martes, febrero 21, 2012

“Sobre María Luisa Bombal”, de José Bianco







María Luisa Bombal está asociada a una época muy feliz de mi vida. Me pregunto por qué en aquella época me sentía tan feliz. Recapacito un instante y después me contesto: "Porque tanto María Luisa como yo éramos jóvenes, relativamente jóvenes".

Sería hacia 1937. María Luisa había publicado La última niebla y estaba escribiendo La amortajada. Yo escribía artículos literarios y estudiaba derecho. Por entonces preparaba una materia de sexto año, el último de los comerciales, el temible Derecho Marítimo. Recuerdo haberme presentado a examen y haber aprobado. A la noche, para conciliar el sueño, después de tanto código y tantas tazas de café —eso era antes de rendir examen, desde luego— leía Gone with the wind, y al día siguiente, ya entrada la mañana, comentábamos por teléfono con María Luisa las aventuras de Rett Butler y de Scarlet O´Hara. "Esa sí es una novela formidable —decía María Luisa— y no las leseras que yo escribo. Sin embargo, no tengo menos talento que Margaret Mitchell. Pero, qué le vamos a hacer, tengo un talento de otra clase. Soy un poeta en prosa".

Debo decir que María Luisa nunca dudó de su talento. Una vez, estando yo presente, Oliverio Girondo repitió los eternos lugares comunes de los escritores. Dijo que le daba vergüenza releer cualquier libro que hubiera escrito. "Pues a mí me pasa lo contrario —dijo María Luisa Bombal—. Algunas noches, cuando tomo La amortajada, quedo llena de alegría. Pienso: ¡Qué inteligente soy! ¡Cómo he podido escribir un libro tan bueno!".

Mientras recuerdo estas palabras de María Luisa, quisiera precisar cuándo nos conocimos. Quizá fue en una recepción que le dieron a Gabriela Mistral. Me parece ver a Gabriela Mistral, imponente, majestuosa, apoyando con aire protector sus dos manos en los hombros de María Luisa, que a su lado parecía más pequeña y frágil de lo que era.

En aquella época María Luisa vivía en un departamento de la calle Ayacucho, frente al comedor del Alvear Palace. Muchos años después, leyendo un libro donde Orwell cuenta su vida y que se llama Down and out in Paris and London, rememoré los comentarios jocosos que hacía María Luisa sobre los mozos del Alvear. No tengo el libro de Orwell a mano, pero entiendo que dice que mientras más lujosos son los hoteles y restaurantes donde trabajan, más salvajismos cometen los mozos y con mayor vehemencia ejercen su espíritu de venganza contra los adinerados clientes. Por ejemplo, escupen en la sopa que se aprontan a servir. No quiero decir que los mozos del Alvear llegaran a esos extremos y cometieran fechorías de esa índole, pero María Luisa me hacía notar que era muy cómico comparar la indolencia y negligencia de que hacían gala en el office, donde andaban todos desgalichados, y verlos de pronto muy erguidos pasar al comedor, llevando las fuentes con una apostura casi marcial. María Luisa y yo comíamos juntos a menudo: en mi casa, o en el Copper Kettle de la calle Florida, que era algo así como la querencia de la gente de Sur, y donde María Luisa pedía invariablemente Borstch. A su vez, María Luisa solía hacerme invitar a una de las casas donde mejor se comía en Buenos Aires. Yo la pasaba a buscar por la calle Ayacucho (María Luisa, como creo haberlo dicho, vivía en un piso; arriba o abajo, vivía otra chilena amiga de ella, Chita Balmaceda, una muchacha de gran belleza); la pasaba pues a buscar a María Luisa y la encontraba con su uniforme de gala, como ella lo llamaba, un largo traje negro de seda. En la pared había una gaviota; María Luisa la descolgaba de la pared y se la prendía en el hombro. Recuerdo una noche, en aquel lujoso departamento de la calle Posadas cuyo dueño sostenía también una revista, "Saber vivir", ahora derruido, y donde solían invitarme con frecuencia; María Luisa había resuelto no tomar vino y seguir con el pisco-sour; estaba muy graciosa, hablaba sin parar, comía con lentitud. Todos habíamos terminado menos ella, y el mucamo esperaba y esperaba para servir el postre. La dueña de casa acabó por impacientarse; "María Luisa —le dijo—, ya sabemos que sos muy divertida, pero no hablés tanto y comé más rápido. Ça fait cadavre".

