Callarse para oír lo que transcurre,
el gran río que pasa majestuoso,
cielo y tierra fundidos en un soplo,
azar y duración, muda palabra.
Callar hasta aprender la letanía
de la luz en las ramas de febrero,
untarse con la miel de los cerezos;
descifrar la salmodia del instante.
Ser un bosque de silbos y gorjeos,
el aspa de un molino abandonado,
copa llena de viento y de tiniebla,
pastor alucinado de los astros.
Recuerdo un gran silencio que yo tuve,
una batalla azul contra mis signos.
Me volví piedra sorda en la llanura
y nieve de los montes en la noche.
Fui oscuro tripulante de sus lindes
y piragua de lentos remos solos.
La lluvia me negó su regocijo,
su ramaje más límpido de gotas.
Entre llamas de júbilo o pesar
o en entraña de sílabas solemnes
las aguas me volvieron al silencio
traspasado de música y paisaje.
Y está mi paraíso en esos musgos
-ausencia, soledades y nostalgias-.
Los ríos del silencio son mi patria,
su materia feraz mi dulce gozo.
Todo lo doy por un silencio en flor,
meridional, profundo, de aguas vivas.
Él es mi Dios, el trino del misterio,
la escritura que borran las espumas.
1922-2003
1 comentario:
Un poemazo de don Fernando. Gracias, Juan Carlos por compartir este poema.
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