domingo, mayo 08, 2011

Entrevista a Alberto Manguel, de Sofía Pujas





Desde hace 10 años, cada día de Alberto Manguel comienza con la lectura de un canto de La Divina Comedia de Dante. Una obra insoslayable, estima este insaciable lector. Pero, ¿qué es un lector? La cuestión está en el centro de la obra, y de la existencia de este escritor nacido en Argentina en 1948. Una infancia pasada en Israel donde su padre era embajador, la ciudadanía canadiense adquirida en 1985 antes de instalarse en Francia; Alberto Manguel agrimensura el mundo y los condados literarios en infatigable exploración...

Tenía 16 años cuando el gran escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), al quedar ciego, lo contrata para que le lea regularmente. Este será el encuentro inaugural de una vida al servicio de la literatura. Desde entonces, explora la forma en que la historia del libro y de la literatura enriquecen las conciencias. Novelista, es también editor para poder compartir las cosas que le maravillan.



“Para Manguel, nada es verdad, a menos que esté escrito en un libro” sugiere uno de los narradores de Todos los hombres son mentirosos (Tout les hommes sont menteurs), a propósito de un personaje al que ha dado su mismo nombre... ¿Suscribe a esta frase?
En cierta medida, incluso si hay una dimensión paródica. Tuve una infancia viajera, era solitario, no iba a la escuela y tenía una criada que se ocupaba de mí. El mundo como aventura estaba en los libros. Evidentemente, hoy, hago la diferencia, pero sigo creyendo que un verdadero conocimiento del mundo no puede pasar si no por las palabras. Así, es en los libros donde encuentro las mejores palabras.

Dickens creó Londres, Mark Twain el Mississippi, dice en En el bosque del espejo (La forêt du miroir)...
¡Por supuesto! De la misma manera en que las palabras no son jamás inocentes, el mundo mismo tampoco lo es. Es seguramente posible llegar a un ambiente que nos parezca neutro, pero es poco frecuente. Incluso la más pequeña aldea de la Francia profunda tiene ecos de Simenon o de Giono... En el caso de las grandes ciudades, una parte de su prestigio se debe a la literatura. Estamos en un punto en que es imposible desnudar las ciudades para saber cómo serían sin literatura.

¿Qué le enseñó Borges?
Una gran libertad. Todo lector descubre un día u otro que la literatura no se organiza por los sujetos, nacionalidades o cronologías, sino según las asociaciones íntimas, a veces secretas. Para cada uno existe una historia de la literatura en la cual todos los autores, todos los géneros, todas las nacionalidades se mezclan. Para Borges, esta mezcla era su método de trabajo. Esto le permitía no incomodarse al mezclar Agatha Christie con Platón si dos ideas de ellos le parecían próximas. No se excusaba de cometer anacronismos, faltas que una historia de la literatura podría llamar “de lesa majestad”. Para él, algunos autores importantes no valían nada. ¡Zola, Balzac, Maupassant, García Lorca o Chautebriand no existían frente a sus ojos! Uno podría hacer una historia de la literatura más que honorable a partir de los autores que Borges desdeñaba... También me mostró que un lector podía descubrir la mecánica de la escritura. Me pidió que fuera su lector en el momento en que se había decidido a retomar la escritura en prosa, algo que el mismo se había prohibido después de su ceguera. Antes de recomenzar, quería ver cómo los grandes escritores de novelas habían procedido. La lectura comporta no sólo una relación de placer con el texto, además una investigación formal de los procedimientos de cada autor – y esta investigación, en sí misma, es un placer.

Una de las preguntas que atraviesa su obra es “Qué es un lector...”
El lector ideal, es ciertamente el traductor. Esto es también una idea que Borges enunció. Al hacer traducción, debes comprender de qué manera un texto está hecho para poder hacerlo a tu manera. Esto presenta la pregunta de la definición de la literatura misma. Un texto literario, son palabras escogidas para ser puestas en un orden que les confiera cierta música. Entonces, si le retiras su gramática, su música, sus palabras, para remplazarlas por otras, ¿qué autoriza a decir que se trata del mismo texto? ¿Qué te permite decir que lees a Dostoievsky cuando ninguno de los elementos que él ha puesto en su texto está presente? Esta es una pregunta sin respuesta, y que para mí define la literatura.

¿No es acaso esta pluralidad de lenguas una riqueza?
Podemos considerar la maldición de Babel como una catástrofe o una riqueza. Podemos hacer de ella un medio de excluir, de solidificar una lengua y una identidad. Pero también podemos considerar esta maldición como una bendición que nos permite nombrar lo innombrable con muchos instrumentos. Todo lenguaje es falible, impreciso. Ninguna palabra dice aquello que nosotros quisiéramos hacerle decir. Pero la pluralidad de lenguas nos permite rodear la misma idea con muchas voces.

Usted mismo escribe en varias lenguas, notablemente en inglés y español... ¿Por qué pasar de la una a la otra?
Las lenguas se prestan elementos entre ellas. Ese pudor que es propio al inglés da al español una precisión inédita, en tanto que la voluptuosidad del español, esa generosidad que consiste en copar una frase de verbos, adjetivos o adverbios pude dar al inglés una música inhabitual. Las lenguas se contaminan las unas a las otras. ¡No existe una primera lengua “pura” como no existe la raza pura!

