Tuvo el orgullo de no mandar jamás, de no disponer de nada ni de nadie. Sin subalternos, sin amos, no dio ni recibió órdenes. Excluido del imperio de las leyes, y como si fuera anterior al bien y al mal, no hizo padecer nunca a nadie. En su memoria se borraron los nombres de las cosas; miraba sin percibir, escuchaba sin oír: los perfumes y aromas se desvanecían al aproximarse a los orificios de su nariz y a su paladar. Sus sentidos y sus deseos fueron sus únicos esclavos: de tal modo que apenas sintieron, apenas desearon. Olvidó dicha y desdicha, sed y temores; y si en alguna ocasión volvía a acordarse de ellos, desdeñaba nombrarlos y rebajarse así a la esperanza o la nostalgia. El gesto más ínfimo le costaba más esfuerzos que los que cuestan a otros fundar o derribar un imperio. Pues nació cansado de nacer, se quiso sombra: ¿cuándo vivió entonces?, ¿y por culpa de qué nacimiento? Y si llevó su sudario en vida, ¿merced a qué milagro logró morir?
1949
1 comentario:
Grande Cioran, genio y figura.
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