miércoles, junio 30, 2010

"El mal no es banal", de Slavoj Zizek

Fragmento




En ningún lugar la resistencia al acto político es hoy más palpable que en la obsesión del “Mal radical”, el negativo del acto. Es como si el Bien supremo consistiera en hacer que nada suceda realmente; es por ello que la única manera de imaginar un acto es bajo la forma de una perturbación catastrófica, de una explosión traumática del Mal. Susan Neiman (Evil in Modern Thought, Princeton University Press, 2002) estaba en lo cierto al señalar por qué el 11 de septiembre tomó a tantos críticos sociales de izquierda por sorpresa: el fascismo era, para ellos, la última apariencia de un Mal directamente transparente. Desde 1945 perfeccionaron, durante décadas, el arte de la lectura “sintomática”, un modo de leer que nos enseñó a reconocer el Mal bajo la forma de su opuesto: la democracia liberal misma legitima los órdenes sociales que generan el genocidio y las masacres; hoy, los crímenes masivos son el resultado de la lógica burocrática anónima (lo que Chomsky llamó los “ideólogos invisibles”). Sin embargo, con el 11 de septiembre, todos encontraron repentinamente un Mal que se ajusta a la más ingenua imagen hollywoodense: una organización secreta de fanáticos que concibe y planea con detalle un ataque terrorista cuyo objetivo es matar a miles de víctimas civiles al azar. Es como si el concepto de Arendt de la “banalidad del mal” fuera nuevamente invertido: los atacantes suicidas de Al Qaida no eran en ningún sentido “banales”, sino efectivamente “demoníacos”. Así pues, a los intelectuales de izquierda les pareció que para poder condenar directamente esos ataques, debían revisar de alguna manera los resultados de sus complejos análisis y hacer una regresión al nivel hollywoodense fundamentalista de George W. Bush.

En una elaboración más profunda, se pueden proponer cuatro modos del Mal político, que forman una especie de cuadrado semiótico greimasiano: el Mal totalitario “idealista”, llevado a cabo con las mejores intenciones (el terror revolucionario); el Mal autoritario, cuyo objetivo es el poder y la simple corrupción (sin otros objetivos más elevados); el Mal “terrorista” fundamentalista, abocado a infligir daños masivos, destinado a causar miedo y pánico; y el Mal “banal” de Arendt, llevado a cabo por estructuras burocráticas anónimas. Sin embargo, lo primero que hay que señalar es que el marqués de Sade, el epítome del Mal moderno, no se adecua a ninguno de estos cuatro modos: hoy es atractivo porque, en su obra, los personajes malvados son superlativamente demoníacos, se reflejan en lo que hacen y lo hacen intencionalmente: lo opuesto de la “banalidad del Mal” de Arendt, del Mal totalmente incomparable con los personajes grises, mediocres, pequeñoburguesas (a la Eichmann) que lo organizaron. Aquí es donde Pasolini, en su Los 120 días de Sodoma, se equivoca: “Sade y Auschwitz tienen poco en común. No es probable que pueda encontrarse una fórmula general que los comprenda, y todo intento de hacerlo puede ocultar lo moralmente importante en cada uno”, escribió Neiman.

El “Mal” es, pues, una categoría mucho más complicada de lo que podría parecer. No es una simple obscenidad excéntrica comparar la famosa fórmula mística de Angelus Silesius “La rosa no tiene porqué” con la experiencia de Primo Levi en Auschwitz: cuando, sediento, intentó llegar a un pedazo de nieve en la ventana de su barraca, el guardia le gritó desde afuera que se retirara; en respuesta al perplejo “¿Por qué?” de Levi –por qué el rechazo de un acto que no hiere a nadie ni rompe las reglas–, el guardia replicó: “No hay porqué aquí, en Auschwitz”. Quizá la coincidencia de estos dos “porqués” es el “juicio infinito” último del siglo XX: el hecho sin fundamento de una rosa que goza de su propia existencia se toca con su “determinación oposicional” en la prohibición del guardia hecha de puro goce, porque sí. En otras palabras, lo que en el ámbito de la naturaleza es puro, es inocencia pre-ética, retorna (literalmente) como venganza en el ámbito de la naturaleza, bajo la forma de puro capricho del Mal.












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