¡Qué María Luisa! Todos somos diferentes de todos, hombres y mujeres, pero María Luisa era en verdad muy diferente de las muchachas de su época. Era raro encontrar una mujer con talento creador y que fuera, por añadidura, sensible, ocurrente, inteligente. No sé si era bonita. Me gustaría tener una fotografía suya de aquella época. En todo caso, yo la encontraba muy seductora. Se parecía a una actriz que estaba por entonces en boga: Barbara Stanwyck. En un corto viaje a los Estados Unidos, donde se hizo amiga de Erskine Caldwell y de su primera mujer, la fotógrafa Margaret Bourke-White, en el hotel o en las reuniones a donde iba María Luisa, la tomaban por Barbara Stanwyck. "Do you remember me, Miss Stanwyck? Can I have a few words with you?". (¿No se acuerda de mí, Miss Stanwyck? ¿Puede concederme unas pocas palabras?).

Sobran razones para que el departamento de María Luisa Bombal figure en nuestra pequeña historia literaria. Allí María Luisa escribió su novela y sus cuentos; de allí surgió El jardín de senderos que se bifurcan. Una tarde, Borges, de visita en casa de María Luisa, se echó hacia atrás y se golpeó la cabeza con el filo de una ventana entreabierta. Como le saliera mucha sangre, lo llevaron a la Asistencia Pública, lo curaron, lo vendaron y le dejaron en la herida un pedazo de masilla. Consecuencia: septicemia fulminante por la cual estuvo a punto de morir (en aquella época no existían los antibióticos).

Durante la convalecencia y después, ya curado, Borges decidió abordar un género nuevo, escribir algo completamente distinto de lo que había escrito hasta entonces; que no se pudiera decir: "Es mejor o peor que el Borges de antes." Así nació su primer cuento fantástico de inspiración metafísica: "Pierre Menard, autor del Quijote". Borges estaba tan preocupado por el texto que acababa de entregarme —quizá ni él mismo se daba cuenta clara del resultado de su talento—, que a la mañana siguiente me llamó para saber qué me había parecido. Le dije la verdad: "Nunca había leído nada semejante", y lo publiqué en primer término, con toda veneración tipográfica, en el número 56 de Sur.

Pero volvamos a María Luisa Bombal. Se dirá que no cuento sobre ella sino minucias. Es cierto. Sin embargo, ¿por qué desdeñar las minucias? ¿Acaso lo grande, lo infinitamente grande, no está compuesto por lo infinitamente pequeño? Cuando entré a trabajar a Sur, María Luisa se aparecía a menudo por la redacción. Su crítica de Puerta cerrada fue escrita por sugerencia mía. Había en esa película de Luis Saslavsky un elemento melodramático que tenía que gustarle por fuerza a María Luisa Bombal y que aparece siempre en sus novelas y relatos.

