martes, octubre 18, 2011

“Vergüenza ajena”, de Felipe Bianchi







Vamos por partes. Lo primero es lo primero: ni la ANFP de ahora ni la de antes, ni los clubes de ahora ni los de antes, han sido capaces de controlar a las barras bravas. O terminar con ellas. Por años, entre la cobardía y la conveniencia, han sido manejados como monigotes. Los gobiernos de turno tampoco han querido ni sabido aplicar las leyes -vigentes- que ellos mismos crearon para terminar con la violencia en los estadios.

Llevan casi 30 años aceptando esa mediocridad y esa vergüenza. Y mintiendo descaradamente ("no les damos plata, no les damos entradas, no les pagamos los viajes"). Como si todos fuéramos tontones. Basta. O las barras bravas son parte del club, o no lo son. Y si lo son, los dirigentes deben ser responsables ante la ley por cualquier delito que cometan bajo su patrocinio.

Segundo: la UC siempre, pero siempre-siempre, debiera ser local en su estadio. No existe razón para que no lo sea. Es absurdo que no lo sea.

Deportiva e institucionalmente, es una aberración todo el tiempo que han dejado pasar para convencerse de ello. Aunque por años ellos mismos no hayan querido hacer las cosas bien, aunque no hayan invertido más que migajas en arreglar un estadio que se quedó en los ochenta, ya no hay excusas posibles. Se ha sentado jurisprudencia: no hay acuerdos válidos entre las partes (hay que llamarlos como son, arreglines ilegales) ni nada que preguntarle al alcalde de la comuna, y menos a los vecinos, que, entre otras cosas, llegaron al sector mucho después que el estadio existiera... Cosa que se repite con los vecinos de Pedrero, del Nacional y de Santa Laura.

"¿Plebiscitos convocantes?" Pamplinas. O no se toman en cuenta, porque nadie, ninguna comuna, ningún barrio, puede estar sobre las leyes generales de la República... O se convierte en ejercicio generalizado. Si los vecinos de San Carlos, muy orondos, "no quieren" que la UC juegue con Colo Colo o la U, al día siguiente los alcaldes de Macul, Ñuñoa o Independencia deben hacer lo mismo:

"Señor vecino, ¿usted aceptaría que la UC, por no jugar en su estadio, venga a jugar acá con Colo Colo o la U?". Si los vecinos dicen no, pregunto, ¿dónde jugaría la Católica?

Finalmente, y pese a que muchas voces marcadas por el temor, la urgencia o la ignorancia, han pretendido decir lo contrario, lo que se hizo con los hinchas de Colo Colo fue objetivamente inaceptable. No sólo no venderle entradas (lo que es antideportivo, no se hace hoy en ninguna parte del mundo y se soluciona fácilmente con la entrega de un porcentaje mínimo del total de aforo), sino por el trato en las calles.

Sean quienes sean, a nadie se le puede impedir caminar libremente por cualquier barrio de Chile si no está cometiendo delitos, y nadie puede ser maltratado o detenido por "la posibilidad de que lo cometa".

Menos por usar la camiseta de un club determinado. Y eso, exactamente, fue lo que pasó. Si fuéramos un país serio, esto debiera terminar con excusas de Carabineros, del Gobierno, de la Municipalidad de Las Condes y de la Intendencia. Y con una presentación ante alguna Corte Internacional. Todos sabemos -y vimos- que no sólo no dejaron pasar a los que no tenían entradas. No dejar pasar a cualquiera que oliera a colocolino. Y lo digo con su qué. Eso es patético, ilegal e inmoral.

¿Que todo resultó bien? Mentira. Resultó pésimo. A ese precio no se mantiene la seguridad de una ciudad. Es una derrota, no una victoria. Un fracaso. Porque, entre otras cosas, o Colo Colo (debido a su barra) no puede jugar en ninguna parte de Chile, o puede jugar en todas. Así de simple. El resto es pura y ordinaria discriminación.




en El Mercurio blogs, 18 de octubre de 2011


















No hay comentarios.: