Él nunca se miró a los ojos, trabajó.
Urdió por debajo el paraíso y troqueló por encima
la estancia de sus hijos
Sin embargo recibió caricias
Sus hijos soñaron junto a él:
una juguera en la cocina,
una radio en el estar
Urdió por debajo el paraíso y troqueló por encima
la estancia de sus hijos
Sin embargo recibió caricias
Sus hijos soñaron junto a él:
una juguera en la cocina,
una radio en el estar
Mi padre salió del barrio, sólo él:
así medimos el tiempo. La partida y el regreso del padre al mismo punto.
Un sillón levita y decora.
El padre se ubica en paralelo a los sucesos. Desde allí mira el horizonte,
conoce más.
Únicamente él ha visto la ciudad y se comunica con las negras urracas
al otro lado del río.
Él desata avatares. Es mudo, es avispa, escorpión desierto.
El padre determina la urdimbre, abre las manos y ofrece sus asuntos.
No hay méritos.
Aprieta los dedos en el sofá, escribe sílabas, almuerza la escasez,
predica el arrebato, se suma a las sombras de su basta
inflexión por las rodillas.
Sin embargo enciende
una pequeña fogata en la orilla del río. E ilumina la noche.
La noche es naranja.
- Yo nunca pensé que moriría después de comer junto a nosotros
en la mesa.
en Cordillera, 2007
Fotografía de Juan Carlos Villavicencio
Desde el VI Encuentro Internacional de Poesía del Valle de Colchagua
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