En el fondo, ¿no es todo lector un traductor?
Por supuesto, pues transforma el texto que lee en experiencia propia. Por esto es que un texto se vuelve otro libro cada vez que lo leemos. “Mi” Rimbaud, a los 13, 30 años u hoy, no es el mismo. Pienso en una anécdota que me gusta mucho. Durante la guerra de Algeria, se montó una representación de El Rinoceronte de Eugene Ionesco. Al final de la pieza, cuando se dicen las últimas célebre palabras -¡No renunciaré nunca!-, toda la sala se levantó, los que luchaban por la independencia y los que defendían la Algeria francesa.

En Pinocho y Robinson (Pinocchio et Robinson), recuerda que Pinochet había prohibido Don Quijote, ¡y que al hacerlo mostraba ser un lector atento de Cervantes!
Es un gesto que me encanta ¡porque prueba una profunda comprensión del texto! No todo el mundo comprende hasta que punto Don Quijote es un texto subversivo, una defensa de los derechos fundamentales del individuo y un alegato por la desobediencia civil. Don Quijote es el hombre que quiere devolver su lugar a la justicia, siguiendo las reglas de caballería. Para él, se debe actuar de manera justa frente a una sociedad injusta, sin importar cuál sea el costo para uno o los otros. ¿Quién tiene ese coraje hoy en día? Nos podemos preguntar qué haría Don Quijote, por ejemplo, en una sociedad que designara a los gitanos como un pueblo delincuente, confiriéndoles un castigo particular...

Algunos textos son subversivos, pero ¿puede el acto mismo de la lectura serlo también?
Sí, porque dentro de una sociedad de la velocidad y la facilidad, el acto que va en contra de esta facilidad, con lentitud, profundidad, reflexión, es decir la lectura, se vuelve un acto subversivo. Tener una biblioteca y hablar seriamente de Verlaine podría parecer banal en el siglo 19. Esto lo es mucho menos hoy en día...

Es paradójico: la cultura escrita nunca había sido tan omnipresente y accesible como hoy en día...
Cierto, pero ¿qué transmiten los escritos que nos rodean? Hay ciertos libros que bien podríamos designar con el término de jabón, o pizza, ampliamente vendidos. El lenguaje escrito es usado por amplias zonas de actividades: la literatura, cierto, pero también el comercio, la política, la publicidad. El valor de una lectura está definido por la naturaleza del texto y su contexto. Ahora bien, en nuestras sociedades, la lectura se ha convertido en un gesto accesorio. Lo que estamos perdiendo es la capacidad de leer de manera activa. Recuerde esta leyenda inventada por Platón en Fedro: el dios egipcio Thot regala al faraón el arte de la escritura. El faraón lo rechaza, pues piensa que aceptarlo conducirá a la pérdida de la memoria. ¡tiene razón! Un texto escrito guarda la memoria de nuestra experiencia individual y colectiva. Lo recibimos, se desliza sobre nosotros y corremos el riesgo de permanecer pasivos. Porque sabemos que el texto está, en alguna parte, en el ciberespacio, ya no tenemos la necesidad de apropiárnoslo. En la edad media, leer en voz alta implicaba todo el cuerpo, uno incorporaba el texto en sí a través de su boca, ojos, manos. Hoy, no vale la pena aprender de memoria ni comprenderlos verdaderamente. Los bibliotecarios se quejan que los jóvenes no saben ya asimilar una información y digerirla para hacer con ella un texto propio. Esto es gravísimo, sin embargo, no es culpa de la tecnología, sino más bien de la lógica publicitaria que nos rodea y que quiere hacer de nosotros no creaturas reflexivas sino consumidores.

En La Biblioteca, la noche (La Bibliothèque, la nuit), usted recuerda que el lingüista Víctor Klemperer demostró que los nazis habían creado un “novlangue”, y se habían apropiado de las tácticas publicitarias de los americanos para sus discursos de propaganda.
Es cierto, y esta simplificación del lenguaje pesa aún sobre nosotros. Existe hoy en día toda una literatura donde el lenguaje es un guiño al lenguaje publicitario. Ya no se trata de preguntarnos sobre nuestra experiencia del mundo, sino de promover etiquetas. Bret Easton Ellis o Frederick Beigbeder para mi revelan esta enunciación vacía. Sin embargo el lector verdadero es quien hace uso de la lectura. Esta nos entrega claves para que nuestra experiencia adquiera un sentido cada vez más profundo. Por ejemplo Elmer Gantry, la novela escrita en 1926 por Sinclair Lewis, acerca de un predicador cuya visión de mundo es profundamente egoísta y destructiva, es útil para comprender la demagogia de hoy en día.

¿Un clásico sería entonces ese texto que no deja de suscitar nuevas lecturas?
Un clásico es un libro que es leído generación tras generación sin jamás alcanzar su propio horizonte. Hay bibliotecas completas escritas acerca de Hamlet, mucho más allá de lo que habría imaginado Shakespeare, pues siempre es posible ir más allá en ese texto. Para mí, el clásico definitivo es La Divina Comedia, porque siempre tengo la impresión de comenzar de cero, de ni siquiera haber alcanzado el primer nivel de comprensión y profundidad. Esto no tiene mucha importancia porque es consecuencia de mi propia inteligencia limitada. Pero lo que me parece increíble es que un ser humano haya podido construir con palabras, encima con un italiano que tuvo que inventar a partir del toscano, una cima donde se encuentra toda la cosmología, toda la geografía, toda la historia, toda la teología, toda la literatura. Y esto en cada línea, más allá, pues escribió en el exilio, ¡lejos de sus libros! Yo, frente a este texto, tengo la estupefacción que un creyente podría tener frente a la creación del universo.














en Le Point, Reférénces Nº 4, nov/dic 2010










Traducción de Raimundo Melun







1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente entrevista!

RM