzar altísimas
cotas en Ibn al-Arabí, que deja detrás una rica escuela que aún perdura.
"No hay más realidad que la realidad", afirma
este arte sagrado en su doctrina de geométrica simpleza. Todas las cosas
formadas por las fuerzas del universo tienen una forma y un contenido divinos:
perplejidad metafísica. Agotar la realidad, darle un ritmo -aquí y ahora- a
esta geometría divina, es la propuesta de estos místicos heterodoxos (de raíces
platónicas - neoplatónicas-, gnósticas y zoroastrianas), de allí que se defina
al sufí como el hijo del tiempo presente o el hijo del instante.
Y aquí toca el turno a otros dos grandes poetas sufíes:
Evocando
con vino al amado, Deja ya tu egoísmo; no temas la pobreza.
bebimos
hasta embriagarnos, No persigas el oro. Y bebe, que una vida
cuando
aún la viña estaba por crear tan llena de pesares, hay que pasarla toda
Ibn
al Farid en un sueño profundo o embriagado de vino.
Omar Khayyam
La metáfora de la embriaguez habla de ese viaje del
alma desde la dispersión y el pesar hasta el conocimiento real (divino), la
promesa de ebriedad más allá de la apariencia efímera.
Y es solo cuando se sabe que el sufismo, como la
poesía, trasciende las cadenas de la religión hacia una esencial forma de
contemplación -mística salvaje- más allá de cualquier ideología. El asombro
ante la contemplación de la realidad lleva al poeta a divinizarla, a volverla
sagrada. El poeta sufí no pretende tan sólo utilizar el lenguaje sino fundirse
en comunión con él.
Transforma
tu cuerpo entero
en
visión, hazte mirada.
Rûmi
El sentido final del sufismo es la santidad, pero una
santidad creada, particular, individual, nunca externa, nunca autocomplaciente.
La doctrina de la nada
Citas que sugieren otros soles, otros entornos, otras
maneras de vivir, ignorados por quienes las elaboraron, universales y vigentes
por la misma razón.
A semejanza del taoísmo y del Zen, el pájaro sufí
establece una relación tácita entre revelación mística e inspiración poética y
provee la metafísica necesaria para su comprensión. El encanto de un HAIKU
japonés universalizando el árido paisaje del desierto:
Quien
no ve la mano que realiza la escritura,
supone
que el resultado procede del movimiento de la pluma.
Rûmi
Particularmente representativa de esta tradición
primordial es la frase del profeta: "El perfume y las mujeres se me han
hecho queridos y el frescor ha venido a mis ojos en la oración". La
mística erótica también tiene cabida en este arte hierático. Y el sufismo se
humaniza: es música, es sonrisa, es alegría de vivir y, por sobre todo,
tolerancia:
Su
Torá es la tabla de sus piernas en su esplendor,
que
yo sigo y estudio como si fuera Moisés.
Ibn al Farid
Como para que no quepan dudas del gen semita que anima
y comparten esas dos naciones, unidas por el monoteísmo, separadas por brechas
ominosas y antojadizas ensanchándose inexorables bajo la malevolencia de un grupo
intransigente y manipulador.
No hay bondad en un amor si la razón lo gobierna.
La respuesta no está en los muros vergonzantes, los
misiles inteligentes ni en las bombas de fósforo…
Adoración del amor, instinto de posesión del
cuerpo, anhelo de fusión del ser en el otro. En la lectura erótica sufí hay que
presuponer y diferenciar tres clases de amor que, como tres modos de ser, se
manifiestan en la criatura:
La doctrina de Ibn Arabí abunda en el carácter absoluto
de Dios como unidad suprema.
Nada
existe sino Allâh. Nada hay fuera de él.
Nada
existe sino su esencia y voluntad.
Pues
cuanto hay en existencia es Allâh
y
cuanto en apariencia, criatura.
Este estado privilegiado sólo logra ser abarcado por el
instante poético “intuición del instante”, momento que se hace físico a través
de la danza en la Orden de los Derviches Giróvagos.
