viernes, agosto 19, 2011

“Sesión continua”, de Germán Marín







Sólo interpretó un personaje en su dilatada carrera, por otra parte nunca fue un buen actor, pero su identidad con aquel fue tal que, aparte de enajenarlo, el pobre Johnny Weissmuller terminó los últimos años encerrado en un manicomio de Nueva York, creyendo entre esos altos muros que era Tarzán. El rey de los monos nunca fue superado por sus espurios reemplazantes y, todavía hoy, durante esas funciones de madrugada para insomnes, es posible seguir en la pantalla del televisor los vuelos de circo que hacía de liana en liana en la selva artificial, pero no menos verídica, de aquella África mítica de sus filmes, poblada de cocodrilos y comerciantes malignos. No resulta extraño, por tanto, escuchar a veces en la noche silenciosa de la ciudad, el alarido que soltaba aquel joven dios de músculos plateados, ex recordman olímpico de natación, en los momentos de suspenso de esas películas de matiné.








en Lazos de familia, 2001











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