Telémaco mío,
la Guerra de Troya
ha concluido. No recuerdo quien es el vencedor.
Probablemente los griegos: sólo ellos
podrían arrojar tantos muertos fuera de las casas...
Y sin embargo el camino que lleva al hogar
resultó ser demasiado largo,
como si Poseidón, mientras allá nosotros perdíamos el tiempo,
hubiese prolongado las distancias.
Desconozco dónde me encuentro. Cierta isla sucia,
arbustos, construcciones gruñidos de cerdos,
un jardín cubierto de malezas, cierta reina,
pastos y piedras... Telémaco querido,
todas las islas se asemejan entre sí
cuando has errado tanto tiempo y el cerebro
comienza a extraviarse contando olas,
las pupilas, sucias de horizontes, lloran
y la carne de las aguas estropea los oídos.
Ya no recuerdo cómo acabó la guerra
ni cuántos años tienes, no lo recuerdo ya.
Crece fuerte, Telémaco mío, crece.
Sólos los dioses saben si de nuevo hemos de vernos.
Ya no eres más aquella criatura
ante la cual contuve yo a los toros.
De nos ser por Palamedes, viviríamos juntos.
Pero acaso él tenga la razón: sin mí
a salvo estás de las pasiones de Edipo.
Y tus sueños, Telémaco mío, inmaculados son.
en revista Signos de la Poesía, 1987
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