¡Camellero!,
no tengas prisa en llevarla y espera,
ya
estoy lastimado de seguir sus huellas.
Detén
las monturas, sujeta sus riendas.
¡Por
Allâh, por mi pasión y mi dolor!
¡Camellero!
Mi
alma está dispuesta, pero mis pies no me llevan.
¡Quién
me ofreciera piedad y ayuda!
Dejar el corazón vacío, cortar los vínculos con el
mundo, es el método de ascesis de los sufíes, sean cuales sean sus grados o
formas y está resumido en la palabra árabe fanâ, que se puede traducir como
"aniquilamiento". "Si quieres ser sincero, muere", dice Ibn
al Farid. Aniquilar el ego (el ídolo de todo hombre es su ego). "Que tu
aniquilamiento sea tal, que no tengas ya que negar ni afirmar". La vía
mística es el vacío, pero no el vacío absurdo, sino el vacío pleno. Se vacía de
sí mismo (kenosis) y se deja invadir por la divinidad. Este ir más allá
sobrepasa la razón hasta llegar a la ebriedad. Es el vino del que hablara Omar
Khayyam en sus Robaiyyat.
No
hay lugar digno en el mundo para quien vive sobrio,
pues
el saber se le escapa a quien ebrio no muere.
Ibn al Farid
Aquí pobreza, vacío, nada, locura, ebriedad no son más
que el contenido del éxtasis.
A pesar de sus esfuerzos por mantenerse dentro de la
ortodoxia islámica, admitió la equivalencia de todas las creencias religiosas,
en cuya variedad de rituales y leyes veía formalizaciones singulares destinadas
a verbalizar el fervor religioso que habita en los hombres.
Los
deseos cumplidos en Miná...
En
Lala me enamoré...
Disparó
contra Rama, retozó en Saba...
La figura de Ibn Arabí supera las fronteras geográficas
e históricas, culturales o religiosas, y se extiende a todo aquel que quiera y
pueda comprender que "Dios no oculta nada al humano que comprenda que es
Uno con Dios".
Desde Sevilla los viajes a Córdoba eran
frecuentes y así relata Ibn Arabí su fugaz pero trascendental encuentro con
quien fuera uno de los mayores filósofos del Medioevo junto a Santo Tomás de
Aquino: "Pasé una jornada en Córdoba, en casa de Abú al-Walid ibn Rushd
(Averroes), quien anteriormente había expresado su deseo de conocerme
personalmente. En aquella época yo era todavía un joven imberbe. Al entrar en
su casa, el filósofo se levantó para acogerme con grandes signos de amistad y
afecto y me besó. Después me dijo: ¿Sí?, y yo le respondí: Sí. Mostró alegría
al ver que le comprendí. Al observar el motivo de su júbilo, le dije: No.
Entonces Ibn Rushd se sorprendió, palideció y diríase que dudaba de sí mismo.
Seguidamente me hizo la siguiente pregunta: ¿Qué respuesta has encontrado a las
cuestiones de la Revelación y de la gracia divina?, ¿coincide tu respuesta con
la que se nos da en el pensamiento especulativo?. Y yo le contesté: Sí-No, Y
entre el Sí y el No los espíritus vuelan más allá de la materia y las cabezas
se separan de los cuerpos. Al escuchar esto, Ibn Rushd palideció e incluso
tembló y escuché sus labios murmurar:
Muchos estudiosos de Ibn Arabí han considerado estas proclamas
de admiración por los adversarios ideológicos o religiosos como una prueba de
que el gran maestro del sufismo había superado los límites marcados por la
religión islámica. Nada más lejos de la realidad. De lo que no cabe duda es que
Ibn Arabí fue un musulmán piadoso, pero al mismo tiempo un destacado exponente
de la cultura andalusí, que como hemos dicho, se caracterizó por la tolerancia,
el respeto mutuo y las polémicas amistosas entre distintas corrientes de
pensamiento.