María Luisa vino a Sur una tarde y habló de la película con entusiasmo. Yo le dije: "¿Por qué no escribís lo que estás diciendo?". Escribió, en efecto, una crónica tan inteligente que Luis Saslavsky, muy halagado, le ofreció colaborar en el argumento de otra película con Libertad Lamarque. Ahora, con motivo de las palabras que me han pedido que pronuncie, me puse a revisar papeles viejos y encontré una suerte de diario que llevaba por entonces de manera intermitente. Transcribo un breve fragmento. "Diciembre 6 de 1938. María Luisa Bombal. Viene a buscarme a Sur. Lo primero que hace es pintarse los labios y se mancha los dientes de rojo. El rojo de los labios acentúa el tinte un poco terroso y enfermizo de su cara. Está vestida con mucha gracia. Lleva un traje azul con un cuellito a la Polaire, azul con lunares blancos, y en vez de sombrero se ha atado a la cabeza una cinta del mismo azul con lunares blancos, que termina en un moño grande aplastado sobre la nuca. La voz es dulce, modulada, y habla un poco entredientes. Las palabrotas y a veces las brutalidades que dice son en ella un refinamiento más. Le pregunto si le ha interesado "Shakespeare en francés", el artículo de Gide aparecido en Sur (Número 50). "¡Qué va! —me contesta—. No me hables de ese. Hablemos de personas más divertidas. ¿No lo conoces a Sergio Montt, el secretario de la Embajada de Chile? Es el hombre más cínico que puedas imaginarte. Yo lo adoro. A veces le preguntamos con Chita Balmaceda qué tenemos que hacer para casarnos. ¿Casarnos? —nos dice—. Ustedes quieren casarse bien, es decir progresar social y económicamente. Bueno, sigan mis consejos. Como primera medida deben vestirse de luto. El luto, hijitas, es muy respetable. Dos muchachas solas, en una ciudad extranjera como Buenos Aires, deben andar de luto. El luto significa una familia, una tradición. Hace suponer que se ha recibido una herencia. En segundo lugar, no se queden en ningún sitio pasadas las doce de la noche. A los hombres les gusta acostarse temprano y se acuerdan con fastidio de las mujeres que los hacen trasnochar. Retirarse temprano da una idea de vida organizada, con muchos compromisos sociales. No se debe permanecer nunca en un mismo sitio más de media hora. En tercer lugar, respeto al dinero. Nos enseñaron a respetar el trabajo, la virtud, etc. ¡Falso! En la vida lo esencial es el dinero. Yo es lo único que respeto. Cuando paso por la casa de Saturno Unzué me saco el sombrero y digo ¡Ave María Purísima! En cuarto lugar: contemporizar con los tontos, porque los tontos tienen dinero. Los tontos hacen invitaciones al Plaza, convidan con champagne y con frambuesas, y los bifes que comen los tontos, hijitas, son así". (Aquí un gesto de la mano, dejando entre el pulgar y el índice una distancia de varios centímetros). Esas frases cínicas le encantaban a María Luisa. Y ella solía decir otras semejantes.

Desde que la veíamos en algún sitio, nosotros, sus amigos, la rodeábamos, y María Luisa nos hacía morir de risa. Pero a la noche, a solas, en nuestro cuarto, si se nos ocurría tomar La amortajada, o leer algunos de sus cuentos, quedábamos embriagados de tristeza. Como observa François Mauriac de una contemporánea, la poetisa Anna de Noailles, María Luisa nunca permitió que su obra conservara el menor rastro de la prodigiosa comicidad de sus palabras. No quería que en esa obra hubiera colaborado, por poco que fuera y por mucha gracia que tuviese, lo que podríamos llamar, literariamente hablando, la parte inferior de su espíritu.

Borges hizo una crítica de La amortajada en el número 47 de Sur, el primer número de la revista preparado por mí. Allí decía que los libros de María Luisa Bombal eran esencialmente poéticos. Ignoro —continuaba Borges— si esa involuntaria virtud es obra de su sangre germánica o de su amorosa frecuentación de las literaturas de Francia y de Inglaterra. Lo cierto es que en La amortajada no faltan sentencias ni tampoco páginas memorables, pero que vastamente las supera el conjunto del libro. "Libro de triste magia, deliberadamente suranné, libro de oculta organización eficaz, libro que no olvidará nuestra América".

He pensado en esta última frase de Borges, libro que no olvidará nuestra América, porque años, años después, conversando con un escritor mexicano de gran talento, menor que María Luisa, menor que yo, y autor de una obra tan breve como admirable, me dijo, creo recordar, que La amortajada era un libro que lo había impresionado mucho en su juventud. Ese escritor es Juan Rulfo. Quizá en Pedro Páramo, la novela de Juan Rulfo, podríamos discernir alguna influencia de La amortajada. En ese caso las palabras de Borges sobre la novela de María Luisa Bombal, nuestra amiga tan querida, habrían resultado proféticas.



          
Palabras pronunciadas en el Homenaje a María Luisa Bombal, Centro Cultural General San Martín, el día 29 de mayo dd 1984, al cumplirse el cuarto año de su muerte.











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