Se recuesta el amarillo y trance,
la alegría de miradas repentinas
que por consabidas pueblan todavía más el inconsciente,
rápido, breve, casi mantra y canto lívido.
El paraje se recuesta sobre la montaña
cuya cima ya no existe;
ella camina hacia el tiempo sin vacíos
cuyo centro entrelaza un ávido vapor.
Por reír, extiende el cuerpo entre paréntesis,
sin llegar a ser o parecer acción,
verbo continuado sin gramática posible.
El lenguaje estaba arriba de una barca,
allá, lejos,
cada vez a la deriva…
en A ultranza, 1969
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