martes, mayo 18, 2010

"Othello, de Orson Welles: El empeño de un autor", de Javier Castro

(The Tragedy of Othello: The Moor of Venice, 1952)




De las tres adaptaciones de la obra de Shakespeare que hizo Orson Welles la que ha tenido menor aceptación ha sido siempre este Otelo, a pesar de lo cual obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Algunos argumentan que es debido a la falta de cohesión de la película, que se nota que tardó tres años en rodarla, con graves problemas de presupuesto, que con cada productor tuvo que usar localizaciones diferentes, directores de fotografía distintos, incluso cambiar de actores, etc... Yo no estoy de acuerdo con ninguna de estas apreciaciones. Si bien es cierto que fue uno de los rodajes más complejos (y apasionantes) de la historia del cine, no se puede negar que el talento visual de Welles, unido a su sentido de la planificación y el ritmo, consigue enlazar un producto disperso en una película compacta y clara gracias a su maestría en el montaje.

Welles se pasó tres años actuando en diversas películas para ganar dinero, entre ellas, El tercer hombre (The Third Man, 1949) de Carol Reed y La rosa negra (The Black Rose, 1950), de Henry Hathaway, dinero que invertía hasta que se le acababa en el rodaje de Otelo, y otra vez a actuar. Así, hay secuencias dialogadas en las que los contraplanos están rodados años después en localizaciones distintas y hasta con actores diferentes (hubo tres actrices en el papel de Desdémona). Con cada productor asociado debía ir a localizaciones distintas, (se rodó en diversos escenarios de Roma, Marruecos e Italia), por lo que algunas de las localidades que se muestran en la película son en realidad montajes de planos de diferentes ciudades y castillos. Fue su primera película rodada en Europa, y contó en principio con G. R. Aldo en la fotografía (el operador italiano más importante, que trabajó en numerosas películas neorrealistas, muchas a las órdenes de Visconti, La terra trema -1948- entre otras), pero lo largo del rodaje le impidió terminarlo, y participaron otros cuatro aunque con el diseño de iluminación preparado por Aldo. Hubo momentos en los que la falta de presupuesto les llevó a él y a su director artístico Alexandre Trauner (famoso por sus trabajos con Billy Wilder, por ejemplo en El apartamento -The Apartment, 1960-) a improvisar decorados y vestuario, como en la secuencia del intento de asesinato de Cassio, para la que no llegó el vestuario y decidieron rodarla en un baño turco fabricado con cuatro tablas en la que los soldados sólo llevaban toallas ceñidas a la cintura.

Ninguno de estos problemas se deja ver en la película. Para eso están la planificación y la moviola. Si en la anterior adaptación de Shakespeare, Macbeth (id., 1949), Welles utilizó ante todo el plano secuencia, aquí es el montaje acelerado lo que predomina, aunque en ambas el estilo visual de Welles se antepone incluso al texto al que sirve. Sus angulaciones exageradas, sus movimientos bruscos y la estética de la oscuridad hacen perfectamente reconocible al autor de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941), cuyo estilo barroco se adapta perfectamente al ambiente de los viejos castillos medievales. Genial la secuencia con que se inicia la película, el entierro de Othello y Desdémona y el encierro de Yago, y la de la muerte de Othello, en una habitación donde sólo hay luz en su rostro mirando a los que le observan desde arriba, en un plano muy picado.

En cuanto a la historia que cuenta, decir que se ciñe al milímetro al bien conocido texto de Shakespeare. La forma de rodar de Welles encaja como un guante en las luchas internas del personaje, y junto con el montaje que intercala planos de diferentes escalas crea una sensación de lucha interior e inestabilidad que nos acerca a la perfección las emociones de Othello. Por no hablar de la maldad de Yago, el instigador de los celos del moro, al que siempre nos presenta en angulaciones extrañas que producen desasosiego y nos ponen en guardia contra él antes incluso de descubrirnos su maldad.

La película se mueve fotográficamente en los ambientes tenebristas del expresionismo alemán tan querido por Welles, un aspecto en el que no se notan para nada los bajos presupuestos con los que se rodó la película. A este respecto cabe señalar que es un estilo fotográfico bastante barato, sobre todo en cuanto a difusores de luz y similares, por supuesto siempre y cuando uno no se olvide de que para tener un color negro puro siempre hay que poner algo de luz en las zonas negras, ya que si no sale gris (sutilezas de las emulsiones fotográficas).

También hay que destacar las extraordinarias interpretaciones de los actores, con un Welles que nunca estuvo mejor (¿quien ganaría el oscar aquel año?), y unos actores poco conocidos pero muy curtidos en el teatro en los demás papeles principales (hay algún cameo de Joseph Cotten o Joan Fontaine en papeles muy secundarios, un senador y un paje respectivamente). En cuanto al papel de Desdémona, aunque fue interpretado por tres actrices distintas sólo Suzanne Cloutier aparece en los créditos, ya que las demás sólo se utilizaron para los planos lejanos.

Para finalizar, no puedo dejar de mencionar a riesgo de ser linchado por los incondicionales de Welles que a mí personalmente su exceso de retórica visual y barroquismo siempre me han parecido un poco pedantes, a menudo innecesarios y con demasiadas pretensiones autorales. Desde luego hay muchos directores que usan recursos igual de exagerados pero a los que me siento muy cercano; cada cual juzga según su idiosincrasia y esta es la mía. A este propósito hay que reconocer que el estilo de Welles y de Shakespeare, cada uno en su medio, es muy parecido, y el resultado final en esta película y en las otras dos adaptaciones es de una coherencia asombrosa y no puedo negar que, tras Sed de mal (Touch of Evil, 1958), Otelo es mi película favorita de un director que me gusta sin entusiasmarme.











en miradas.net











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