De repente en mi hombro sentí un golpe dado por una
mano más suave que la seda, yo me volví y me encontré ante una doncella griega
con el rostro más bello, el hablar más dulce y cortés, de sentido más delicado,
de alusiones más finas, de conversación más elegante que yo jamás hubiera
visto. Sin duda alguna sobrepasaba a todas las gentes de su tiempo en
elegancia, belleza y conocimientos. Ella me preguntó: Señor, ¿cómo era lo que
dijiste? A lo que yo contesté:
Yo
quisiera saber si comprenden
qué
corazón han poseído.
Ibn Arabí viajó hasta Konya, la actual capital del
sufismo turco-iranio, y que allí trabó contacto con los fundadores de las
cofradías motoras del monacato derviche, que guardaban bastante similitud con
el sufismo colectivo practicado en Al-Ándalus por aquella época. Por todo esto,
hay biógrafos.
Profecías
acertadas
En la primera década del siglo XIII Ibn Arabí ya había
alcanzado la fama de Qutb que sus maestros le habían pronosticado. En aquellos
años viajó mucho por el Magreb, Egipto, Arabia, Siria, Irak, Anatolia y
Al-Ándalus. En Al-Ándalus visitó con frecuencia Granada y Almería, donde se
practicaba el sufismo colectivo y la retirada física al desierto. Quizá fue en
uno de esos retiros en contacto con las escuelas-oasis almerienses donde se
inspiró el místico murciano para escribir Viaje al Señor del Poder, su obra
cumbre que puede considerarse también un manual de canalización, en términos
contemporáneos. En ella Ibn Arabí explica cómo evitar visiones y alucinaciones,
presencias de entidades no deseadas y cómo alcanzar finalmente la Unidad.
Muere en Damasco el 10 de noviembre de 1240. Algunos de
sus biógrafos dicen que murió víctima de las torturas por oponerse a los
excesos de la alta sociedad de Damasco, una ciudad enriquecida por el dinero
fácil del negocio de las caravanas. Ibn Arabí subió al monte Qasiyun, a las
afueras de la capital Siria, y dirigiéndose a la multitud les dijo: "¡Oh,
hombres de Damasco! El dios que adoráis está bajo mis pies". Entonces la
gente se abalanzó sobre él. Le encarcelaron por blasfemo y sólo la intervención
de alfaquíes amigos suyos le salvó de la muerte, pero no de un martirio
prolongado que le llevó a la tumba poco después. Fue enterrado en el monte
Qasiyun de la discordia. La alta sociedad de Damasco le odiaba tanto que
destruyó su tumba.
Cuando el noveno sultán otomano, Selim II, conquistó
Damasco en 1516 alguien le recordó esta profecía y la interpretó como que el
día que Selim se encuentre con Damasco se encontrará la tumba del gran Ibn
Arabí. Y entonces el sultán turco organizó una expedición de arqueólogos y
teólogos que buscaron el enterramiento hasta que lo hallaron. Sin embargo,
siguieron excavando bajo los restos de Ibn Arabí y encontraron un tesoro de
monedas de oro que reveló lo que quiso decir en vida cuando sentenció: "El
dios que adoráis está bajo mis pies".
Selim II destinó aquel tesoro a pagar la construcción
de un santuario y una mezquita en el lugar de la tumba, y ambas, todavía hoy
día, pueden visitarse en el enclave de Salihiyya, en la moderna Damasco.
Mi
corazón abarca todas las formas,
contiene
un prado para las gacelas
y
un monasterio para los monjes cristianos.
Hay
un templo para los idólatras
y
un santuario para los peregrinos;
en
él está la tabla de la Tora
y
el Libro del Corán.
Yo
sigo la religión del Amor
y
voy por cualquier camino
por
donde me lleve Su camello.
Ésta
es la verdadera fe;
ésta
es la verdadera religión. ¿Creéis que sé lo que hago,
que
por un segundo, o incluso medio segundo,
sé
qué versos saldrán de mi boca?
No
soy más que una pluma en manos de un escritor,
¡no
más que una pelota lanzada por un mazo de polo!
en Webislam.com, 2009
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