Las
lágrimas del reencuentro, el abrazo del reencuentro,
y
tu mirada cuando vuelvas a verlo,
tal
lo que quisiera cantarte y anunciarte,
y
todo el mágico destino del amor.
Verdad
es que ahora eres bella, joven alma,
aun
así, solitaria. Tu alegría viene de ti mismo,
floreces
por el natural despliegue de tu genio
y
por el delicioso canto de tu corazón, ¡hija de las musas!
Pero
distinta será la dicha de la presencia,
cuando
tu alma se refleje de nuevo en la mirada
del
amante, y tú avances plácida bajo esos ojos,
envuelta
en una nube dorada.
Mientras
esperas, piensa que el sol lo alumbra,
que
la estrella del amor lo consuela y le habla
cuando
duerme en descampado,
y
que el corazón siempre termina
por
vivir felices días.
Y
cuando él esté contigo y las aladas horas,
las
horas del amor pasen cada ve más rápidas,
cuando
se acerque el día de tu boda
y
empiecen a iluminarte las estrellas de la dicha,
no
creáis, amigos míos, que os envidiaré.
Así
como la flor inocente vive de la luz,
los
poetas viven de una hermosa imagen.
en Poesía completa, 1977
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